Читаем Historia del cerco de Lisboa полностью

Mientras el debate prosigue, aún sin conclusión pero ya con previsión de pérdidas, Raimundo Silva repasa mentalmente la localización de las puertas, la de Alfofa, sobre cuyo muro vive, la de Ferro, la de Alfama, la del Sol, que directamente dan a la ciudad, y la llamada de Martim Moniz, única del castillo que da para lo abierto. Está claro pues que los doce mil soldados del rey Afonso tendrán que ser divididos en cinco grupos para cubrir las puertas igualmente, y quien dice cinco debería decir seis, porque no podemos olvidarnos del mar, que verdaderamente mar no es, sino río, aunque el uso hace ley, los moros le llamaron mar, y nosotros, hasta hoy, también se lo llamamos, ahora bien, siendo así, de los grupos hablamos, qué es lo que tenemos, una ridiculez, dos mil hombres para cada frente de batalla. Sin contar, Dios nos ayude, con el problema que presenta el estuario. Por si no era suficiente lo escarpado de los accesos, si se exceptúa la puerta de la Alfama, que está en terreno llano, tenía que venir el estuario a entrometerse para agravar la ya de por sí complicada distribución de las tropas, por ahora dispersas en los altos y cuestas del monte de San Francisco, hasta San Roque, descansando, ahorrando fuerzas en la suavidad de las sombras, pero si desde tal distancia no se puede lanzar un ataque, ni las armas de tiro alcanzan, tampoco sería esto un cerco digno de tal nombre con aquel estuario allá abajo, desguarnecido, dando paso franco a refuerzos y abastecimientos llegados del Otro Lado, que contra ellos no llegaría a ser duradero obstáculo la frágil línea de bloqueo naval que pudiera establecerse. Siendo así, parece que no hay otra solución que pasar cuatro mil hombres al otro lado, mientras el resto irá rodeando por el camino que tomaron los parlamentarios de João Peculiar y Pedro Pitões, colocándose finalmente frente a las tres puertas vueltas hacia el norte y oriente, a saber, la de Martim Moniz, la del Sol y la de Alfama, como explicado ya quedó y ahora se repite, para comodidad del lector y redondeo del discurso. Volviendo a la cautelosa y dubitante frase de Don Afonso Henriques, dicho así parece fácil, no obstante, una simple mirada al mapa mostrará de inmediato la complejidad de los problemas de intendencia y logística que va a ser necesario poner en ecuación y resolver. El primero tiene que ver directamente con los medios navales disponibles, que son escasos, y es aquí cuando más se irá a notar la falta que nos hacen los cruzados, con su completa armada y aquellos centenares de botes y otros barquitos de servicio, que, si aquí estuvieran, en un abrir y cerrar de ojos transportarían a los soldados en un anchísimo frente de avance, obligando a los moros a dispersarse a lo largo de la margen y, en consecuencia, a enflaquecer la defensa. El segundo, y ahora decisivo, será la elección del punto o puntos de desembarco, cuestión de crucial importancia, pues hay que tener en cuenta no sólo la mayor o menor proximidad de las puertas, sino también las dificultades del terreno, desde el barrizal de la boca del estuario hasta las vertientes abruptas que defienden del lado sur el acceso a la Porta de Alfofa. Tercero, cuarto y quinto problemas, o sexto y séptimo, podríamos enunciar aún si no fueran todos ellos efecto más o menos matemáticamente derivado de los dos primeros, por ello nos limitaremos a mencionar un solo pormenor, rico por otra parte en consecuencias en lo que respecta a la veracidad de este relato en otros particulares, como luego veremos, y viene a ser, dicho pormenor, la pequeñísima distancia que separa la Porta de Ferro de la orilla del estuario, no más de cien pasos, o, en medida moderna, unos ochenta metros, lo que inviabiliza que el desembarco aquí se haga, pues todavía la flotilla de canoas vendría remando fatigosamente por medio del estuario, con tanta carga de armas y hombres, cuando ya los muros de la ciudad estarían guarnecidos de soldados por este lado, y otros, a pie firme, junto al agua, esperarían la aproximación de los portugueses para acribillarlos a saetazas. Dirá pues Don Afonso Henriques a su estado mayor, Realmente, no es fácil, y mientras discuten nuevas variantes tácticas, recordemos a aquella gorda mujer que en la confitería A Graciosa, al inicio de estos acontecimientos, hablando del mísero estado en que llegaban los huidos del avance, dijo que los vio entrar, sangrando, por la Porta de Ferro, cosa que entonces pareció a todos verdad pura, pues la publicaba una testigo presencial. No obstante, seamos lógicos. Está claro que, por su proximidad a la orilla del estuario, la Porta de Ferro serviría, sobre todo, al tráfico fluvial de personas y mercancías, lo que, obviamente, no sería motivo para no entrar por ella refugiados si no se diese la circunstancia de estar localizada, por así decir, en el extremo sur de la muralla, siendo por tanto, de todos los accesos, el más distante para quien llegara ahuyentado del norte y del lado de Santarem. Que algunos infelices, barridos de entre Cascais y Sintra, hubieran alcanzado la ciudad por caminos que venían a dar al estuario, y, allí llegados, encontrasen aún barqueros para transportarlos a esta margen, es perfectamente admisible. Sin embargo, no serían tantos esos casos que autorizasen a la mujer gorda a hacer una referencia especial a la Porta de Ferro, cuando ella, la mujer, tan cerca estaba de la Porta de Alfofa, que hasta el menos atento de los observadores de mapas y topografías reconocerá como más adecuada, junto con las del Sol y la de Alfama, para recibir el triste aluvión. Y lo más curioso es que ninguna de las otras personas presentes hubiera desautorizado la inexacta versión de los hechos para cuya confirmación no necesitarían más que dar algunos pasos, lo que muestra hasta qué punto pueden llegar la falta de curiosidad y la pereza intelectual ante cualquier afirmación perentoria, de dondequiera que venga y cualquiera que sea la autoridad, mujer gorda o Alá, por no citar otras conocidas fuentes.

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