Читаем El puente полностью

Cuando se ha marchado, me tumbo durante un rato en la gran cama, que se enfría por momentos, escuchando las sirenas de los barcos. Una de ellas suena muy cerca; tal vez no me deje dormir en toda la noche, a menos que la niebla se disipe. Queda una ínfima nota de humo en el aire. En el techo, los descoloridos anillos del yeso parecen aros de humo que Abberlaine Arrol ha impreso con su cigarrillo. Respiro profundamente, intentando captar la última huella de su perfume. Tiene razón; la habitación huele a sexo. Tengo hambre y sed. Aún no es hora de cenar. Me levanto y tomo un baño, y me visto lentamente, con una agradable sensación de cansancio. Estoy apagando las luces, con la puerta delantera ya abierta, cuando veo un resplandor procedente de una entrada que hay al otro lado de la desordenada estancia. Cierro la puerta y voy a investigar.

Es una vieja biblioteca, con las estanterías desnudas. En una esquina, hay un monitor de televisión encendido. El corazón me da un vuelco, pero me doy cuenta de que la imagen no es la de siempre. La pantalla está en blanco, es un vacío texturizado; me dispongo a apagarla pero, antes de poder hacerlo, algo negro oscurece la imagen, y luego se aleja. Es una mano. La imagen se mueve y después se centra en el hombre postrado en la cama. Una mujer se aparta de la cámara y se sienta en el borde de la pantalla. Saca un cepillo y se lo pasa lentamente por el pelo, mirándose en un punto invisible, que debe de ser un espejo en la pared. La visión del hombre de la cama se ha alterado ligeramente; una silla está colocada en otro lugar, y la cama no está tan impecable como antes.

Al cabo de un rato, la mujer deja el cepillo, se inclina hacia delante, con una mano en la frente, y vuelve a echarse hacia atrás. Coge el cepillo y se marcha, pasa por delante de la cámara y oscurece toda la imagen. No puedo verle bien la cara.

Tengo la boca seca. La mujer reaparece a un lado de la cama, con un abrigo largo y oscuro puesto. Mira durante unos segundos al hombre, se inclina y lo besa en la frente, a la vez que se aparta el cabello de la cara. Coge un bolso del suelo y se marcha. Apago el televisor.

Hay un teléfono colgado en la pared de la cocina. Emite los mismos tonos irregulares, tal vez algo más rápidos que antes.


Salgo del apartamento y tomo un ascensor a la plataforma del tren.

Hay mucha niebla; las luces forman conos amarillos y anaranjados entre el espeso vapor. Pasan trenes y tranvías con sus silbidos y traqueteos. Deambulo por la pasarela del lado exterior del puente, con la mano apoyada en la barandilla. La niebla flota entre las vigas y las sirenas de los barcos aúllan desde el mar escondido.

Me cruzo con varias personas, la mayoría trabajadores ferroviarios. Huelo el vapor entre la niebla, el humo del carbón y las bocanadas de gasóleo. En una nave de operarios, varios hombres uniformados están sentados en torno a unas mesas redondas, leen periódicos, juegan a las cartas y beben de grandes jarras. Sigo caminando. El puente se estremece bajo mis pies y un ruido metálico estrepitoso suena en algún lugar frente a mí. El fuerte sonido resuena por el puente y rebota desde la arquitectura secundaria a través del aire cargado de niebla. Camino entre un silencio denso y oigo las sirenas sonar, una tras otra. Los trenes cercanos aminoran la marcha y se detienen. Arriba, las sirenas y las bocinas luchan por hacerse notar.

Avanzo por el eje del puente, a través de la niebla. Vuelven a dolerme las piernas y mi pecho palpita sin muchas ganas, como por simpatía. Pienso en Abberlaine; su recuerdo debería hacer que me sintiera mejor, pero no es así. Estaba en un lugar embrujado; los fantasmas de aquel ruido mecánico y la imagen casi inalterable estuvieron allí todo el tiempo, a pocos pasos de distancia, a un interruptor de distancia, posiblemente desde el momento en que la besé por primera vez, e incluso cuando sus cuatro extremidades me apresaron y grité de terror.

Ahora los trenes permanecen en silencio. No ha pasado ninguno en ninguna dirección en varios minutos. Las bocinas y los silbatos siguen compitiendo con las sirenas de los barcos.

Sí, muy dulce y agradable en realidad, y me encantaría entretenerme en ese recuerdo reciente, pero algo en mí no me lo permite. Intento recrear su olor y sentir su calor en mi cuerpo, pero lo único que viene a mi cabeza es esa mujer mientras se cepilla el pelo lentamente, se mira en un espejo invisible, cepillando, cepillando. Intento recordar el aspecto de la habitación, pero solo la veo en blanco y negro, desde un rincón; una cama y un hombre tumbado sobre ella.

Un tren se acerca a través de la niebla, emitiendo destellos, y se acerca hacia el sonido de las sirenas.

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