— Sí, pero tú ni siquiera sabes lo que significó para mí dirigir. Yo estaba harta de darle a las cuerdas de una guitarra, no era la guitarra, ni el solfeo, ni el piano, ni las partitutas, ni siquiera, ni siquiera el canto. Ahora que escucho a Dulcinea aullar reconozco en la manera como lo hace mi estilo. Estira el cuello lo más posible, hasta que se le atraganta en su garganta un simple y tiple aullido: Auuuu. Auuuuu
. El uuuuuuu transmite la efervescencia del desamparo, pero al mismo tiempo, al aullar, estaba transmitiéndole a la voz el pánico que sentía cuando reconocía el peligro, a la vez que daba infinitos y recibía los ecos de las profundidades.— Sounds German.
— I am a scream that transcends madness.
— You think I’m gonna believe your feelings are more powerful than mine because you talk in catastrophic combustions. It’s plain intimidation by association. You’re as fragile as, how can I say…
— As you. Let me feel the way I feel. What’s wrong with being in touch with oneself.
— You miss the touch of others because you just don’t listen enough.
— When is it enough. When you destroy everything I feel.
— Go ahead. If I feel it’s important I’ll unplug my ears, take what I need, and disregard the rest as I yawn with tolerant affection.
Ay, mi dedo era un lagartijo colgando del dintel de la puerta.
No me atrevía a verlo. En eso llegó bajando los escalones del segundo piso de la casa mi mamá, y cogió el dedo que colgaba como un gindalejo de la puerta, y los chorretes de la sangre, te imaginas. Me lo pegó con un pañuelo, lleno de sangre, y al hospital. Donde me cogieron los puntos.
— Esperabas a los reyes.
— I sacrificed my pinkie.
–¿Pero el meñique te trajo una calesa?
— With blinking headlights.
— No hay mal que por bien no venga.
— Ni bien que no traiga un golpe.
— And the camels.
— Se comieron la yerba y regaron la casa.
TROCOTO-TROCOTO-TROCOTO
— And your pinkie.
— Es más pequeño que el otro.
— Lo veo igual. Lo estás bajando.
— Si a ti te hubiera pasado apreciarías más el cuento. Al otro día, después que me cogieron los puntos en el meñique, estaban rodeando mi cama mi mamá, mi papá, mis abuelos, mis tíos, mis primos. Esperando. La resurrección de la carne y la vida del dedo. Muchas, muchas horas durmiendo. Qué pasará. El dedo amoratado. Vendaje. Esperando estaban. Y yo no sabía lo que pasaba. Pero me levanté sonámbula cantando y tocando la flauta del flautista de Hamelín:
Necesitaba ejercitar los dedos de mis manos. Sobre todo el meñique.
— Y no viste las estrellas.
— No se ven todos los días, pero el dolor trae una canción de alegría. ¿Quieres que te cuente el cuento de la puñalada?
— No, por favor.
— Cobarde. Yo brincaba la cuica en un rincón del patio. Alejándome cada vez más de dos niñas, Mumi y Mindi, que jugaban a tirarse dardos. Yo les grité:
Ellas gozaban de lo lindo. Y el viento soplaba con más fuerza. Auuuu
. Así mismito como Dulcinea.—
I had a funny feeling el dardo would head my way pero por qué dejar de brincar la cuica.
Y de repente, un clavo right through the back of my hand.