Читаем El Traje Gris полностью

Pero esa vez no fue a recogerlo Giovanni, ni Adele se ofreció para llevarlo en su coche. No era el caso. -Estás demasiado débil. ¿Y si te me desmayas mientras conduzco? Por otra parte, De Caro quiere que lo hagamos así. Dos enfermeros lo pusieron en una camilla y lo introdujeron en una ambulancia. Al llegar a casa, lo subieron en camilla al piso de arriba e incluso lo colocaron en la cama. Y en casa encontró otra novedad: su habitación ya no era la de Daniele, sino que Adele había querido que volviera a ser, después de tanto tiempo, la de matrimonio. -¿Y tú? -Yo me he arreglado el cuartito de aquí al lado. El cuartito al que antes lo enviaba a dormir porque roncaba demasiado, tras haber hecho el amor.


***


A partir de aquel día, Adele apenas salía de casa. Sus ausencias podían durar dos horas como máximo. Ahora las inyecciones diarias se habían convertido en tres y siempre se las ponía ella. -En nuestra casa no quiero que te toquen otras manos. Y jamás fallaba el horario de un medicamento. Él, a pesar de que siempre estaba tumbado, se sentía agotado y a menudo notaba una fuerte somnolencia. Una cosa muy rara, porque le sucedía a cualquier hora del día. -Pero ¿por qué me encuentro así? -De Caro dice que las posibles reacciones a este tipo de tratamiento son debilidad y somnolencia. No te preocupes. Tranquilo. No te preocupes. No te alteres. Eso le decía su mujer por lo menos diez veces al día. Y precisamente esas repeticiones, ya casi mecánicas, eran lo que no lo tranquilizaba, lo preocupaba y lo alteraba. Podría haber hecho una cosa muy sencilla: telefonear a Caruana y exigirle la verdad. Una o dos veces cogió el móvil, pero en el último momento le faltó valor para marcar el número. Además, el hecho de saber o no saber la verdad, ¿qué cambiaba? Ya no le apetecía hacer nada, le costaba leer los periódicos. A su cerebro le costaba funcionar, como si les faltara lubricante a los engranajes.


Una mañana, sus ojos se posaron en una noticia de la crónica de sucesos. Un viejo capo mañoso, Giuseppe Torricella, había sido atropellado y muerto por un kamikaze callejero. ¿No le había dicho el commendatore Ardizzone que, para Torricella, un año sería muy largo de pasar? Así que la cuestión de las sociedades financieras era mucho más tortuosa de lo que él había pensado. Menos mal que… Y fue entonces cuando recordó las dos carpetas. Adele estaba hablando desde el cuartito con el móvil. Como el tabique divisorio era de cartón piedra, él oía casi todo aunque la puerta estuviera cerrada. -No… te lo pido por favor… con mi marido en estas condiciones no tengo valor… te lo repito, no… no seas estúpido… perdóname… ¿Algún amante que quería encontrarse con ella? ¿O quizá el mismo Daniele, a quien no había vuelto a ver desde el día en que fue a visitarlo a la clínica? Adele terminó la conversación telefónica y abrió la puerta. Él la llamó. -Dime. -Habría que avisar a Mario Ardizzone. -Podía hacerlo él perfectamente, pero no le apetecía explicarle una situación que tampoco comprendía bien. -¿El qué? -Que todavía no puedo… Y que no sé cuándo… En resumen, que si quiere las carpetas… -Pero ¡Mario ya se las ha llevado! -¿Cuándo? -El segundo día que estabas aquí. -¿Mandó alguien a recogerlas o vino él? -Vino él personalmente. -¿Y por qué no entró a saludarme? -Te habías quedado dormido y no quiso molestarte. O sea que los Ardizzone lo habían liquidado sin pérdida de tiempo. ¿La muerte de Torricella podía ser una consecuencia de su enfermedad? O quizá habían encontrado en su lugar a otro que les daba mayores garantías. Por un instante experimentó la absurda alegría de haber caído enfermo.


Перейти на страницу:

Похожие книги

Зараза
Зараза

Меня зовут Андрей Гагарин — позывной «Космос».Моя младшая сестра — журналистка, она верит в правду, сует нос в чужие дела и не знает, когда вовремя остановиться. Она пропала без вести во время командировки в Сьерра-Леоне, где в очередной раз вспыхнула какая-то эпидемия.Под видом помощника популярного блогера я пробрался на последний гуманитарный рейс МЧС, чтобы пройти путем сестры, найти ее и вернуть домой.Мне не привыкать участвовать в боевых спасательных операциях, а ковид или какая другая зараза меня не остановит, но я даже предположить не мог, что попаду в эпицентр самого настоящего зомбиапокалипсиса. А против меня будут не только зомби, но и обезумевшие мародеры, туземные колдуны и мощь огромной корпорации, скрывающей свои тайны.

Алексей Филиппов , Евгений Александрович Гарцевич , Наталья Александровна Пашова , Сергей Тютюнник , Софья Владимировна Рыбкина

Фантастика / Современная русская и зарубежная проза / Постапокалипсис / Социально-психологическая фантастика / Современная проза