La ventaja del nuevo decreto estaba, en primer lugar, en que era reciente: una vez promulgado el decreto se cometerían con más intensidad aquellos delitos concretos y quedaría asegurada una abundante riada de nuevos condenados. Pero su mayor ventaja estaba en las penas: si por miedo no era una sino tres («banda organizada») las muchachas que habían ido por espigas, o bien habían ido por pepinos o manzanas algunos crios de doce años, entonces les caían hasta
En los tiempos inmediatamente posteriores al decreto, divisiones enteras de subditos rurales y urbanos fueron enviados a desterronar las islas del Gulag, para relevar a los indígenas fallecidos. Cierto que estas riadas fluían a través de la policía y de los tribunales ordinarios, para no atascar las alcantarillas de la Seguridad del Estado, que estaban al máximo de su capacidad desde que empezó la posguerra.
Esta nueva línea de Stalin, según la cual, tras derrotar al fascismo, había que encarcelar con más saña, en mayores cantidades y por más tiempo que nunca, repercutió de inmediato, como es natural, en los presos políticos.
En 1948-1949, la sociedad asistió al incremento de la persecución y la vigilancia que se hizo notoria con la comedia, aunque trágica, de los
Se conoció así, en el lenguaje del Gulag, a los desdichados supervivientes de 1937, los que consiguieron superar diez años imposibles e invivibles, y que ahora, en 1947-1948, desmoronados tras el martirio, ponían su vacilante pie en la tierra de la
Y vinieron por todos ellos, apenas aclimatados a sus nuevos lugares de residencia, a sus nuevas familias. Los fueron cogiendo con el mismo paso cansino con que ellos mismos se arrastraban. Pero ya conocían de antemano todo el vía crucis. Ya no preguntaban «¿Por qué?», ni decían a sus parientes «volveré», se ponían la ropa más sucia, echaban picadura barata en la petaca que aún guardaban del campo penitenciario e iban a firmar el acta. (Siempre era lo mismo: «Estuvo usted preso?» «Sí.» «Pues tenga, otros
Cayó entonces en la cuenta el Egócrata de que era poco meter en prisión a los supervivientes de 1937. ¡Había que encerrar también a los hijos de sus enemigos jurados! O si no crecerían y se les ocurriría vengarse. (O quizá fuera que después de una cena pesada había tenido un mal sueño con esos hijos.) Examinaron la cuestión, hicieron números: habían encerrado a los hijos, pero a pocos. Habían metido entre rejas a los hijos de los mandos militares, ¡pero no a todos los hijos de los trotskistas! Y fluyó la riada de los «hijos-vengadores». (Entre los hijos que arrastró estaban Lena Kósyreva, de diecisiete años, y Elena Rakóvskaya, de treinta y cinco).
Después de la gran mezcolanza europea, Stalin consiguió en 1948 fortalecer de nuevo los muros,
construir un techomás bajo y llenar este espacio cerrado con el mismo aireviciado de 1937.Y en 1948, 1949 y 1950, cayeron:
—los espías imaginarios (hace diez años habían sido germano-nipones, ahora, anglo-norteamericanos);
—los creyentes (esta vez, sobre todo las sectas);
—los genetistas y seleccionadores, vavilonistas y mendelistas que aún no habían cazado;
—intelectuales que, simplemente, pensaban por su cuenta (con especial rigor, los estudiantes) y no temían bastante a Occidente. La moda era colgarles: VAT-elogio de la técnica norteamericana, VAD-elogio de la democracia norteamericana, PZ-admiración por Occidente.
Eran riadas parecidas a las de 1937, pero con otras condenas: ahora el rasero ya no era el patriarcal