Читаем Historia del cerco de Lisboa полностью

El ascensor es antiguo y estrecho, propicio a intimidades si no fuera por la transparencia de las puertas y de los paneles laterales, con todo, en el intervalo entre dos descansillos, prestando atención vigilante a los tramos de escalera que por un lado suben y por otro bajan, siempre es posible iniciar algún juego de manos, y hasta un furtivo beso si la urgencia aprieta. En años de trabajo que ya son muchos, Raimundo Silva ha utilizado esta jaula mecánica, a veces solo, otras acompañado, y nunca, hasta hoy, al menos no se acuerda, fue acometido por tan turbadores pensamientos, cierto es que al principio prefería subir por la escalera, por falta de paciencia cuando el ascensor tardaba, y también porque aún se sentía ágil de piernas y ligero de corazón, capaz de competir con la juventud de todas estas oficinas, incluyendo la editorial, aunque en ésta la media de edad siempre haya tirado más para lo alto. El trayecto es corto, sólo dos pisos, hay que tener en cuenta, no obstante, que tratándose como se trata de un edificio antiguo, los pisos son casi dos veces más altos de lo que ahora se estila, son éstos parecidos, en lo tocante a la altura, a los de su viejísima morada del Castelo, realmente no es esto novedad, a lo alto siempre siguió lo bajo y a lo bajo lo alto, probablemente sea una de las leyes de la vida, también nuestro padre un día nos pareció un gigante y ahora lo miramos por encima del hombro, y va decayendo de año en año, pobrecillo, pero callémonos, para que el pobre pueda sufrir en silencio. A Raimundo Silva le parece absurdo acordarse del fallecido padre en este ascensor, cuando habían empezado a asaltarlo aquellas eróticas sugestiones, verdad es que quien piensa apenas sabe lo que piensa, y no por qué lo pensó, pensamos desde que nacemos, supongo, y no sabemos cuál fue nuestro primer pensamiento, ese del que todos fueron después, y hasta hoy, consecuencia, la biografía definitiva de cada uno sería remontar el río de los pensamientos hasta su fuente primera, y cambiar de vida supongo que sería, si fuese posible venir andando y repitiendo el curso de ellos, tener súbitamente otro pensamiento e ir tras él, llegaríamos tal vez al día en que estamos, si al elegir otra vida no la hiciésemos más breve, y aunque de ésta se tratase no como corrector, y subiríamos en un ascensor distinto, quizá para hablar con otra persona, no con María Sara. Está ahora Raimundo Silva en el mismo lugar desde el que vio bajar al director literario con la doctora María Sara, y lo vemos ahora mirar el espejo vacío con severidad desdeñosa, como si fuese a reprochar a la mujer que allí estuvo su inmoral comportamiento, porque esas cosas, hay que decirlo, no son para hacerlas en un ascensor, no se deben hacer, digo, aunque bien sé que no falta por ahí quien las haga, y aún peores, Fue sólo un apretón, señor corrector, sólo un beso, señor corrector, Es igual, ya fue de más, en nombre de mi propia e incurable envidia os condeno, en los últimos centímetros de la subida Raimundo Silva se colocó en medio del ascensor, los otros no cabían, tuvieron que salir, muertos de vergüenza irían si todavía hubiera vergüenza en este mundo, lo más probable es que se estén riendo del moralista hipócrita, Están verdes, dijo la zorra.

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