«X», un patrón dentro de otro, que cubren sus piernas, como nosotros, uno dentro de otro. El lazo en zigzag de sus braguitas, la cinta de seda enlazada que cruza su cuerpo; las tiras y las líneas, los brazos envainados como las propias piernas… todo un lenguaje, una arquitectura. Voladizos y tubos, lazos de suspensión, las líneas oscuras del liguero que cruzan sus muslos curvados hacia la cima más oscura de su cuerpo. Una obra de ingeniería en seda negra, que oculta y realza la mayor de las suavidades desde su propio interior.
Abberlaine grita, arquea la espalda, con la cabeza gacha y el cabello cayéndole por los hombros, se mueve hacia atrás, con los brazos extendidos en «V» detrás de ella. La levanto, consciente de pronto de mi presencia dentro de ella, una estructura de materiales oscuros, y mientras estoy sosteniendo su cuerpo, tomo conciencia del puente que tenemos encima, que se alza en la oscuridad del crepúsculo con sus patrones de «X» entrelazadas, sus piernas y sus pies, sus articulaciones, su carácter y su presencia, y su vida; encima de nosotros, encima de mí, y presiona hacia abajo. Lucho por sostener todo ese peso (ella se arquea más, grita más), se agarra a mis tobillos con las manos, y luego se corre, gimiendo como una estructura que se desmorona, con mi propia invasión dentro de su cuerpo (un miembro estructural, en realidad) que se mueve a su propio ritmo.
Abberlaine se desploma sobre mí, jadeando, relajada. Siento su respiración fuerte y el aroma almizclado de su cabello.
Me duele todo. Estoy exhausto. Me siento como si me acabase de follar al puente.
Me quedo dentro de ella, quieto, pero sin retirarme. Al cabo de un rato, ella me aprieta con fuerza desde su interior. Suficiente. Empezamos a movernos de nuevo, lentamente, suavemente.
Más tarde, en la cama, que estaba fría pero se calentó rápido, recojo con cuidado todas las prendas de seda negra (parte de su efecto, decidimos, es delinear líneas exactas para un programa concentrado de caricias). Este último acto es el más largo y contiene, como en las mejores obras, muchos movimientos distintos y cambios de tempo. En el clímax me estremezco, pero por ser más aterrador que placentero.
Ella está debajo de mí. Sus brazos me rodean los costados y la espalda, y sus piernas me aprisionan.
Mi orgasmo no es nada; un pormenor glandular, una señal irrelevante. Grito, pero no de placer, ni siquiera de dolor. El cautiverio físico, la presión, la acción de ser contenido como si fuera un cuerpo que hay que vestir, tapar, atar y envolver, tumbado y estático, me produce una sensación angustiosa: un recuerdo. Antiguo y nuevo, lívido y podrido a la vez; la esperanza y el temor de liberación y captura de animal y máquina, y estructuras entramadas; un principio y un fin.
Atrapado. Molido. Como una muerte fingida y una liberación. Esta mujer me tiene enjaulado.
– Tengo que irme -dice mientras me extiende la mano cuando vuelve con su ropa. Se la tomo, la aprieto-. Ojalá pudiera quedarme -añade con expresión triste mientras sostiene sus prendas contra su pálido cuerpo.
– No pasa nada.
Su familia la espera. Se viste, silbando, despreocupada. Una sirena de barco suena a lo lejos. Tras los postigos cerrados, reina la oscuridad de la tarde.
Un viaje rápido al baño; encuentra un peine que me muestra con expresión triunfante. Su cabello está terriblemente enredado, y se sienta pacientemente en el borde de la cama, con el abrigo puesto, mientras la peino con cuidado para deshacer los enredos. Busca en un bolsillo y saca una caja de cerillas y una cajetilla de cigarrillos finos. Arruga la nariz.
– Huele a sexo por todas partes -anuncia, mientras extrae un cigarrillo.
– No es verdad, ¿no?
Se vuelve para mirarme, extendiéndome el paquete de tabaco. Niego con la cabeza.
– Mmm… mala conducta -sentencia, encendiendo un cigarrillo.
La peino lentamente mientras ella espira aros de humo, letras «O» de color gris que ascienden hasta el techo. Apoya su mano contra la mía y la mueve conmigo mientras desenmaraño su melena. Suspira.
Me da un beso antes de marcharse, con la cara lavada, y el aliento fresco de humo gris.
– Me quedaría si pudiese -afirma.
– No te preocupes. Ya has estado un rato. -Me gustaría decir más, pero no puedo. Aún me acompaña el terror de estar atrapado y molido, como un profundo eco en mi interior que sigue resonando. Me besa.