Una concepción del mundo cómoda engendra también un término jurídico cómodo:
Veamos otro caso. En aquel mismo año, en París se reunieron los liceístas
[30]emigrados para celebrar la tradicional fiesta «pushkiniana»* del Liceo. Los periódicos hablaron de ello. No cabía duda, de que se trataba de una estratagema del imperialismo herido de muerte. Y se arrestó a todos los liceístas que quedaban en la URSS y de paso a los de la «Academia Jurídica» (otra institución privilegiada).Hasta ese momento la hornada de Voikov sólo se había visto limitada por las proporciones del SLON —Campo de Destino Especial de Soloviets—. Pero el Archipiélago Gulag tenía desde su aparición naturaleza maligna, y pronto la metástasis habría de extenderse por todo el cuerpo del país.
Quien prueba repite. Hacía ya tiempo que convenía acabar con la intelectualidad técnica, que se consideraba —exageradamente— insustituible y no había querido acostumbrarse a captar las órdenes al vuelo.
En nuestro país nunca hemos confiado en los ingenieros, desde los primeros años de la revolución ejercitamos una sana desconfianza obrera y un control sobre esos lacayos marcados por el servicio a antiguos amos capitalistas. No obstante, en el periodo de la reconstrucción les permitimos, pese a todo, que trabajaran en nuestra industria, y desviamos toda nuestra fuerza de clase contra el resto de la intelectualidad. Pero cuanto más maduraba nuestra dirección económica, el Consejo Superior de Economía Nrind y el Comité de Planificación Estatal,* y aumentaba el número de planes, y a medida que estos planes chocaban entre sí y se desplazaban unos a otros, más se ponía de manifiesto la esencia empecedora de los antiguos ingenieros, su falsedad, astucia y venalidad. El Centinela de la Revolución aguzó la vigilancia y ahí donde ponía el ojo descubría al instante un nido de empecimiento.