Читаем Historia del cerco de Lisboa полностью

Cometido este notable gesto, los pasos siguientes repitieron la rutina habitual, por última vez referida aquí, salvo que ocurran variantes significativas, y estos pasos fueron afeitarse, bañarse, alimentarse, y luego abrir la ventana para airear la casa hasta sus rincones más profundos, la cama, por ejemplo, con las sábanas plenamente expuestas y ya frías, sin vestigios del inquieto insomnio, y menos aún de los sueños que el exhausto sueño acabó por traer, fragmentos sólo, imágenes insensatas a las que la luz no llega, invisibles hasta para los narradores, que las personas mal informadas creen que tienen todos los derechos y disponen de todas las llaves, si así fuese, se acababa una de las cosas buenas que el mundo aún tiene, la privacidad, el misterio de los personajes. El tiempo sigue lluvioso, pero no tan diluvianamente como ayer, la temperatura parece haber bajado, se cierra pues la ventana, tanto más cuanto que la atmósfera de la casa ya se ha purificado con el soplo vigorizante que venía del lado de la barra. Es hora de ponerse a trabajar.

La Historia del Cerco de Lisboa está sobre la mesita de noche, Raimundo Silva tomó el libro, dejó que se abriera por sí mismo, las páginas son las que sabemos, no habrá otra lectura. Luego se sentó a la mesa de trabajo, donde está esperando el inacabado libro de poemas, inacabada su revisión, quiere decirse, y también, leída sólo un tercio, corregidas algunas faltas de concordancia, propuestas algunas aclaraciones, e incluso, discretamente, enmendados ciertos yerros de ortografía, la novela que trajo Costa y no tenía urgencia. Raimundo Silva dejó de lado las obligaciones del deber, y, con la Historia del Cerco de Lisboa ante sí, descansó la frente en los dedos dispuestos en arco, mirando fijamente el libro, pero sin verlo, como se notaba por la expresión de ausencia que poco a poco se iba extendiendo por su rostro. La Historia del Cerco de Lisboa no tardó en ir a hacer compañía a la novela y al libro de poemas, el tablero de la mesa escritorio es una superficie lisa, limpia, una tabla rasa, para hablar con plena propiedad del lenguaje, el corrector se quedó así durante largos minutos, se oye el rumor vago de la lluvia allá fuera, nada más, la ciudad es como si no existiera. Entonces Raimundo Silva sacó una hoja de papel blanco, también ella lisa, limpia, también ella una tabla rasa, y, en lo alto, con su clara y cuidada caligrafía de corrector, escribió Historia del Cerco de Lisboa. Subrayó dos veces, retocó alguna letra, y en el instante siguiente la hoja ya estaba rasgada, rasgada cuatro veces, que menos que eso no es inutilización suficiente, y más que eso se entiende como precaución maníaca. Colocó otra hoja de papel, pero no para escribir en ella, pues la dispuso rigurosamente de modo que quedaran paralelos sus cuatro lados con los cuatro lados de la mesa, tendría que torcer el cuerpo todo, lo que él quiere es algo a lo que poder preguntar, Qué voy a escribir, y después esperar una respuesta, esperar hasta que se le confundan los ojos y no vea más la blanca, estéril superficie, sino una confusión de palabras surgiendo de la profundidad como cuerpos ahogados que luego vuelven a hundirse, no vieron bastante del mundo, vinieron sólo para eso, no vuelven más.

Qué voy a escribir, no es la única pregunta, pronto se le ocurrió otra, también ella imperiosa, y tan inmediata de urgencias que se volvería casi irresistible tomada como reflejo casi instantáneo, pero determina la prudencia que no volvamos al debate en que nos hemos perdido anteriormente, y que más exigiría, para que no recayésemos una y otra vez en confusiones conceptuales, la distinción entre relaciones íntimas y esenciales y relaciones accidentales, esto como mínimo, lo que finalmente importará del caso es saber que Raimundo Silva, después de haber preguntado, Qué voy a escribir, preguntó, Por dónde voy a empezar. Se diría que la primera pregunta era la más importante de las dos, porque es la que va a decidir sobre los objetivos y las lecciones de lo escrito en el futuro, pero, no pudiendo y no queriendo Raimundo Silva remontarse tanto que acabase por redactar una Historia de Portugal, felizmente corta por haber empezado hace tan pocos años y tan a la vista estar su límite próximo, que es, como queda dicho, el Cerco de Lisboa, y careciendo de suficiente marco narrativo un relato que empezase sólo en el momento en que los cruzados respondieron, Negativo, a la petición del rey, se perfila entonces la segunda pregunta como referencia factual y cronología ineludible, lo que equivale a preguntar, usando palabras del pueblo común, Por qué punta empieza esto.

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