Читаем Cuentos de la Alhambra полностью

Sanchica siguió a la cautiva cristiana sin desplegar sus labios. Pasaron el umbral o barbacana de la Puerta de la Justicia y llegaron a la Plaza de los Aljibes, la cual estaba poblada de soldados de caballería e infantería morisca formados en escuadrones y con banderas desplegadas. Veíanse luego guardias reales en la puerta del Alcázar y largas filas de negros africanos con sus cimitarras desnudas, sin pronunciar palabra. Sanchica pasó sin recelo alguno detrás de su guía. Su asombro creció de punto cuando entró en el Palacio real, pues; a pesar de haberse ella criado en aquellos sitios, como la luna iluminaba intensamente los regios salones, los patios y los jardines, se veía todo tan claro como de día, ofreciendo aquellos aposentos un aspecto enteramente diferente del que presentaban ordinariamente a sus habitantes y espectadores. Las paredes de las habitaciones no parecían manchadas ni agrietadas por la inclemencia del tiempo; en vez de verse llenas de telarañas, estaban cubiertas con ricas sedas de damasco, y los dorados y pinturas arabescas con su frescura y brillantez primitivas; los salones, en lugar de estar desamueblados y desnudos, hallábanse adornados con riquísimos divanes y otomanas cuajados de perlas y recamados de piedras preciosas, y todas las fuentes de los patios y jardines arrojaban surtidores de agua preciosísimos.

Las cocinas del antes desierto Alcázar estaban entonces funcionado de nuevo, viéndose en ellas multitud de marmitones ocupados en condimentar riquísimos y suculentos manjares y en aderezar sinnúmero de espectros de pollos y perdices; infinitos criados iban y venían con deliciosas viandas, servidas en vajilla de plata, destinadas al espléndido banquete. El Patio de los Leones estaba repleto de guardias, de cortesanos y alfaquíes, como en los antiguos tiempos de los moros, y en uno de los extremos de la Sala de la Justicia se veía sentado en su trono el rey Boabdil rodeado de su corte y empuñando en su mano un quimérico cetro. A pesar de tan inmensa muchedumbre, no se oía ruido alguno de pasos ni de voz humana, interrumpiendo sólo la caída del agua en las fuentes el silencio de la medianoche. La joven Sanchica siguió a la hermosa cautiva por todo el Palacio, muda de asombro, hasta que llegaron a una puerta que conducía a los pasadizos abovedados que se hallan por bajo de la Torre de Comares. A cada lado de la puerta se veía la escultura de una ninfa de hermoso y puro alabastro; sus cabezas se hallaban vueltas hacia un mismo lado y miraban a un mismo sitio dentro de la bóveda. Detúvose la dama encantada e hizo señas a la niña para que se le acercase.

-Aquí -le dijo- existe un gran misterio, que te voy a revelar en premio de tu fe y de tu valor. Estas mudas estatuas vigilan un tesoro que ocultó en este lugar un rey moro desde tiempos antiquísimos. Di a tu padre que abra un agujero en el sitio hacia donde tienen las ninfas fijos los ojos, y se encontrará una riqueza con la cual será más poderoso que cuantas personas existen en Granada; pero es preciso que sepas que tus puras manos únicamente, dotada como estás de ese talismán, podrán sacar el tesoro. Por último, di también a tu padre que use de él con discreción y que dedique una parte del mismo en decirme diariamente misas para que pueda llegar a verme libre de este mágico encantamiento.

Dichas estas palabras, condujo a la niña al pequeño Jardín de Lindaraja, contiguo a la bóveda de las estatuas. La luna jugueteaba sobre las aguas de la solitaria fuente que hay en el centro del jardín, derramando una tenue luz sobre los naranjos y limoneros. La hermosa dama cortó una rama de mirto y coronó a la niña con ella.

-Esto te recordará -le dijo- lo que te he revelado y servirá de testimonio de su veracidad. Ha llegado mi hora, y es fuerza que vuelva al salón encantado; no me sigas, no sea que vaya a ocurrirte alguna desgracia. ¡Adiós! ¡Acuérdate de mis encargos y haz que digan misas para mi desencanto!

Y diciendo estas palabras, internose la dama en el pasadizo oscuro de debajo de la Torre de Comares y desapareció. Oyose en aquel momento el lejano canto de un gallo allá por bajo de la Alhambra, en el Valle del Dauro, y luego apareció una pálida claridad por las montañas del Oriente; levantose una brisa suave, se oyó cierto ruido por los patios y corredores, como el que hace el viento cuando arrastra las hojas secas de las alamedas, y se fue cerrando una puerta tras otra con estrépito infernal.

Volvió Sanchica a recorrer los mismos sitios que antes había visto poblados por la fantástica muchedumbre, pero Boabdil y su corte habían desaparecido. La luz de la mañana sólo dejaba ver los salones como siempre, desiertos, y las galerías despojadas del pasajero nocturno esplendor, manchadas, deterioradas por el tiempo y cubiertas de telarañas; sólo los murciélagos revoloteaban a la incierta luz del crepúsculo y las ranas cantaban en el estanque.

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