– Segundo. Si tienes demasiado miedo o estás de alguna manera dolorida, tu palabra de seguridad es rojo. Si utilizas esa palabra, todo se detiene. Es el equivalente a llamar al nueve-uno-uno, así que no la uses a la ligera.
Una manera de salir. Eso era bueno. Se dio cuenta que sus manos estaban frías sin su caliente agarre.
– Pero, Jessica. -Las puntas de sus dedos le levantaron la barbilla para inmovilizarla con una dura mirada color gris. -Si tú estás dolorida o tienes miedo, simplemente me lo dices. -Sus labios se curvaron hacia arriba. -Si yo estoy haciendo bien mi trabajo, lo sabré, sin embargo, espero que compartas lo que sientes conmigo.
¿Desnudar sus pensamientos, sus emociones? ¿Podría incluso el sexo con él ser tan íntimo? Ambas cosas la dejarían vulnerable… Esto realmente no era una buena idea, ¿verdad?
– Señor, yo pienso…
– Piensas demasiado a veces, -murmuró, liberándole las manos para enredar sus dedos en su cabello. -Esto es placer, no un examen de la universidad. -Inclinándole la cabeza hacia atrás, su boca se cerró sobre la de ella en un tierno beso. La besó lentamente, profundamente, como si tuviera todo el tiempo del mundo. Su piel se calentó y de pronto estaba lista para sentir sus manos sobre ella, quería sus manos sobre ella. Ella cerró sus dedos en su sedoso cabello, y le devolvió el beso hasta que su cabeza le daba vueltas.
Ella apenas se dio cuenta cuando él se puso de pie, su boca aún sobre la de ella, cuando él la tiró sobre sus pies. Dio un paso atrás, dejándola sin aliento, sus labios hormigueando.
Sus ojos estaban oscurecidos, su boca era una línea firme cuando la giró hacia la cama. Flexionándola hacia delante, le puso sus manos sobre la fría seda del cobertor.
– No muevas las manos de donde las puse, -dijo. -¿Entendido?
Oh…
– Di: “Sí, señor”, así sé que me estás escuchando.
– Sí, señor -susurró, y se estremeció.
– Muy bonito. -Acarició su mejilla. Entonces sintió sus manos sobre su cintura, abriendo la falda. Sus dedos eran firmes, seguros. Cuando la falda se agrupó alrededor de sus pies, dejándola desnuda de cintura para abajo, se sacudió y empezó a ponerse de pie.
– Quédate en el lugar, pequeña. -Su mano presionó sobre su espalda, inmóvil hasta que ella volvió a su posición con las manos apoyadas sobre la cama. Y luego la tocó, masajeando sus doloridas nalgas, murmurando en el placer. -Tienes un hermoso culo, Jessica. Perfecto para mis manos.
Sus dedos se deslizaron por la grieta entre sus mejillas, tocándole los pliegues tan íntimamente que se quedó sin aliento.
– Ya estás húmeda para mí, -dijo con voz profunda. Deslizó los dedos por su humedad una y otra vez hasta que su raja estaba en llamas y sus caderas se retorcían sin control. Pero se las arregló para mantener sus manos quietas.
– No te moviste. Buena chica, -le dijo, y la aprobación en su voz la llenó de placer.
– Date la vuelta ahora. -Él la ayudó a ponerse de pie y resueltamente sacó su camiseta sobre su cabeza, dejándola completamente desnuda. -Ah, eres una mujer hermosa, Jessica, -dijo, sus ojos ardiendo mientras se tomaba su tiempo observándola, su mirada tan caliente como lo habían estado sus manos.
Él realmente actuaba como si ella fuera bonita. Ella podría escuchar eso toda la noche.
Sus cálidas manos corrieron hacia arriba de sus brazos.
– Tu piel es como el terciopelo caro, gatito, -murmuró antes de acariciar a través de su clavícula. Sus pezones se apretaron en una dolorosa necesidad, incluso antes de que él los tocara y acariciara con las puntas de sus dedos.
– Arriba de la cama ahora, -dijo, su voz profunda y suave. La empujó delante de él hasta que llegó a la mitad. Con manos firmes, la hizo rodar sobre su espalda, la forma de manejarla con tanta facilidad la sorprendió. Él se sentó a horcajadas sobre ella, una rodilla a cada lado de su cintura. Lo miró. Su mandíbula era dura, oscuramente sombreada, y sus labios firmes estaban curvados en una pequeña sonrisa.
Le acarició el pelo.
– ¿Confías en mí en que no voy a hacerte daño, Jessica?
Ella asintió con la cabeza, y él esperó hasta que ella le susurró:
– Sí, señor.
– Buena chica. -Sus ojos nunca abandonaron los de ella, le cogió una mano y la levantó hacia la cabecera de la cama, envolviendo una suave correa a su alrededor. Y luego lo hizo con la otra. Tan rápidamente, tan fácilmente, y luego se movió para acostarse a su lado.
Cuando sus ojos dejaron los suyos, ella sintió una descarga ardiendo a través suyo. Tiró en contra de las correas, dándose cuenta de su vulnerabilidad.
– No. No me gusta esto. Déjame ir.
– Jessica, mírame. -Él ahuecó su mejilla con una gran mano, obligándola a encontrarse con su oscura mirada. Su demoledora, directa mirada. -Confía en mí para cuidarte, gatito. ¿Puedes hacer eso?