De modo que parece necesario retroceder un poco, por ejemplo, empezar por el discurso de Don Afonso Henriques, lo que, por otra parte, permitiría una nueva reflexión sobre el estilo y las palabras del orador, y quizá por la invención de otro discurso, más de acuerdo con el tiempo, la persona y el lugar, o, simplemente, la lógica de la situación, y que, por su sustancia y particularidades, pudiera justificar la fatal negativa de los cruzados. Mas aquí se plantea una cuestión previa, conviene saberlo, quiénes fueron en aquel paso los interlocutores del rey, para quién hablaba él, qué gente tenía delante cuando soltó su plática. Afortunadamente, no se trata de un imposible, basta ir a la fuente limpia, a los cronistas, a la propia Historia del Cerco de Lisboa, esta que Raimundo Silva tiene sobre su mesa, es muy explícita, no hay más que hojear, buscar, encontrar, la información es de buena fuente, se dice que directamente del célebre Osberno, y así podemos enterarnos de que estaba el conde Arnoldo de Aarschot, que mandaba a los guerreros llegados de las diversas partes del imperio germánico, que estaba Cristiano de Gistell, jefe de flamencos y boloñeses, y que la tercera parte de los cruzados era gobernada por cuatro condestables, eran ellos Herveu de Glanvill, con el personal de Norfolk y Suffolk, Simón de Dover, con los navíos de Kent, André, con los londinenses, y Saherio de Archelles con el resto. Sin mando principal, pero dotados de autoridad, fuerza militar e influencia política para influir en las discusiones, tendremos que mencionar también al normando Guillermo Virulo y a un hermano suyo llamado Rodolfo, ambos duros de pelar.
Pero lo malo de las fuentes, aunque veraces de intención, es la imprecisión de los datos, la propagación alucinada de las noticias, ahora nos referíamos a una especie de facultad interna de germinación contradictoria que opera en el interior de los hechos o de la versión que de ellos se ofrece, propone o vende, y, convertida ésta en una especie de multiplicación de esporas, se da la proliferación de las propias fuentes segundas y terceras, las que copiaron, las que lo hicieron mal, las que repitieron porque lo habían oído decir, las alteradas de buena fe, las que de mala fe se alteraron, las que interpretaron, las que rectificaron, aquellas a las que tanto les daba, y también las que se proclamaron única, eterna e insustituible verdad, sospechosas éstas por encima de cualquier otra. Todo, naturalmente, depende de la mayor o menor cantidad de documentos por compulsar, de la mayor o menor atención que se preste a la enjundiosa tarea, pero, para que nos podamos hacer una idea moderna de la naturaleza del problema en causa, basta que fantaseemos, en estos días de ahora en que Raimundo Silva está viviendo, que él u otro de nosotros necesitáramos apurar una verdad cualquiera repetida, y en su misma repetición variada, en las noticias de los periódicos, y menos mal que éste es un país pequeño y de población no extremadamente dada a las letras, que con sólo enunciar los títulos de ellos, ya es causa de mareo mental, por la abundancia, claro está, por la abundancia, el Diário de Notícias, el Correio da Manhã, el Século, la Capital, el Dia, el Diário de Lisboa, el Diário Popular, el Diário, el Comércio do Porto, el Jornal de Notícias, el Europeu, el Prímeiro de Janeiro, el Diário de Coimbra, y esto por hablar sólo de los diarios, porque después, glosando, resumiendo, comentando, previendo, anunciando, imaginando, tenemos los semanarios y las revistas, el Expresso, el Jornal, el Semanário, el Tempo, el Diabo, el Independente, el Sábado, y el Avante, y la Acção Socialista, y el Povo Libre, y decididamente no llegaríamos al final si, aparte de lo principal que falte, o influyente, incluyéramos en el rol cuanto diario u hoja se publica por esas provincias de Dios, que también ellas tienen derecho a vida y opinión.