Los peligros del camino dan también lugar a un modo especial de viajar, parecido, aunque en pequeña escala, a las caravanas del Oriente. Los arrieros se reúnen y emprenden juntos la caminata en largo y bien armado convoy y en ciertos y determinados días; y, a la vez, algún que otro viajero aumenta el número y contribuye a la general defensa. En este primitivo modo de viajar está el comercio del país. El mulatero es el ordinario medianero del tráfico y el legítimo viajero de la tierra: él atraviesa la Península desde los Pirineos y las Asturias hasta las Alpujarras, la Serranía de Ronda y aun hasta las puertas de Gibraltar. Vive sobria y duramente; sus alforjas de tela burda constituyen su mezquina despensa de provisiones; una bota de cuero pendiente de su arzón contiene vino o agua, que le da refuerzo a través de aquellas estériles montañas y secas llanuras; una manta de mula tendida en la tierra le sirve de cama por la noche y la albarda de almohada. Su pequeño pero bien formado y membrudo cuerpo indica su vigor; su tez es morena y tostada por el sol; su mirada resuelta, pero tranquila en su expresión, excepto cuando se enardece por alguna repentina emoción; su porte es franco, varonil y cortés, y nunca pasa junto a alguno sin dirigirle este grave saludo: «Dios guarde a usted», «Vaya usted con Dios, caballero».
Como estos hombres llevan constantemente toda su fortuna entregada al azar en las cargas de sus acémilas, tienen siempre sus armas a mano, colgadas de los aparejos y prontas para poderlas coger en alguna desesperada defensa; pero, como viajan reunidos en gran número, se hacen temibles a las partidas de merodeadores, y el solitario bandolero, armado hasta los dientes y montado en su corcel andaluz, anda recelosamente acechándolos, como el pirata que persigue un barco mercante, sin tener valor para dar el asalto.
Los arrieros españoles tienen un inagotable repertorio de cantares y baladas, con las que se entretienen en sus continuos viajes. Sus aires musicales son severos al par que sencillos, y consisten en suaves inflexiones; cantan en alta voz y sostienen el canto modulado cadencias, sentados a mujeriegas en su mulo, que parece escucha con pausada gravedad y a la vez guarda con el paso el compás de las cantinelas. Las coplas que cantan son casi siempre referentes a algún antiguo y tradicional romance de moros, o a alguna leyenda de un santo, o de las llamadas «amorosas»; otras veces -y esto es lo más frecuente- entonan una canción sobre algún temerario contrabandista, pues el bandolero y el bandido son héroes poéticos en España entre la gente baja. Ocurre a menudo que los arrieros improvisan en el acto coplas, inspirándose en algún paisaje que se les presenta o sobre algún incidente del viaje; esta vena fácil para componer e improvisar es característica en España, y, según se dice, heredada de los moros. Se siente, pues, una mezcla de severidad y encanto al oír estas estrofas en los agrestes y salvajes parajes en que se modulan, y más yendo acompañadas del especial retintín de los campanillos de las mulas.
Ofrece también el cuadro más pintoresco una banda de arrieros atravesando por el paso de una montaña: primero se oyen los campanilleros, que turban con su monótono sonido el silencio de la elevada cumbre, o acaso la voz del mulatero arreando a alguna perezosa o rezagada bestia, o bien cantando con toda la fuerza de sus pulmones algún romance tradicional. Otras veces se ve una recua al borde de un horrible desfiladero, o descendiendo por agrias pendientes, de tal modo que parece destacarse de relieve en el firmamento, o bien caminando junto a terribles precipicios que se abren bajo sus pies. A medida que se acercan las bestias se van distinguiendo sus vistosos arreos de cáñamo bordado, sus penachos y sus mantas; y al pasar por nuestro lado nos hace recordar la poca seguridad que ofrece el camino su inseparable trabuco pendiente de los fardos y de las mantas.
El antiguo reino de Granada, del cual estábamos ya a muy corta distancia, es una región de las más montañosas de España. Vastas sierras desnudas de pastos y arboledas y formadas de variados mármoles y granitos elevan sus crestas sombrías y negruzcas hasta la región de los cielos; pero en sus rugosos senos crecen fertilísimos y verdes valles, luchando por dominar en ellos la aridez y la vegetación de tal modo, que la misma piedra viva se ve obligada a producir higueras, y el naranjo y el limonero crecen junto al mirto y el rosal.