Aquella noche, quizá porque había dormido mucho por la tarde, se despertó poco después de las tres. La habitación de invitados, es decir, la de Daniele, donde ahora lo habían colocado a él, tenía el cuarto de baño justo delante. Fue al baño, pero cuando volvía a la cama observó que a través de la puerta del dormitorio de matrimonio, entreabierta, se filtraba luz. Fue a mirar de puntillas. La cama estaba deshecha pero vacía. Regresó a su habitación y cerró la puerta. Evidentemente, Adele, tras acostarse, no había podido resistir más que lo justo y había ido a reunirse con Daniele. O sea que se había equivocado: cada cual tenía que estar en su sitio sólo durante el día. De noche se podían intercambiar las camas y los papeles. A la mañana siguiente fue Adele quien le llevó el café a la cama. Jamás lo había hecho en diez años de matrimonio. -¿Tienes ánimos para ir solo al cuarto de baño? -Sí. Ya fui anoche. Es más, te llamé, pero no me oíste. -Maldición. No había ninguna necesidad de decírselo. Se le había escapado sin pensar. Quizá la debilidad era no sólo física sino también mental. -Qué extraño. ¿Qué querías? Él respondió lo primero que le pasó por la cabeza: -Una manzanilla. -¿Qué hora era? -Debían de ser las tres. -Ah, creo que a esa hora yo también estaba en el cuarto de baño. Por eso no te oí. Podrías haberme llamado al cabo de cinco minutos. -Por suerte me quedé dormido. Pasó la mañana leyendo los periódicos que le llevó Giovanni. Sólo que, en contra de su costumbre, se negó a echar un vistazo a las esquelas. Cuando llegó la enfermera, hubo un cambio. Quien llenó la jeringuilla fue Adele, que de vez en cuando miraba a la enfermera. -¿Está bien así? La que le ajustó la cinta, le buscó la vena y le puso la inyección fue Adele. Él no notó ninguna diferencia. Cuando la enfermera salió de la habitación, él le preguntó: -¿Por qué has querido ponérmela tú? -De hoy en adelante, yo me encargo de ti. -¿Y tus compromisos? -No te preocupes. Me he organizado Aquella misma noche se despertó a las dos Y se 1 ocurrió hacer una prueba. Encendió la lámpara de la mesita de noche y llamó: -¡Adele! Ninguna respuesta. Entonces llamó más fuerte. Y esta vez oyó su voz: -¡Voy! -Se presentó difundiendo a su alrededor el maravilloso aroma de la cama-. ¿Te encuentras mal? -No. Sólo que no consigo dormir. Perdona si te he despertado. ¿Podrías hacerme una manzanilla? -¡Pues claro! E hizo algo más. Esperó, tumbada en la cama a su lado, a que se bebiera toda la infusión. De vez en cuando alargaba una mano y le acariciaba la frente. Pero ¿cómo entender a aquella mujer? ¿Sería posible que, en cuanto llegaba a una convicción acerca de su esposa, bastara con que ella hiciera un gesto para mandarlo todo al cuerno? La mañana del tercer día, a la hora de ponerle la inyección, Adele se presentó con una mujer que él no conocía. Varios años menor que su esposa, era extremadamente elegante. -Perdona que haya venido con mi amiga Aurelia. No quería dejarla esperando abajo. Total, termino enseguida. -Y empezó a preparar la jeringuilla. Él intentó levantarse de la butaca, pero Aurelia fue más rápida y se apresuró a tenderle la mano. -No se moleste, por favor. Y perdone la intromisión, pero Adele… Terminada la inyección, su mujer se inclinó para besarlo en la frente. -¿Necesitas algo? Por desgracia, hoy tengo un compromiso a la hora de comer. Pero si quieres me quedo. -¡Por favor! Ve, ve. -Felicidades -le dijo Aurelia con una sonrisa. -Gracias. Segunda representación para disfrute de la amiga Aurelia, que sin duda lo comentaría con las otras amigas. «¡Vosotras no tenéis ni idea de cómo es Adele con su marido! Aparte de que ella misma le pone las inyecciones, ¡es tan buena, tan solícita, tan cariñosa! ¿Sabéis que parece otra persona?»