Читаем Cuentos de la Alhambra полностью

Nunca cazador ni galgo corrieron una posta más endemoniada que aquélla, por la alameda de la Alhambra, la plaza Nueva, el Zacatín y plaza de Bibarrambla, como alma que lleva el diablo. En vano invocaba el buen padre a todos los santos del calendario y a la Santísima Virgen María; cada nombre sagrado que pronunciaba surtía el efecto de un espolazo, haciendo botar al Velludo hasta los tejados de las casas. Durante toda la noche anduvo el desdichado fray Simón correteando calles contra su voluntad, doliéndole todos los huesos de su cuerpo y sufriendo tan horrible magullamiento que causa lástima el referirlo. Al fin el canto del gallo anunció la venida del día, y lo mismo fue oírle, que volvió pies atrás el fantástico animal y escapó corriendo hacia su Torre. Atravesó de nuevo como una furia la plaza de Bibarrambla, el Zacatín, la plaza Nueva y la alameda de la Alhambra, seguido de los siete perros, que no paraban de aullar y ladrar, mordiéndole los talones al aterrorizado fraile. No había hecho más que apuntar el crepúsculo matutino cuando llegaron a la Torre; aquí la quimérica cabalgadura soltó un par de coces que hicieron dar al reverendo un salto mortal en el aire, mal de su agrado, y desapareció en la oscura bóveda, seguida de la infernal traílla de perros, sobreviniendo el más profundo silencio después de sus horribles clamores.

¿Se le jugó nunca en la vida partida más serrana a un reverendo fraile? Un labrador que iba a su trabajo muy de mañana encontró al asendereado fraile Simón tendido bajo una higuera al pie de la Torre; pero tan aporreado y maltrecho, que apenas podía hablar ni moverse, fue llevado con mucho cuidado y solicitud a su celda, y se cundió la voz de que había sido robado y maltratado por unos ladrones. Pasaron uno o dos días antes de que pudiera moverse, y consolábase entretanto pensando que, aunque se le había escapado el mulo con el tesoro, había atrapado anteriormente una buena parte del botín. Su primer cuidado, luego que pudo valerse, fue buscar debajo de su colchón en el sitio donde había escondido la guirnalda de mirto y la bolsa de cuero que había sacado a la mujer de Lope Sánchez; pero ¡cuál no sería su desesperación al ver que la guirnalda se había convertido en una simple rama de mirto y que la bolsa de cuero estaba llena de arena y de chinarros!

Fray Simón, a pesar de su disgusto, tuvo la discreción de callarse, pues de divulgar aquel secreto habría de pasar forzosamente por un ente miserable a los ojos de la gente y atraerse el condigno castigo de su superior, no refiriendo a nadie su trote nocturno sobre el Velludo hasta que, pasados muchos años, lo reveló a su confesor en el lecho de muerte.

No se supo nada por mucho tiempo de Lope Sánchez desde que desapareció de la Alhambra. Recordábanse con agrado sus condiciones de hombre jovial, explicándose todos generalmente, como hemos dicho, las tristezas y melancolías que se habían apoderado de él antes de su desaparición misteriosa, como consecuencia de un extremo estado de indigencia. Pasados algunos años, ocurrió que uno de sus antiguos camaradas, un soldado inválido que se encontraba en Málaga, fue atropellado por un coche de seis caballos. Detúvose al momento el carruaje y bajó a ayudar a levantar al pobre invalido un señorón ya anciano, elegantemente vestido, con peluquín y espada. Cuál no sería el asombro del veterano al reconocer en este gran personaje a su antiguo convecino Lope Sánchez, el cual iba a celebrar en aquel mismo instante el casamiento de su hija Sanchica con uno de los grandes del reino.

En el carruaje iban los contrayentes. La señora de Sánchez, que también iba allí, se había puesto tan gruesa que parecía un tonel, e iba adornada con plumas, alhajas, sartas de perlas, collares de diamantes y anillos en todos los dedos, y con un lujo asiático que no se había visto igual desde los tiempos de la reina Saba. La niña Sanchica estaba ya hecha una mujer, y en cuanto a belleza y donosura, podría pasar por una gran duquesa y aun también por una princesa. El novio iba sentado junto a su prometida: era un tipo raquítico y, al parecer, hombre gastado, lo cual era señal y prueba de ser de sangre azul, todo un grande de España, con cinco pies apenas de estatura. Estas nupcias habían sido arregladas por la madre.

Las riquezas no habían empedernido el corazón del honrado Lope; hospedó, pues, a su antiguo camarada en su propia casa por algunos días, tratándolo a cuerpo de rey, llevándolo a los teatros y corridas de toros, y regalándole a la despedida, como muestra de cariño, una buena bolsa de dinero para él y otra para que la distribuyese entre sus antiguos compañeros inválidos de la Alhambra.

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