Lo curioso es que acabé publicando, pero a mi pesar, y no precisamente una novela. Me explico: como te he dicho antes, a los trabajos de correctora y negra añadí en mi currículo la redacción de reportajes para una revista mensual y mi aparición semanal en un programa de radio nocturno en el que me encargaba de la sección de Cultura. No es que mi firma tuviese ningún valor o mi nombre fuera demasiado conocido pero, de alguna manera, se me podía llamar periodista. Así que mi agente, inasequible al desaliento, y que aún seguía confiando en mí pese a no haber podido colocar mi novela en ninguna parte, me puso en contacto con la editora responsable de una colección de libros-testimonio destinados al público femenino que ya había sacado al mercado tres títulos: Prostitutas: el mercado de la carne, Maltratadas: el drama oculto
y Anoréxicas: el precio de la belleza. Cada uno recogía testimonios de mujeres y les daba forma en diferentes capítulos con nombre e historia propios (desde el bellezón despampanante que entretiene a altos ejecutivos en D'Angelo hasta la puta arrastrada que se vende en la calle Montera por nueve euros; desde la marquesa consorte que lleva años disimulando moratones bajo la base de maquillaje reflectante de Chanel hasta la analfabeta virtual que limpia escaleras y vive en una casa de acogida; desde la ex top model que se niega a dar su nombre y que vivió a base de anfetaminas durante todos los años en los que estuvo desfilando hasta la estudiante ejemplar que subsistió sólo con tres manzanas diarias y a la que acabaron por ingresar de urgencia, gravemente desnutrida, en el hospital del Niño Jesús, etc., etc., etc.). Luego se le añadía al libro un prólogo, a poder ser de alguna famosa que hubiera vivido en sus propias carnes el drama en cuestión, y un epílogo que recogiera estadísticas sobre el tema. Y a vender.Tras las putas, las maltratadas y las anoréxicas, les tocaba el turno, en buena lid, a las drogadictas, y para darles voz hacía falta una periodista que a poder ser hubiese colaborado en revistas femeninas. La verdad es que yo en realidad soy filóloga, pero teniendo en cuenta mi pluriempleo se me podía considerar cualquier cosa. Y así fue como tu madre se encontró escribiendo su segundo libro por encargo (el primero fue el que firmó la presentadora pija) y entrevistando a yonquis chandalistas, ejecutivas cocainómanas, niñas in-
diepastilleras, universitarias porreras y amas de casa enganchadas a los tranquilizantes o a la botella, no tanto porque le hiciera particular ilusión tratar con unas y con otras como porque se había encontrado un mes con que estaba más pelada que el chocho de la Nancy y con que el banco amenazaba con embargarle la casa a cuenta del impago de los últimos plazos de la hipoteca. Finalmente resultó que escribir un libro semejante resultaba más apetecible que ponerse a trabajar ella misma en el D'Angelo, y así fue como nació Enganchadas: ellas nunca dicen no, que acabó agotando ¡catorce ediciones!, que se dice pronto (hazaña sólo comparable, en lo que a obras de no ficción destinadas al mismo tipo de público se refiere, al pelotazo de la Alborch con Solas), y haciendo famosa a tu madre de la noche a la mañana y muy a su pesar, porque a tu madre -que había aspirado a darse a conocer como escritora seria y que siempre pensó que aquel libro, al igual que los otros integrantes de la Colección Femenino Plural, pasaría más bien desapercibido- no le hizo ninguna gracia saltar a la palestra como escritora de best sellers sensacionalistas. Y te cuento esto porque a ti te llevé en el vientre, necesariamente, cuando hacía la gira de promoción, que se organizó aprovechando la salida de la decimoquinta edición. Pero ésa es otra historia, como diría de nuevo Moustache en Irma la dulce, que te contaré más adelante.
Ayer se pasó a verte Elena, la vecina, y me estuvo contando que había visto a nuestra común amiga Nenuca en Marbella, donde se dedica al cultivo exhaustivo de la nada más absoluta, y es que Nenuca no trabaja porque no lo necesita: su familia es lo suficientemente rica como para que ella no tenga ni que pensar en ganarse los garbanzos. Y quien dice los garbanzos dice el todoterreno, el chalet ideal, la ropa de marca y los caprichitos varios. Y Elena comentó al respecto: «Yo no entiendo cómo puede vivir así, ¿no se aburre? Estoy segura de que con el tiempo va a acabar frustrada, nadie puede vivir sin hacer nada de provecho.» A lo que yo respondí: «Pues yo podría divinamente, es más, sería mi sueño: saber que no tengo que trabajar el resto de mi vida.» Elena: «No me lo creo, tú escribirías, seguro.»