En muchas de las generaciones posteriores arraigó la idea de que los años veinte fueron un paréntesis de libertad sin cortapisas. Pero en este libro encontraremos personas que vieron de modo muy diferente esa década. Los estudiantes no comunistas de esa época luchaban por la «autonomía de la escuela superior», por el derecho de reunión, por aligerar los programas de tanta instrucción política. La respuesta fueron los arrestos que aumentaban al acercarse alguna fiesta (por ejemplo, el 1 de Mayo de 1924). En 1925 unos estudiantes de Leningrado (aproximadamente un centenar) fueron condenados a tres años en un
Como es de suponer, el golpe tampoco iba a dejar al margen a las clases explotadoras. Durante todos los años veinte siguieron atosigando a los ex oficiales que aún no habían pasado por el aro: tanto a los blancos* (los que no merecieron el fusilamiento en la guerra civil), como a los blanco-rojos, que habían combatido en uno y otro bando, como a los zaristas-rojos que no sirvieron de forma continuada en el Ejército Rojo, o habían tenido interrupciones en el servicio no justificadas documentalmente. Los atosigaban porque no los condenaban de buenas a primeras, sino que eran sometidos —otro solitario de naipes— a infinitas comprobaciones, restricciones en el trabajo, en la vivienda, los arrestaban, los soltaban, volvían a arrestarlos, y sólo gradualmente iban desapareciendo en los campos de reclusión para ya no volver jamás.
Sin embargo, con la deportación de los oficiales al Archipiélago, el problema, lejos de solucionarse, nó hacía más que empezar: téngase en cuenta que atrás quedaban las madres de los oficiales, sus esposas y sus hijos. Si se emplea un análisis social infalible, resultaba fácil imaginar qué debía pasarles por la sesera tras el arresto del cabeza de familia. ¡Estaban pidiendo a gritos que los metieran a ellos también en la cárcel! Otra riada...
En los años veinte hubo una amnistía para los cosacos que habían tomado parte en la guerra civil. Muchos volvieron de Lemnos al Kubán y al Don, y se les concedieron tierras. Más tarde, todos fueron encarcelados.
También andaban agazapados los antiguos funcionarios del Estado, por lo que era necesario echarles el guante. Se camuflaban con mucha habilidad y aprovechando que en la república aún no existían ni un sistema interno de pasaportes ni la libreta de trabajo* unificada, conseguían infiltrarse en los organismos soviéticos. En este caso servía de ayuda una palabra de más, alguien que los reconocía fortuitamente, un vecino chivato..., mejor dicho, el parte operativo de un vecino. (O, a veces, la pura casualidad. Cierto Mova guardaba en su casa, simplemente porque era muy meticuloso, una lista de todos los antiguos funcionarios judiciales de la provincia. En 1925 se la descubrieron por azar, los detuvieron a todos y después los rusilaron.)
Así corrían también las riadas por «ocultación de la procedencia social» y por «posición social en el pasado». Todo ello sujeto a la más amplia interpretación. Arrestaban a los nobles como estamento. Y también a las familias nobles. Al final, demostrando muy poco entendimiento, arrestaban a los que denominaban