No quería perder tiempo hablando con ella ni intentando tranquilizarla. Se vistió, cogió la cartera y las llaves del coche, y corrió hacia él. Ni siquiera se molestó en cerrar la puerta con llave. Desde el coche llamó al hospital. No había novedades; Ophélie se encontraba en estado crítico y no sabían nada más.
Matt condujo por la montaña tan deprisa como se atrevió, y al llegar a la autopista pisó el acelerador a fondo. Cruzó el puente a toda velocidad y arrojó las monedas a la mujer del peaje. Llegó a casa de Pip y Ophélie veinticuatro minutos después de recibir la llamada. No se molestó en entrar, sino que tocó el claxon. Pip salió corriendo vestida con tejanos y el anorak de esquí, que había encontrado en el armario del vestíbulo. Estaba muy pálida y parecía aterrorizada.
– ¿Estás bien? -le preguntó Matt.
La niña meneó la cabeza, pero estaba demasiado asustada para llorar siquiera. Parecía a punto de desmayarse, y Matt rezó por que aguantara. También rezó por su madre y no comentó a Pip la locura que había cometido Ophélie al trabajar en la calle por la noche con el equipo. Había sucedido lo que había temido y augurado desde el principio. Sin embargo, no era ningún consuelo tener razón. No veía cómo Ophélie podía salir de aquella. Ni tampoco Pip. Tres balas parecían más de lo que podía soportar un ser humano, aunque Matt sabía que algunos lo habían conseguido.
Se dirigieron al hospital en angustiado silencio. Matt aparcó en una de las plazas para vehículos de emergencia, y él y Pip se apearon de un salto. Jeff, Bob y Millie los vieron en cuanto entraron en el vestíbulo, y al instante supieron quiénes eran, al menos la niña. Era clavada a su madre salvo por la melena roja.
– ¿Pip? -preguntó Bob al tiempo que se acercaba a ella y le daba una palmadita en el hombro-. Soy Bob.
– Lo sé.
Pip los había reconocido a todos por la descripción de su madre.
– ¿Dónde está mi madre? -preguntó, nerviosa, pero notablemente entera.
Matt se presentó con el ceño fruncido. No podía culparlos por la temeridad de Ophélie, pero aun así estaba furioso.
– Le están extrayendo las balas -explicó Millie.
– ¿Cómo está? -quiso saber Matt, mirando de hito en hito a Jeff, que le parecía el jefe.
– No lo sabemos. No nos han dicho nada.
Permanecieron de pie durante lo que se les antojó una eternidad y por fin se sentaron.
Bob fue a buscar café, y Millie cogió de la mano a Pip, que se aferraba a Matt con la otra. Guardaba silencio, pues ninguno de ellos podía decir nada para justificar, explicar ni consolar. No abrigaban demasiadas esperanzas, ni siquiera Pip, y nadie quería mentirle. Las probabilidades de que Ophélie sobreviviera eran casi nulas.
– ¿Han cogido al tipo que le disparó? -preguntó por fin Matt.
– No, pero pudimos verlo bien. Si la policía tiene fotos de él, lo cogeremos. Lo perseguí, pero no lo alcancé, y no quería dejarla sola -explicó Jeff.
Matt asintió. Aun cuando le echaran el guante, ¿qué más daba, si Ophélie moría? A él no le importaba, desde luego, ni tampoco a Pip. Nada lograría devolverla a la vida si moría. Pero de momento seguía viva.
Matt acudió varias veces a recepción para preguntar por su estado, pero lo único que supieron decirle era que continuaba en el quirófano. Allí pasó siete horas, al término de las cuales seguía con vida.
Para entonces, Jeff ya había llamado al centro, y varios periodistas habían telefoneado al hospital, aunque por fortuna todavía no se había presentado ninguno. Por fin, a las nueve de la mañana salió un cirujano para hablar con ellos. Matt estaba aterrado, al igual que Pip. Matt no le había soltado la mano en ningún momento, y todo lo hacía con la otra mano. La niña se aferraba a él, y él a ella.
– Está viva -los tranquilizó el cirujano-. Todavía no sabemos cómo evolucionará. La primera bala le atravesó el pulmón y salió por la espalda. La segunda le atravesó el cuello, aunque no ha tocado la columna. Dadas las circunstancias, ha tenido bastante suerte, pero aún no está fuera de peligro. La tercera le ha destrozado un ovario y el apéndice, además de dañarle bastante el estómago y los intestinos. Hemos pasado las últimas cuatro horas de la operación en esa zona. La hemos operado entre cuatro cirujanos; es la mejor atención que se puede recibir aquí.
– ¿Podemos verla? -musitó Pip con un hilo de voz, después de pasar toda la noche en silencio.
– Todavía no -dijo el cirujano-. Está en la UCI de cirugía. Pero dentro de un par de horas, si sus constantes se mantienen estables, podrás subir. Aún no ha recobrado el conocimiento, pero debería despertar dentro de unas horas. Estará bastante aturdida y así la mantendremos durante un tiempo.
– ¿Se va a morir? -inquirió Pip, oprimiendo la mano con tal fuerza que parecía un yunque.
Matt contuvo la respiración para escuchar la respuesta del cirujano.
– Esperamos que no -contestó este, mirándola de hito en hito-. Podría suceder, porque está muy, muy malherida. Pero ha sobrevivido a la operación y el trauma, de modo que es fuerte, y estamos haciendo todo lo que podemos.