Читаем El puente полностью

Toco el cuadro y resulta que parece de cristal. Voy a la habitación que hay detrás, pero no hay nada de nada. Ni una ventana y eso.

– ¿Y por qué no puedo matarlo? -le pregunto a la pelirroja.

– Porque él se convertirá en ti; tú te matarás a ti mismo y él vivirá de nuevo, en tu cuerpo. Ahora, márchate. No mires la cabeza de Medusa, y no cojas la…

Entonces el cuadro cambia y la voz se pierde, parece como cuando la tía fea esa silbaba. Le pego un toque con la punta de la espada y va y se rompe. Y un trozo de cristal me da en la cara y me sale sangre otra vez. Menuda mierda. Me doy la vuelta para largarme y veo que hay una cosa pequeña de oro como una estatua de una rana grande o algo, sentada en el borde de una ventana. Pesa un huevo, así que debe de ser de oro, así que me la llevo en el bolsillo y me largo de aquí. Total, el tío de la cama parece que está medio muerto ya, así que da igual. Pensé que miraría a la piba del cuadro, pero estaba cansándome y eso, y no tenía nada para beber ni para comer, o sea que decidí largarme a casa. Casi me caigo encima del cuerpo de la tía fea. Entonces me acordé del Cabronte y pensé que pocos perros más debían de correr por allí, así que le corté la cabeza a la tía y me la colgué al hombro. Sus pelos parecían serpientes, de verdad.

Volví donde Cabronte y su barco, y el hombre todavía estaba con los brazos cruzados con esa cara de cabreo y eso.

– Qué pasa, Cabronte. Oye, que no había ningún perro y le he cortado la cabeza a esta mujer. ¿Te vale?

Le enseñé la cabeza de la tía fea y el tío parecía que se asustaba y eso. ¡Y lo más fuerte es que el tío se hizo de piedra delante de mis propios ojos! El tío-estatua se cargó el suelo del barco y se fue para abajo, y el barco se hundió en el agua. Joder, qué susto. Enseguida tire la cabeza de la mujer aquella al agua. Menuda mala suerte. ¿Y a mí por qué no me habrá pasado lo mismo? Me senté en la orilla y pensé que no era mi día de suerte. Qué va.

Entonces me pareció que escuchaba un ruido que venía de mi bolsillo y saqué la estatua pequeña de oro que parecía una rana, pero tenía como unas alas en la espalda. La miré y miré el agua y pensé que podía nadar con ella tranquilamente. Tuve que dejar la armadura mágica y eso, me puse la espada en la espalda atada en el cinturón, y el cinturón alrededor de la estatua dorada, y me metí en el agua y empecé a nadar. Llevaba los calcetines puestos y la daga mágica metida en uno. Está complicado lo de nadar tan cargado de cosas, pero nadaré como un chucho y ya está. Al final llegué a la otra orilla del río. El agua no estaba mala y además yo tenía sed. Me senté en el borde, al lado de la roca del tío encadenado, pero el pajarraco muerto ya no estaba. Pero el tío de la roca estaba muerto porque parecía que algo le había salido de dentro y había explotado y estaba por todas partes. Un poco asqueroso. La estatua dorada hacía otro ruido diferente muy raro. No sabía si me estaba diciendo algo o si el golpe de la cabeza que me había hecho antes me hacía escuchar voces y eso. Pero la estatua pequeña dorada hacía como un ruido y me la acerqué a la oreja a ver qué. Menuda cagada.

– Bien, bien. Lo honra, y mucho, el haberse dignado a venir a rescatarme de las entrañas del Infierno. No pensé que el sueño telepático acerca de la Bella Durmiente fuera a funcionar entre ambos mundos, y tampoco creí que lo fuera a lograr. Aunque debería de haber supuesto que pasaría perfectamente por una sombra; nunca fue usted brillante ni en sus mejores momentos, ¿me equivoco? Por otro lado, juraría que estas rocas son metamórficas y no ígneas… Bien, pequeño Orfeo, salgamos de aquí antes de que consiga que lo conviertan en algo. Sugiero que…

(Y yo pienso: Oh, no…)


Adivina, adivinanza…


– Madre de Dios. Un arma como las de los bardos. ¿Cómo demonios es posible que esto haya llegado a sus toscas manos? ¿Acaso la encontró usted, o fue al contrario? En fin, sea como fuere, si hay algo que no soporto es a los objetos que hablan. ¡¡Silencio!!

Y se calló la boca. La daga no dijo una puñetera palabra más. Pero la estatua pequeña de la rana que tenía en la oreja ya no era de oro y se había sentado encima de mi hombro y parecía como un gato o un mono y hablaba con una voz que me sonaba un poco…

– ¿Familiar? -dijo-. Eso es total y absolutamente cierto.

– ¡Oh, no! ¡Menuda mierda!


Una búsqueda abandonada… el olor de la sal y el óxido. Aquí reina la oscuridad, estoy enterrado bajo la estructura como un desecho, deambulando entre la luz y las sombras junto al sonido del mar…

Despierto lentamente, todavía inmerso en los toscos pensamientos del bárbaro, con mis propios pensamientos enredados. Una luz tenue se cuela por los bordes de los postigos y penetra en este espacio amplio y revuelto, dibujando los muebles cubiertos y alimentando mi conciencia, que lucha, como un brote naciente pelea por abrirse paso entre el barro.

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