El ser humano está hecho de esperanza y de impaciencia. ¡Ni que en el campo fueran los
Pero no siempre habrá que seguir viaje en un tren de vía estrecha, ¿verdad? Claro que no. Veamos cómo también es posible llegar directo al lugar de destino: estación de Ertsevo, febrero de 1938. Abren los vagones en plena noche. Se encienden hogueras a lo largo del tren. Junto a ellas, sobre la nieve, tiene lugar la descarga, el recuento, la formación y de nuevo un recuento. Temperatura: treinta y dos grados bajo cero. El traslado viene de la cuenca del Donets, los presos han sido detenidos en verano y por tanto calzan zapatos, escarpines o sandalias. Intentan acercarse a la lumbre para entrar en calor pero los echan de allí: las fogatas no están para eso, sino para dar luz. Desde el primer momento se les entumecen los dedos. La nieve se introduce en su calzado ligero y ni siquiera se funde. No hay compasión. Se oye una orden: «¡Firmes! ¡A formar! Un paso a la derecha... un paso a la izquierda... sin previo aviso,
[290]¡En marcha!». Los perros ladran, tensan las cadenas al oír su orden preferida, al sentir aquel momento emocionante La columna se pone en movimiento —abrigados con pellizas cortas los soldados, con sus ropas de verano aquellos infelices— y empiezan a caminar por un sendero de nieve profunda, que nadie ha pisado hasta ahora, hacia algún lugar de la oscura taiga. Por delante no se ve ni una sola luz. Llamea la aurora boreal, la primera que ven y seguro que también la última... El hielo hace crujir los abetos. Y esos hombres prácticamente descalzos hollan la nieve, abriéndose camino con las plantas de los pies, con las pantorrillas entumecidas.O por ejemplo, la llegada al Pechora en enero de 1945. («¡Nuestros ejércitos han tomado Varsovia! ¡Nuestras tropas han aislado la Prusia Oriental!») Un desierto campo nevado. Arrojados de los vagones, los presos se sientan en la nieve de seis en seis, los están contando durante un buen rato, pero se equivocan y vuelven a empezar. Les hacen levantar y recorrer seis kilómetros por la nieve virgen. El traslado viene también del sur, de Moldavia, y todos llevan calzado de cuero. Dejan que los perros vayan por detrás, pegados a la columna, de modo que azuzen a los zeks de la última fila poniéndoles las patas en la espalda, echándoles en la nuca su aliento de mastín (entre los últimos marchaban dos sacerdotes: el padre Fiódor Floria, un canoso anciano, y el joven padre Víktor Shipo-válnikov, que lo sostenía). ¡Pues vaya una forma de usar los perros! Pues no, más bien habría que decir ¡vaya autodominio el de los mastines, con lo que les gusta hincar el diente!