Читаем Cuentos de la Alhambra полностью

-Pues, señor: el personaje de mi cuento era uno de esos hombres de que hablábamos hace poco; era un nevero de Sierra Nevada. Sabrá usted que hace muchos años, en tiempos de mi abuelo, había un viejo llamado el Tío Nicolás, el cual con los serones de su acémila cargados de nieve, volvía de la Sierra. Cuando empezó a sentirse soñoliento se montó en el mulo y quedose dormido al poco tiempo; el hombre iba dando cabezadas y bamboleándose de un lado a otro, mientras su segura acémila marchaba por el borde de los precipicios, bajando pendientes y escabrosos barrancos, tan firme y diligente como si anduviera por el llano. Al cabo de algún tiempo el Tío Nicolás se despertó, miró a su alrededor, y quedose asombrado y atónito... ¡Y en verdad que había motivos para ello! Pues a la hermosa luz de la luna, que alumbraba como si fuera de día, vio la ciudad por debajo tan perfectamente como una taza de plata a la luz del astro de la noche, pero ¡por Dios, señor, que no se parecía en nada a la ciudad que él había dejado unas cuantas horas antes! En vez de la Catedral con su gran cúpula y sus torrecillas, las iglesias con sus campanarios y los conventos con sus chapiteles, todos coronados con la sagrada cruz, no vio sino mezquitas moriscas, minaretes y cúpulas terminadas en relucientes medias lunas, tal cual se ven en las banderas berberiscas. Ahora bien, señor: como ya le he indicado, el Tío Nicolás se quedó hecho una pieza al ver aquello; pero he aquí que, mientras estaba embobado mirando hacia la ciudad, un formidable ejército subía la montaña, girando en torno del barranco, viéndosele unas veces a la luz de la luna, y ocultándose otras en la oscuridad. Cuando ya se aproximó, distinguió perfectamente que eran soldados de infantería y de caballería armados a la usanza morisca. El Tío Nicolás intentó salirse del camino, pero su viejo mulo se mantuvo firme y se resistía a dar un paso, temblando al mismo tiempo, como la hoja en el árbol, pues los animales, señor, se asustan tanto de estas cosas como las mismas personas racionales. El fantástico ejército no tardó en pasar junto a ellos; entre aquellos guerreros iban unos -al parecer- tocando trompetas, y otros, tambores y címbalos; y, sin embargo, no se oía ningún sonido; antes al contrario, iban todos marchando sin hacer el menor ruido -del mismo modo que los ejércitos pintados que he visto muchas veces desfilar en el escenario del teatro de Granada-, y sus rostros eran pálidos como la muerte. A la retaguardia del ejército, y entre dos negros moros a caballo, cabalgaba el gran inquisidor de Granada en una mula blanca como la nieve. El Tío Nicolás quedose admirado de verlo en semejante compañía, pues el inquisidor era famoso por su odio a los moros y a toda clase de infieles, judíos o herejes, y acostumbraba perseguirlos a sangre y fuego. Sin embargo, el Tío Nicolás se creyó a salvo teniendo a mano un sacerdote de tanta santidad; por lo que, haciendo la señal de la cruz, le pidió a voces su bendición, cuando, ¡hombre!, le arrimó un porrazo mayúsculo en la cabeza, y él y su mulo vinieron a parar al fondo de un barranco, rodando unas veces de cabeza y otras de pie. El Tío Nicolás no dio cuenta de su persona hasta después de salir el sol, encontrándose en aquella profunda sima con el mulo paciendo a su lado y la nieve de los serones completamente derretida. Se arrastró a duras penas hasta Granada, con el cuerpo molido y magullado; pero ¡cuánta no fue su alegría al encontrar la ciudad como siempre, con las iglesias cristianas coronadas de cruces! Cuando contó la historia de su aventura nocturna todos se reían de él: unos le decían que aquello sería un sueño que habría tenido mientras dormitaba en su mulo; otros que eran invenciones suyas; ¡pero lo más extraño, señor, lo que más dio en qué pensar a las gentes en este negocio, fue que el gran inquisidor se murió en aquel mismo año! He oído también decir con frecuencia a mi abuelo el sastre que aquello de llevarse el ejército fantástico la contrafigura del clérigo tenía un significado mucho más grande que lo que la gente se pensaba.

-Entonces, ¿querrá usted decir, amigo Mateo, que aquí hay una especie de Limbo o Purgatorio morisco en el seno de estas montañas, al cual fue arrebatado el padre inquisidor?

-¡No quiera Dios, señor! No sé nada de esto. Yo solamente cuento lo que oí a mi abuelo.

Al mismo tiempo que Mateo concluía esta conseja -que he procurado relatar sucintamente, y que él ilustró con muchos comentarios y detalles minuciosos-, nos encontrábamos de regreso en las puertas de la Alhambra.


Tradiciones locales

Перейти на страницу:
Нет соединения с сервером, попробуйте зайти чуть позже