Читаем Un Puerto Seguro полностью

– Eso espero -masculló Bob, deseando con todas sus fuerzas que Ophélie viviera.

Pip volvió a sentarse y quedó inmóvil como una estatuilla de madera. No tenía intención de ir a ninguna parte, ni tampoco Matt y los demás. Se sentaron a esperar, y a mediodía una enfermera les dijo que podían subir a la UCI. Era un lugar espeluznante, y el cubículo acristalado donde se encontraba Ophélie estaba lleno de máquinas, monitores y cables. Tres personas supervisaban sus constantes vitales, y cada centímetro de su cuerpo parecía surcado de agujas, vendajes y tubos. Estaba mortalmente pálida y tenía los ojos cerrados cuando Matt y Pip entraron.

– Te quiero, mami -murmuró la niña, de pie junto a la cama.

Junto a ella, Matt pugnó por contener el llanto para que Pip no lo viera llorar. Sabía que debía ser fuerte por el bien de ella, pero lo único que ansiaba era tocar a Ophélie para insuflarle su propia vida. Por lo visto, los médicos hacían cuanto podían por ella. Durante todo el rato que estuvieron junto a su lecho, Ophélie no se movió. Cuando se disponían a salir, acudió una enfermera para anunciarles que se había acabado el tiempo. Ophélie solo podía recibir visitas durante cinco minutos cada hora. Gruesas lágrimas rodaban por las mejillas de Pip. La aterraba la perspectiva de perder también a su madre, lo único que le quedaba en el mundo, la única familia que tenía. Como si percibiera su consternación, Ophélie abrió los ojos y la miró un instante antes de volverlos hacia Matt. Esbozó una sonrisa como si quisiera animarlos y al instante volvió a cerrarlos.

– ¿Mamá? -llamó Pip en el diminuto cubículo acristalado-. ¿Me oyes?

Ophélie asintió con la cabeza, la única parte del cuerpo que no le dolía. Una mascarilla de oxígeno le cubría el rostro.

– Te quiero, Pip -musitó antes de mirar a Matt, sabedora de lo que él habría querido decirle.

Fue lo último que pensó antes de sumirse de nuevo en la negrura, que Matt había tenido razón. Temía que estuviera furioso con ella. Se alegraba de que cuidara de Pip y se preguntó cómo habría sucedido. Pip debía de haberlo llamado.

– Hola, Matt -murmuró antes de dormirse.

Matt y Pip salieron de la unidad con lágrimas en los ojos, pero eran lágrimas de alivio más que de tristeza. Ophélie parecía tener posibilidades de salir de aquella, aunque ambos sabían que aún no había garantías.

– ¿Cómo está? -preguntaron los demás en cuanto los vieron.

Habían esperado ansiosos en la sala de espera de la UCI y se inquietaron sobremanera al ver llorar a Matt y Pip, temerosos de que Ophélie hubiera muerto.

– Nos ha hablado -anunció Pip mientras se enjugaba las lágrimas.

– ¿En serio? -exclamó Bob, atónito y emocionado-. ¿Qué ha dicho?

– Que me quiere -repuso Pip con expresión complacida.

No obstante, todos sabían que los esperaba un largo y arduo camino. Ophélie no estaba en modo alguno fuera de peligro.

Aquella tarde, los compañeros de Ophélie regresaron al centro, pero prometieron pasar aquella noche durante su ruta. Tenían que ir a casa y dormir unas horas. Además, el centro había organizado una reunión para debatir la seguridad del equipo de asistencia. Bob y Jeff ya habían anunciado que a partir de entonces llevarían armas, puesto que aún tenían licencia, y Millie se mostró de acuerdo con ellos. Asimismo, se planteaba la cuestión de si el equipo era un lugar adecuado para voluntarios. A todas luces, no era así, pero para Ophélie la duda llegaba demasiado tarde.

Matt se quedó en el hospital con Pip toda la tarde. Volvieron a ver a Ophélie dos veces. En la primera visita la encontraron dormida, y en la segunda parecía sufrir muchos dolores. En cuanto se fueron le administraron morfina. Matt intentó persuadir a Pip para que fuera a casa un rato a fin de descansar, asearse y comer algo. Después de que los médicos administraran la morfina a su madre, la niña accedió, si bien a regañadientes. Matt la acompañó a casa, donde los recibió Mousse, y fue derecho a la cocina para preparar huevos revueltos y tostadas. En el contestador había dos mensajes de la escuela de Pip. Por lo visto, Alice había llamado por la mañana, antes de irse, y dejado una nota sobre la mesa de la cocina para que Pip la llamara si necesitaba algo. Más tarde había dejado otra nota para explicar que había sacado a Mousse de paseo por la tarde.

Matt llevó al perro a dar un paseo antes de comer. A continuación, él y Pip se sentaron a la mesa de la cocina con aspecto de náufragos. La niña estaba tan cansada que apenas logró probar bocado, y Matt tampoco se sentía capaz de comer.

– ¿No crees que debemos volver ya? -inquirió Pip, nerviosa.

No quería que sucediera nada, ni bueno ni malo, durante su ausencia, y como un resorte a punto de saltar, esperaba a que Matt terminara.

– ¿Qué tal si nos damos una ducha primero? -propuso él con paciencia.

Ambos tenían un aspecto desastroso, por no mencionar que necesitaban descansar. En algún momento dado tendrían que dormir, de modo que intentó convencer a Pip de que echaran una siesta antes de regresar al hospital.

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