María Sara se acercó a la mesa, durante unos segundos se quedó allí, parada, como si aguardase la explicación siguiente del guía, él podía decirle, por ejemplo, Fíjese en las rosas, y ella tendría que desviar los ojos, interesarse por las flores, gemelas de las otras que tiene en casa, y, luego, una alusión cómplice por su parte, una discreta expresión de sentimiento tal vez amoroso, Nuestras rosas, acentuando el pronombre, pero él sigue callado y ella no hace más que mirar la página medio escrita, no necesita preguntar para saber que están aquí las señales del cerco, aún indescifrables a la media luz, pese a la buena caligrafía del cronista. Comprende que Raimundo Silva no va a hablar, y ella querría y al mismo tiempo no quiere que hable, que nada venga a interrumpir este silencio irreal, pero que ocurra algo que impida la irrupción de otro mundo en este en el que estamos, la misma muerte, tal vez, único otro mundo verdaderamente, que entre marcianos y terrestres, si se encontraran, siempre habría de común la vida. En el instante preciso aparta un poco la silla y se sienta, con la mano izquierda enciende la lámpara, la luz cubre la mesa y difunde por el cuarto un halo como de tenuísima e impalpable neblina. Raimundo Silva no se movió, intenta analizar una difusa impresión de que con aquel gesto María Sara acaba de tomar posesión material de algo ya antes poseído por la conciencia, inmediatamente piensa que por muchos años que viva no habrá nunca otro momento como éste, aunque ella vuelva a esta casa y a este cuarto muchas veces, aunque, idea absurda, aquí acabaran viviendo todos los momentos de la vida. María Sara no tocó el papel, tiene las manos juntas en el regazo, y lee desde la primera línea, no sabe qué fue escrito en la página anterior, y en las otras, desde el inicio de la historia, lee como si en estas diez líneas se contuviera todo cuanto le importase saber de la vida, una sentencia final, un último resumen, o, al contrario, la carta sellada donde se encuentra consignado el nuevo rumbo de su navegación. Ha acabado de leerlo, y sin volver la cabeza, pregunta, Quién es esta Ouroana, y ese Mogueime, quién es, estaban los nombres, y poco más, como sabíamos. Raimundo Silva dio dos pasos breves hacia la mesa, se detuvo, Aún no lo sé bien, dijo, y se calló, porque debería haberlo adivinado, las primeras palabras de María Sara eran para indagar quiénes eran ellos, éstos, aquéllos, cualesquiera otros, en definitiva, nosotros. María Sara pareció contentarse con la respuesta, tenía experiencia suficiente de lectora para saber que el autor sólo conoce de los personajes lo que ellos han sido, e incluso así no todo, y poquísimo de lo que serán. Dijo Raimundo Silva, como si respondiera a una observación hecha en alta voz, No creo que podamos llamarles personajes, Personas de libro personajes son, contestó María Sara, Los veo más bien como si pertenecieran a un escalón intermedio, diferentemente libres, por lo que no tendría sentido hablar ni de la lógica del personaje ni de la necesidad contingente de la persona, Si no puede decirme quiénes son, dígame al menos qué hacen, Él es soldado, estuvo en la toma de Santarem, a ella la raptaron en Galicia para servir de barragana a un cruzado, Hay una historia de amor, Si se le puede llamar así, Lo duda, Es que no sé cómo se amaba en aquel tiempo, es decir, soy capaz quizá de imaginar el sentimiento, pero no tengo idea ni información de cómo lo expresarían entonces un hombre y una mujer del pueblo, la lengua, en este caso, no sería obstáculo, los dos hablaban gallego, Invente una historia de amor sin palabras de amor, sans mots d’amour, supongo que alguna vez habrá ocurrido, Lo dudo, al menos en la vida real, y por lo que sé, es imposible, Y esa Ouroana, siendo barragana de un cruzado, imagino que hidalgo, cómo va a parar al soldado Mogueime, El mundo da muchas vueltas, y nos da a nosotros muchas más, y al fin está la muerte, el cruzado Enrique, que así se llama, va a morir pronto, Ah, ese cruzado suyo es el mismo de la Historia del Cerco de Lisboa, de la otra, Exactamente, Entonces va a contar también eso de los milagros que obró después de muerto, No perdería la oportunidad, El de los dos mudos, Sí, pero con una ligera modificación, la respuesta de Raimundo Silva vino acompañada de una sonrisa. María Sara puso la mano sobre el montoncito de cuartillas, Puedo mirar, preguntó, No querrá leer eso ahora, por otra parte, estoy aún lejos del final, la historia estaría incompleta, No tengo paciencia para esperar más, y tampoco son tantas las hojas, Por favor, hoy no, Tengo curiosidad por saber cómo ha resuelto el problema de la negativa de los cruzados, Mañana hago fotocopias y se las llevo a la editorial, Bien, de acuerdo, ya que no puedo convencerlo. Se levantó, Raimundo Silva estaba muy cerca, Es tarde, dijo María Sara, y miró hacia la ventana, Puedo abrirla, preguntó, No se preocupe, no voy a hacerle nada, dijo Raimundo Silva, tengo presente que ha venido de visita y nada más, Tenga también presente que eso es una tontería, quiero respirar, ver la ciudad desde aquí, nada más.