Bueno, al grano. Después de muchas aventuras emocionantes y eso, me encontré con un brujo al que pedí que hiciera un conjuro para ir a un sitio que se llama el Inframundo, y me tuvo asando gatos vivos a fuego lento durante tres semanas o así, pero funcionó. El brujo me dio instrucciones y unos consejos y eso, pero yo tenía la cabeza como un bombo porque había bebido vino la noche antes y no capté todo lo que decía el brujo y además estaba nervioso porque por fin iba al Inframundo. «¡Cuidado con el Leteo, las aguas del olvido!», dijo el brujo, y yo ahí de pie, en la bodega de su castillo, con la cabeza dándome vueltas y eso, y pensando que ojalá me lo hubiera dicho antes de empezar a pimplar ayer. «¿Cuidado con qué? ¿El lechero?», le pregunto. «¡Leteo!», grita. Vale, tío. Me metí en esa cosa con forma de estrella que ha pintado en el suelo de la bodega.
Menudo sitio este. Hay un montón de gente gritando y llorando yeso, todos encadenados a las paredes y los túneles, vaya panorama para un resacoso. Me estaban hartando y quería matar a unos cuantos, pero aunque los rajaba seguían gritando y chillando y eso, así que era una pérdida de tiempo. Seguí bajando por los túneles y vi fuegos en agujeros y charcos de hielo con gente gritando dentro, y me preparé la espada y ojalá hubiera traído una botella de whisky porque me moría de sed.
Tuve que andar muchos kilómetros, pensando que encontraría una estación de tren enseguida, pero no tuve suerte, solo había esos cabrones gritando y aullando todo el tiempo y mucho humo y fuego y hielo y viento y eso. Pensé que podría beber un poco de agua de esos charcos, pero me acordé del agua esa del Lechero, o Letero, o lo que sea, y no bebí.
Al cabo de un rato, el ambiente se hizo más tranquilo; subí por un túnel muy largo hasta un sitio más claro, pero que seguía siendo bastante oscuro y triste, y llegué al final de un acantilado y vi debajo un río con nubes y niebla y eso. Ni un alma, ni siquiera uno de esos cabrones encadenados que gritaban. Ya pensaba que el brujo me había tomado el pelo. Menuda sed tenía, y parecía que no habría ningún bar por allí, solo las rocas y el río. Caminé por el borde del río un rato y me encontré a un tío que arrastraba una piedra redonda enorme hacia arriba de la colina. Parecía que lo hacía mucho, porque había un surco en el lado de la colina. «¿Qué pasa? Estoy buscando el ferry. ¿Hay algún puerto o algo por aquí cerca?», le pregunto. El tío ni me mira y sigue con su roca para arriba y cuando llega la roca se cae rodando abajo, y el muy burro baja corriendo a buscarla y la vuelve a subir. «¡Oye, tú!», le digo, pero no me hace caso, «¡Eh, el de la roca! ¿Dónde está el puerto para pillar el barco?». Le doy con la espada plana en el culo y me pongo delante de la roca para pararlo.
Qué mala suerte tengo, el subnormal no sabe ni hablar, dice cosas raras en un idioma raro y no pillo una mierda. A ver, déjame pensar. Intenté decirle por señas lo que estaba buscando, y me pareció que me entendía pero no dijo ni mu, y le dije que lo ayudaría a arrastrar la roca si él me ayudaba. El muy capullo me hizo subir la roca primero. Cuando llegamos arriba hice unos boquetes para que la piedra no se escape y eso. El tío estaba contento y señaló abajo, al río, y dijo: «Cabronte», o algo así, y luego desapareció en la niebla y la roca se quedó arriba de la colina.
Seguí caminando por el borde del río y vi un pájaro tremendo, enorme, volando en la niebla y aterrizando en una roca donde hay un tío atado, y el pájaro se le pone encima y se lo empieza a zampar y el tío gritaba y gritaba como un loco, pero cuando me acerco el pájaro se asusta o algo, porque se larga volando. Me subí a la roca para ver cómo está el tío, pero se curó rápido, porque no tenía ningún rasguño donde el pajarraco o el águila o lo que sea había empezado a merendar.
– Perdona, tío. ¿Voy bien para pillar el barco?
Otro espabilado. Intenté hablarle por señas, pero el tío ni caso. Seguía gritando y agitando las cadenas. Menuda pérdida de tiempo, como intentar cogerse la nariz con manoplas. El pajarraco volvió y empezó a arañarme en la cabeza, y yo no tenía el cuerpo para historias y cogí la espada y le corté una de sus alas; el pájaro se cayó al río y se fue flotando y pataleando. El tío de la roca empezó a patalear también y a mover las cadenas.
– Da igual, tío -le dije, y me bajé de la roca.
Ni puerto, ni leches. Me quedé mirando el río y pensando en beber un poco de agua.
Adivina, adivinanza.
Ni hombre ni mujer soy.
Si me buscas, me encontrarás hoy
cuando lo adivines…
«Ay, cállate», dije a la daga mientras la agitaba delante de mi cabeza, porque estaba muy preocupado y con la cabeza como un bombo.
Adivina, adivinanza.
Por el mar surcan las olas.
Por el aire vuelan en el cielo.
Cuando digas las palabras mágicas,
el ave emprenderá el vuelo…