El Dvina septentrional, el Obi y el Yeniséi saben bien cuándo llegaron los primeros presos en gabarras: durante la liquidación de los kulaks. Por ríos que fluyen directamente hacia el norte, en barcazas panzudas de gran capacidad: era el único modo de verter en las tierras muertas del norte toda aquella masa gris de la Rusia viva. Echaban a los hombres al casco de la barcaza, cual si fuera un barreño, y allí se amontonaban unos sobre otros y se movían como cangrejos en una cesta. Y los centinelas estaban arriba, en las bordas, como parapetados en un altozano. A veces transportaban toda esa masa a cielo abierto, a veces la cubrían con una gran lona, ya fuera para no verla o para vigilarla mejor, aunque desde luego no para resguardarla de la lluvia. Un trayecto en semejantes barcazas ya no era un transporte, sino una muerte a plazo fijo.
Además, apenas les daban de comer, y una vez arrojados a la tundra ya no les daban alimento alguno. Los dejaban para que murieran a solas con la naturaleza.
A partir de 1940 los traslados en barcaza por el Dvina septentrional (y por el Vychegda) no sólo no disminuyeron, sino que cobraron muchísimo auge: por allí pasó la población
liberadade Ucrania y Bielorrusia occidentales. En la sentina, los presos estaban
de pieunos contra otros, y no sólo por espacio de veinticuatro horas. Orinaban en recipientes de vidrio que se pasaban de mano en mano hasta vaciarlos en los tragaluces; si se trataba de algo más serio, se lo hacían en los pantalones.
Durante décadas, el cabotaje en gabarras por el Yeniséi fue consolidándose hasta convertirse en práctica permanente. En los años treinta se construyeron en Krasnoyarsk unos tinglados a la orilla del río y, bajo estos cobertizos, en las frías primaveras siberianas, los presos temblaban todo un día y hasta dos esperando el embarque.
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63Las barcazas del Yeniséi destinadas al
'•traslado de presos tienen como instalación fija una oscura sentina de tres plantas. Sólo la escotilla, donde está la escalerilla, deja pasar un poco de luz difusa. Para el cuerpo de guardia hay una caseta en cubierta. Los centinelas vigilan las salidas de la sentina y observan el agua, por si aparece alguien en la superficie. Los guardias no bajan jamás a la sentina, por más gemidos o gritos de socorro que oigan. Y nunca sacan a los presos a pasear por cubierta. En los traslados de 1937-1938 y de 1944-1945 (y es de suponer que también entre estas fechas) no se prestaba ayuda médica alguna a los de la bodega. En los «pisos», los presos yacían unos sobre otros en dos hileras: una hilera con la cabeza contra la borda y la otra con la cabeza en los pies de la primera hilera. En los pisos sólo se puede llegar
\hasta la cubeta pasando por encima de la gente. Y como no siempre permiten sacar los zambullos cuando es tiempo (¡imagínese subir a cubierta un barril lleno de inmundicias por una escalerilla empinada!), la porquería se desborda, el líquido se derrama por el suelo y gotea en los pisos inferiores. Y la gente sigue tendida en ese mismo suelo. La comida es balanda distribuida por los pisos en unos toneles, y allí, en la perpetua oscuridad (tal vez hoy tengan ya electricidad), unos presos ayudantes la reparten alumbrándose con lamparillas de petróleo. En un traslado así, a veces para llegar a Dudinka hacía falta un mes. (Ahora, naturalmente, el viaje puede hacerse en una semana.) No era extraño que debido a los bancos de arena y a otras dificultades de la navegación fluvial el viaje se alargara más de lo previsto, por lo cual los víveres embarcados no bastaban, y entonces no daban comida alguna durante varios días (y como es natural, después nadie les compensaba «lo perdido»).
Mi avisado lector puede adivinar el resto sin mi ayuda: vista la situación, los cofrades ocupan el piso superior de la sentina, cerca de la escotilla, o sea, donde hay más aire y luz. Controlan la distribución del pan siempre que les haga falta y si el traslado está siendo duro no se andan con remilgos y
bañen el santo chusco*(es decir, se hacen con la ración del gris rebaño). Durante el largo camino, los ladrones matan el tiempo jugando a los naipes, que ellos mismos se fabrican. Sacan para apuestas sometiendo a los
panolisal
pasamanos,o sea, cacheándolos a todos a fondo, tanto a los de su sector de la gabarra como a los de cualquier otro. Durante cierto tiempo las cosas robadas se ganan y pierden varias veces a las cartas, pero luego se envían arriba, a la escolta. Sí, el lector lo ha adivinado: los cofrades
echan alpiste alos guardianes y éstos se quedan los objetos robados o los venden en los embarcaderos y entregan a cambio comida a los ladrones.