Afortunadamente para el corrector, son otras sus preocupaciones, a él lo que le interesa es saber quiénes eran los extranjeros que en aquellos ardientes días de verano estuvieron de charla con nuestro rey Afonso Henriques, parecía que todo había quedado elucidado por la consulta a la Historia del Cerco de Lisboa, a falta de lo que se le atribuye a Osberno y de esas semejantes antigüedades que fueron, para ésta y restantes materias, Arnulfo y Dodequino, y también, lateralmente, la narración del Indiculum Fundationis Monasterii Sancti Vicentii, pero no señor, no está nada explicado, pues, por ejemplo, en la Crónica dos Cinco Reis de Portugal, que ciertamente tuvo sus razones para decir lo que sólo dice, a veces se quita, a veces se añade, no se mencionan, de extranjeros importantes, más que a Guillén de la Larga Flecha, Gil de Rolim, y un tal Don Gil de quien no quedó registrado el apellido, repárese que no aparece ninguno de los mencionados en la Historia del Cerco de Lisboa, tributaria de la supuesta osbérnica fuente, en casos así se opta generalmente por el documento más antiguo, por estar más cerca del evento, pero no sabemos lo que hará Raimundo Silva, a quien sin duda le complace el gusto medieval del nombre de Guillén de la Larga Flecha, personaje sólo por eso destinado a las más estupendas caballerías. Un recurso es buscar desempate en la obra de mayor porte, como sería, en este caso, la Crónica del propio Don Afonso Henriques, de Frei António Brandão, sin embargo y desgraciadamente, no vendrá ella a desenredar el lío, o lo liará aún más, llamando a Guillén de la Larga Flecha Guillén de la Larga Espada, e introduciendo, según lección de Setho Calvisio, un Eurico rey de Damia, un obispo bremense, un duque de Borgoña, un Teodorico conde de Flandes, y también, con aceptable verosimilitud, el ya citado Gil de Rolim, igualmente llamado Childe Rolim, y Don Lichertes, y Don Ligel, y los hermanos Don Guillermo y Don Roberte de La Corni, y Don Jordán, y Don Alardo, unos franceses, otros flamencos, otros normandos, otros ingleses, aunque sea dudoso, en algunos casos, que así de nación se identificasen cuando preguntados, considerando que en aquel tiempo, y por mucho tiempo más, un hombre, fuese él hidalgo o plebeyo, o no sabía de qué tierra era o aún no había tomado la decisión final.
Sin embargo, habiendo reflexionado sobre estas discrepancias, concluyó Raimundo Silva que profundizar en una verdad de poco serviría al caso, dado que, de estos y de otros cruzados, nobles de primera o villanos de la última, no se oirá hablar más así que el rey acabe su discurso, pues a tal está obligando la negativa que se encuentra exagerada en este único ejemplar de la Historia del Cerco de Lisboa, con todas las consecuencias. Pero, no tratando nosotros de gente liviana de entendimientos, y aún más con ayuda de la multitud de clérigos que vienen como intérpretes y guía de almas, para la negativa de ayudar a los portugueses en el cerco y toma de Lisboa habría habido un motivo fuerte, o aquellos cientos de hombres ni se hubieran dado el trabajo de desembarcar, mientras más de doce mil esperan en los barcos orden de bajar a tierra con armas, arcas y mochilas, incluyendo los femeninos acompañamientos venidos en las naves, de quien un guerrero en caso alguno debe ser privado, por más que ande en luchas espirituales, si no cómo reposaría y consolaría al carecido cuerpo. Qué motivo haya sido el tal, eso es lo que ya es hora de averiguar, por mor de credibilidades y verosimilitudes del nuevo relato, por ahora escasas.