Que no le pesará tanto, si observamos la rapidez con que en un instante empezó a bajar la escalera, recordando de súbito a la doctora María Sara que lo estará esperando, ahora sólo en taxi llegará a tiempo, aunque no está la vida para gastos suntuarios, mal diablo se lleve al perro, yo en plan samaritano, seguramente no iría a casa a buscar comida si fuera una vieja la que estuviese pidiendo en las Escadinhas de San Crispim, bueno, si fuese una vieja, tal vez sí, pero apuesto a que no si fuese un viejo, es interesante comprobar cómo la propia bondad, suponiendo que estemos hablando de ella, varía con las circunstancias y los objetos, con la salud del momento, con el humor de la ocasión, la bondad, mal comparada, es como un elástico, se extiende, se encoge, capaz de envolver a la humanidad entera o sólo a la persona, egoísta, esto es, bondadosa para sí misma, con todo siempre una buena acción refresca el alma, el animal se ha quedado allí, agradecidísimo, aunque, siendo el hambre tanta, de poco más le habrá servido la pitanza que para llenar la caries de un diente, pobre animalillo, manera piadosa de decir, pues no es tan pequeño, qué raza, todas, salvo las más recatadas que nunca bajan a la calle, o si bajan vienen con correas y tapa-culo, éste al menos es libre, goza de perras libres, pero poco gozará si nunca sale de las Escadinhas de San Crispim, si nunca sale de las Escadinhas de San Crispim. En este punto, Raimundo Silva interrumpió conscientemente el discutir mental al que se había abandonado mientras el taxi lo llevaba, notó un repentino malestar, no físico, sino más bien como si alguien dormido dentro de sí se hubiera despertado súbitamente y gritado por encontrarse inmerso en la oscuridad profunda, por eso repitió, dando tiempo para que pasase el susto, Si nunca sale de las Escadinhas de San Crispim, de quién estoy hablando, preguntó, el taxi subía la Rua da Prata y él iba dentro, al fin pertenecía al reino de los hombres, no al de los perros, y podía salir de las Escadinhas de San Crispim siempre que le apeteciera o precisase, como ahora mismo se demuestra, va a la editorial para hablar con la doctora María Sara, que dirige a los correctores, le entregará las pruebas definitivas del libro de poesía, y luego puede que decida no regresar inmediatamente a casa, ha acabado un libro, aunque tan delgado que no tiene cuerpo de libro, hará pues como de costumbre, comer en el restaurante, ir al cine, aunque lo más probable es que no lleve encima dinero suficiente para un programa tan amplio, hace cuentas mentales, el contador del taxi, intenta recordar cuánto tendrá en la cartera, y está en estas aritméticas cuando comprenae que no saldrá esta noche, no puede olvidar que ha empezado un libro nuevo, no, no es la novela de Costa, miró el reloj, son casi las cinco, el taxi sube por la Avenida do Duque de Loulé, se para en un semáforo, avanza, ahí, por favor, y cuando Raimundo Silva saca el dinero para pagar, comprueba, en una mirada rápida, que el dinero no le llegaría para restaurante y cine, uno de los dos sí, pero uno sin el otro no tiene gracia ninguna, Ceno en casa y sigo con aquello, aquello es la Historia del Cerco de Lisboa, alguna vez lo habría dicho antes, cuando corregía las pruebas de un libro de ese título, en tiempo de su inocencia.