La tarde va mediada, son horas de visitar a la doctora María Sara, que está esperando las pruebas del libro de poesía. La asistenta está ordenando la cocina, o plancha, apenas se la nota, tan discreta es en su trabajo, probablemente piensa que escribir o enmendar lo que fue escrito es obra de religión, y Raimundo Silva, que desde la mañana no ha salido, le pregunta, Qué tal el tiempo, como nunca tiene mucho que decirle aprovecha las ocasiones, o inventa algunas, por eso no se acercó a la ventana como es costumbre suya inveterada, y debería haberlo hecho, siendo hoy el día especial que es, sin duda saben ya en la ciudad que los cruzados se van, el espionaje no es un invento de las guerras modernas, y la señora María responde, Está bien, expresión sintética que, en verdad, sólo significa que no llueve, pues diciendo nosotros tan frecuentemente Está bien, pero frío, o Está bien, pero hace viento, nunca dijimos ni diremos, Está bien, pero llueve. Raimundo Silva va a buscar información complementaria, si hay amenaza de lluvia, o viento como el de ayer, y cómo estamos de temperatura. Puede salir sin otras defensas que las moderadas, la gabardina, sequísima y ahora presentable, de los dos cachecoles, el más ligero, lástima que no se pueda decir manta de cuello, que tampoco sonaba bien, pero en fin, sería portugués de aquí y no como el francés, cachecol, que es el portugués de todas partes, lengua nueva, aunque aún en preparación, sobre todo en las playas del reino del Algarve, pero invadiendo ya poderosamente el reino de Portugal. Fue a la cocina para hacer las cuentas de la semana con la señora María, ella miró el dinero y suspiró, siempre lo hace, como si recibirlo fuese ya empezar a separarse de él, al principio Raimundo Silva se ponía nervioso, le parecía que ella recurría a aquella desolada mímica para expresar su enfado por ser tan mal pagada, por eso no descansó hasta que tuvo información suficiente sobre los baremos generalmente practicados por la clase media baja a la que pertenece, concluyendo que estaba razonablemente bien situado, verdaderamente no se podría decir de él que explotaba el trabajo ajeno, no obstante, por si acaso, aumentó el salario que venía pagando, lo que no pudo fue acabar con el suspiro.