Читаем Cuentos de la Alhambra полностью

Detrás seguía un numeroso séquito de cortesanos, lujosamente ataviados con trajes y turbantes de variados colores, y en medio de ellos, sobre un caballo de guerra hermosamente enjaezado, iba el rey Boabdil el Chico, cubierto con su manto real adornado de ricas joyas y con una corona esplendorosa de diamantes. La admirada muchacha lo reconoció por su barba rubia y por el gran parecido que tenía con su retrato, que había visto mil veces en la galería de pinturas del Generalife. Contemplaba con pasmo la joven aquella regia pompa conforme iba pasando el cortejo por entre los árboles; mas, aunque persuadida de que aquel monarca y aquellos cortesanos y guerreros tan pálidos y silenciosos eran cosa sobrenatural y de magia y encantamiento, los miraba sin ningún temor; ¡tal valor le había infundido ya el virtuoso talismán de la manecita que llevaba pendiente del cuello!

Luego que pasó la cabalgata, se levantó y la siguió. Se dirigió la extraña procesión hacia la gran Puerta de la Justicia, que estaba abierta de par en par; los centinelas que estaban dando la guardia dormían en los bancos de la barbacana con un profundo y al parecer mágico sueño, pasando la fantástica comitiva por su lado sin hacer el más leve ruido, con banderas desplegadas y en actitud de triunfo. Sanchica quiso seguirla, pero, con gran sorpresa suya, vio una abertura en la tierra, dentro de la barbacana, que conducía hasta los cimientos de la Torre. Internose un poco dentro de ella y atreviose a descender por la abertura, por unos escalones informemente cortados en la roca viva, y penetró luego en un pasadizo abovedado, iluminado de trecho en trecho con lámparas de plata, las cuales, al propio tiempo que iluminaban, despedían un perfume embriagador. Aventurose la chica más y más, hasta que se encontró en un gran salón abierto en el corazón de la montaña, magníficamente amueblado al estilo morisco e iluminado con lámparas de plata y cristal. Allí, recostado en un diván, aparecía como amodorrado un viejo de larga barba blanca y vestido a la usanza morisca, con un báculo en la mano, que parecía que se le escapaba de los dedos a cada instante, y sentada a corta distancia de él una bellísima doncella, vestida a la antigua española, ciñendo su frente una diadema cuajada de brillantes y con su dorada cabellera salpicada de perlas, la cual pulsaba dulcemente una lira de plata. La hija de Lope recordó entonces cierta historia que ella había oído contar a los viejos habitantes de la Alhambra acerca de una princesa goda que se hallaba cautiva en el centro de la montaña por las artes y hechizos de un viejo astrólogo árabe, al cual tenía ella a su vez aletargado en un sueño perpetuo gracias al mágico poder de su peregrina lira.

La dama cautiva manifestó gran sorpresa al ver a una persona en carne mortal en su fatídica morada.

-¿Es la víspera de San Juan? -preguntó a la muchacha.

-Sí, señora -respondió Sanchica

-Entonces está en suspenso por esta noche el mágico encantamiento. Acércate, hija mía, y nada temas; soy cristiana como tú, aunque me ves aquí hechizada por arte mágica. Toca mis cadenas con ese talismán que pende de tu cuello y me veré libre por esta noche.

Esto diciendo, entreabrió sus vestidos, dejando ver una ancha faja de oro que sujetaba su talle y una cadena del mismo metal que la tenía aprisionada al suelo. La niña aplicó sin vacilar la manecita de azabache a la faja de oro, e inmediatamente cayó la cadena a tierra. Al ruido despertose el astrólogo y comenzó a restregarse los ojos; pero la cautiva pasó suavemente los dedos por las cuerdas de la lira, y volvió de nuevo el anciano a su letargo y a dar cabezadas y a vacilar su báculo en la mano.

-Ahora -le dijo la joven- toca su báculo con la mágica manecita de azabache.

Obedeció la muchacha, y deslizósele al viejo la vara mágica de su diestra, quedándose profundamente dormido en su otomana. La dama aproximó su lira al diván apoyándola sobre la cabeza del aletargado astrólogo; después hirió de nuevo las cuerdas hasta que vibraron en sus oídos.

-¡Oh poderoso espíritu de la armonía! -dijo la cautiva-. Ten encadenados sus sentidos hasta que venga el nuevo día.

-Ahora sígueme, hija mía -continuó-, y verás la Alhambra como estuvo en los días de su esplendor, pues posees un talismán que descubre todas sus maravillas.

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