Читаем Un Milagro En Equilibrio полностью

No sé ni por qué se lo preguntaba si ya sabía la respuesta. Una respuesta grabada en la psique colectiva según la cual la imagen arquetípica de la chica que lee Madame Bovary en francés a los quince años es la de una morena de piel muy blanca (resultado de pasarse el día encerrada en la biblioteca) con gafas de montura de concha (dioptrías derivadas del esfuerzo al forzar la vista para leer), un cuerpo filiforme y andrógino, casi rayano en la anorexia terminal (pues se entiende que, abstraída como está en la lectura de los clásicos, la chica prácticamente no come, apenas la triste manzana que se lleva a la biblioteca y que mordisquea distraída mientras relee a Cicerón), y pelo recogido en un moño artísticamente desordenado (pues, enfrascada en sus preocupaciones intelectuales, no pierde el tiempo en vanidades tales como el cuidado de su imagen o su cabello). Y una rubia tirando a alta, de pelo largo, con mechas, tetona y bronceada (yo todavía estaba bronceada porque cada día me tumbaba quince minutos en la escalera de incendios, apenas vestida con un top y unos minishorts, para no perder el color que había adquirido en la piscina del FMN), dista mucho de parecerse a la citada imagen arquetípica.

De todas formas no fue ésta la respuesta que me dio porque no abrió la boca. Se limitó a mirarme fijamente con unos ojos desmesurados, y cuando cayó en la cuenta de que se había abstraído contemplándome desvió la mirada y la volvió a clavar con fijeza, pero esta vez en la ensalada. Y aquélla fue la primera ocasión en la que se me ocurrió pensar que era posible que le gustara más de lo que yo misma había imaginado.

Pese a todo pensaba que la cosa nunca pasaría de allí, puesto que al fin y al cabo, desde José Merlo, había conocido en mi vida muchos amores platónicos, admiraciones a distancia que nunca se concretaron. Hubo, por ejemplo, un compañero de la radio que me gustó durante los casi dos años que estuvimos compartiendo programa y con el que tonteé de la manera más descarada sin que la cosa nunca llegase a mayores, y eso que en aquel estudio también había habido cruces de ojitos y caídas de pestañas, y miradas que se intercambiaban, expresadas con la misma intensidad como la que me acababa de dirigir mi compañero de piso. De alguna manera yo creía que si las cosas no sucedían desde el principio, si no había un flechazo devastador e instantáneo, nada se cimentaba, y los coqueteos se quedaban en una especie de limbo que no conducía ni al cielo ni al infierno. Y además yo entonces me contentaba con sentirme enamorada por el placer de estarlo, sin exigir reciprocidad. Había decidido renunciar a la persecución del ideal -y en cualquier caso Anton nunca encarnaría a mi ideal como lo había encarnado en su momento el FMN- para contentarme con la satisfacción de ciertos placeres cotidianos: las cenas de cada noche, los paseos al atardecer, las conversaciones inacabables. En alguna de ellas estuve a punto de confesar lo que sentía, notaba cómo la declaración borboteaba en el fondo de mi garganta, cómo iba ascendiendo por la laringe, alcanzaba la glotis y rozaba casi las comisuras de los labios, pero siempre se quedaba allí, en la punta de la lengua, sin llegar a emerger del todo.

Al fin y al cabo, pensaba yo, aquella atracción podía no ser más que una variante del síndrome de Estocolmo. Desde luego, Anton no me tenía secuestrada, pero también era cierto que casi no veía a nadie más. Sonia y Tania llamaban mucho, pero, enfrascadas en sus respectivos trabajos, me visitaban poco, y en semejantes condiciones resultaba normal que me llamase la atención el único ser humano con el que mantenía un contacto de tú a tú, el hombre que me llevaba a pasear, que me alimentaba, que me escuchaba. Pero, por otra parte, ¿me habría fijado en un hombre así si me lo hubiera encontrado en Madrid, estando yo sana y activa? ¿Si lo hubiera conocido en un estreno, en una fiesta, en un concierto, en un bar, habría ido más allá de la habitual charla social de circunstancias? No, probablemente no. Demasiado delgado, demasiado taciturno, demasiado desgarbado… Demasiado insípido, quizá.

Перейти на страницу:

Похожие книги

Книга Балтиморов
Книга Балтиморов

После «Правды о деле Гарри Квеберта», выдержавшей тираж в несколько миллионов и принесшей автору Гран-при Французской академии и Гонкуровскую премию лицеистов, новый роман тридцатилетнего швейцарца Жоэля Диккера сразу занял верхние строчки в рейтингах продаж. В «Книге Балтиморов» Диккер вновь выводит на сцену героя своего нашумевшего бестселлера — молодого писателя Маркуса Гольдмана. В этой семейной саге с почти детективным сюжетом Маркус расследует тайны близких ему людей. С детства его восхищала богатая и успешная ветвь семейства Гольдманов из Балтимора. Сам он принадлежал к более скромным Гольдманам из Монклера, но подростком каждый год проводил каникулы в доме своего дяди, знаменитого балтиморского адвоката, вместе с двумя кузенами и девушкой, в которую все три мальчика были без памяти влюблены. Будущее виделось им в розовом свете, однако завязка страшной драмы была заложена в их историю с самого начала.

Жоэль Диккер

Детективы / Триллер / Современная русская и зарубежная проза / Прочие Детективы
Кредит доверчивости
Кредит доверчивости

Тема, затронутая в новом романе самой знаковой писательницы современности Татьяны Устиновой и самого известного адвоката Павла Астахова, знакома многим не понаслышке. Наверное, потому, что история, рассказанная в нем, очень серьезная и болезненная для большинства из нас, так или иначе бравших кредиты! Кто-то выбрался из «кредитной ловушки» без потерь, кто-то, напротив, потерял многое — время, деньги, здоровье!.. Судье Лене Кузнецовой предстоит решить судьбу Виктора Малышева и его детей, которые вот-вот могут потерять квартиру, купленную когда-то по ипотеке. Одновременно ее сестра попадает в лапы кредитных мошенников. Лена — судья и должна быть беспристрастна, но ей так хочется помочь Малышеву, со всего маху угодившему разом во все жизненные трагедии и неприятности! Она найдет решение труднейшей головоломки, когда уже почти не останется надежды на примирение и благополучный исход дела…

Павел Алексеевич Астахов , Павел Астахов , Татьяна Витальевна Устинова , Татьяна Устинова

Современная русская и зарубежная проза / Современная проза / Проза