El perro no se había movido, apenas dejó caer la cabeza, el hocico junto al suelo. Las costillas salientes, como de Cristo crucificado, le tiemblan en los encajes del espinazo, este animal es un idiota rematado, empeñado en vivir en las Escadinhas de San Crispim donde ha pasado hambres famosas, despreciando las abundancias de Lisboa, Europa y el Mundo, pero esto son juicios fáciles, no se trata de obstinación alguna, sino de un caso de timidez, por tanto respetable, los atrevidos nada perciben de dificultades, por ejemplo, qué terremoto produciría en la mente de este perro el descubrimiento de que a los ciento treinta y cuatro conocidos peldaños de la escalera se había añadido súbitamente otro, no es que haya ocurrido, se trata de una hipótesis, qué infeliz se sentiría el animal ante un abismo imposible de transponer, aún recordamos cuánto le costó seguir el otro día a este hombre hasta la Porta de Ferro, ciertas experiencias es mejor no repetirlas. Desde tres pasos más allá, Raimundo Silva ve al perro acercándose al periódico extendido, y el animal duda si debe mirarlo a él, para prevenir el probable puntapié, o lanzarse sobre la comida cuyo olor le retuerce las entrañas brutalmente, la saliva le inunda los dientes, oh dios de los perros, por qué has hecho tan difícil la vida para tantos de nosotros, siempre es así, echamos a los dioses la culpa de esto y de aquello, cuando somos nosotros los que inventamos y fabricamos todo, incluyendo las absoluciones de esas y más culpas. Raimundo Silva comprende que el perro tiene miedo, se aleja, el animal avanza un poco, le tiembla el morro de ansiedad, de repente la comida estaba y dejó de estar, en dos movimientos desapareció, y la lengua pálida y ancha lame la grasa impregnada en el papel. Es un espectáculo miserable este que el destino ofrece a los ojos de Raimundo Silva, olvidade ahora de la doctora María Sara, y de pronto se encuentra identificado con el personaje de las ficciones que faltaba, aquel San Roque a quien precisamente dio asistencia un perro, tiempo era de que el santo correspondiese al favor, y así no sufre desmentido la aserción de que todo en la vida tiene su correspondencia, aunque sea al revés, punto de vista nuestro, claro está, porque del de los perros nada sabemos, qué será Raimundo Silva a los ojos de éste, digamos que un viviente con cara de hombre, para que quede al fin completa la antes enunciada colección de animales apocalípticos y sea también Raimundo Silva el San Mateo que faltaba, cómo va a poder él con una carga tan pesada.