– Ni segundo ni tercero, se lo aseguro, porque Natalia lo conoce desde niña y dice que sólo tiene ese malhumor permanente y ese amor eterno por sus padres. Fíjense ustedes que hasta sigue lavándoles el Daimler, todas las mañanas a la misma hora, y después se sienta y se pone a esperar órdenes hasta la hora de guardar el auto de nuevo. Ah, olvidaba explicarles lo de los estribos y el largo tan largo del Daimler. Es una limusín o
– No jodas, hombre, Carlitos. Las limusines son sólo para las funerarias.
– Pues pregúntenle al señor Molina y verán. Son sólo para las funerarias y para
Los mellizos Céspedes no le iban a preguntar nunca jamás nada en su puta vida al chofer uniformado Molina, que, antes de despedirse, dirigiéndose exclusivamente al señor Carlos Alegre, además, le recordó que a las trece horas lo estaría esperando, ya, como convenido, en este mismo lugar, y acto seguido se limitó a ser estrictamente un poquito más alto y más rubio que nunca, porque mientras subía al Daimler y ponía en marcha el motor, los estaba mirando de arriba abajo con los ojos más verdes que nunca y con el uniforme con más botas que nunca y más Miguel Strogoff que nunca, también, por consiguiente, aunque esto último en tecnicolor y en el cine de barrio Ollanta y con el actorazo ese de Curd Molina, perdón, Curd Jurgens, carajo, un error lo comete cualquiera, pero este hijo…
Molina y el Daimler ya habían torcido hace horas, a la derecha, para enrumbar nuevamente a Chorrillos y los mellizos continuaban parados ahí, odiándolo para siempre, encontrándolo simple y llanamente inexplicable, también para siempre, e intentando ver el automóvil por dentro.
– Pues me parece que ya va a ser bastante difícil ver el auto por dentro y por fuera, je -los despertó, literalmente Carlitos, o más bien los desextasió, je, je, y continuó contándoles que el Daimler es una maravilla y tiene miles de asientos-. Yo, por ejemplo, venía sentado en medio de la sala, al principio, pero de un solo miradón Molina me mandó para atrás, porque ése debe ser mi sitio, para siempre, y parece que él de eso sí que lo sabe todo porque hasta tiene libros sobre los choferes en la corte del rey Arturo y cosas semejantes, se lo juro. La propia Natalia me lo contó anoche, palabra de honor.
– El chofer de la familia de Larrea y Olavegoya, carajo, nada menos…
– Bueno ¿pero no les parece que deberíamos subir y estudiar un poquito siquiera, antes de que Molina regrese y nos encuentre todavía parados aquí? Francamente…
– Subamos, sí, Carlitos. Pero no sólo a estudiar. Tenemos algunas ideas, ya vas a ver. Llevábamos algún tiempo dándoles vueltas, pero con los líos en que te has metido, no sé, teníamos también nuestros temores. Pero, bueno, este Daimler como que lo aclara todo e inclina la balanza a nuestro favor. Basta con ver un carrazo así, compadre, para que nuestras dudas se desvanezcan y nuestras ideas brillen como nunca, para serte honesto. Y es que todo está clarísimo, ahora, hermanón.
Carlitos, por supuesto, no les entendió ni jota, de qué demonios le estaban hablando este par de locos, caray.
– Bueno, la verdad… je, je.
– Subamos, Carlitos. Esta mañana te lo aclaramos todo, y esta tarde estudiamos como nunca. ¿De acuerdo?
– Las cosas que se les ocurren a ustedes -fue lo único que se atrevió opinar a Carlitos, cuando Arturo y Raúl Céspedes terminaron de exponerle la larga serie de ideas y planes de acción que, además, ahora, con un Daimler a su disposición, a ellos les parecían alta y exitosamente ejecutables, por decir lo menos.
Los tipos estos sí que eran ciento por ciento increíbles, y sólo de escucharlos el pobre Carlitos se había debatido entre la más sonora carcajada y la más espantosa vergüenza. Y ahí andaba ahora pensando que, en cambio, eso sí, Lima entera se escandaliza porque Natalia y yo nos queremos tanto, y sin embargo la parejita esta es capaz de todo con tal de llegar sabe Dios dónde, cuando los mellizos casi lo matan de una verdadera andanada de palmadas de complicidad en el hombro y hablándole al mismo tiempo de los lazos de amistad que nos unen, Carlitos, desde el día en que, bueno…