Tres son los caminos principales que unen la casa de Raimundo Silva a la ciudad de los cristianos, uno que, siguiendo la Rua do Milagre de Santo António, y según la rama de la trifurcación que escoja, tanto puede acabar en Caldas o en la Madalena como en el Largo da Rosa, y sus adyacentes bajas y altas, en la Costa do Castelo, en el fondo las Escadinhas da Saúde y el Largo de Martim Moniz, y, por el medio, al arranque de la Calzada de Santo André, el Terreirinho y la Rua dos Cavaleiros, otro que por el Largo dos Lóios lo lleva en dirección a las Portas do Sol, y finalmente el más común, por las Escadinhas de San Crispim, todo en bajada, que en pocos minutos lo pone en la Porta de Ferro, donde espera el tranvía que lo llevará al Chiado, o de donde parte, a pie, hasta la Praza da Figueira, si pretende usar el metro, como es el caso de hoy. La editorial está cerca de la Avenida do Duque de Loulé, demasiado lejos, a esta hora ya declinante, para subir por la Avenida da Liberdade, en general por la acera de la derecha, pues nunca le ha gustado la otra, no sabe por qué, aunque la impresión de gusto y disgusto no sea constante, tiene altos y bajos, unas veces de un lado, otras del otro, pero realmente es en el lado derecho donde se siente mejor. Un día, mientras a sí mismo se iba llamando maníaco, decidió ir señalando en un plano de la ciudad las extensiones de acera de la avenida que le gustaban y las que le desagradaban, y descubrió, con sorpresa, que era más extensa la parte agradable del lado izquierdo, pero que, teniendo en cuenta el grado de intensidad de la satisfacción, el lado derecho acababa por prevalecer, lo que significaba que iba muchas veces subiendo por este lado de aquí y miraba la acera del otro lado con pena por no estar allí. Claro es que no toma estas pequeñas obsesiones demasiado en serio, de algo le sirvió ser corrector, aun hace pocos días, cuando estaba charlando con el autor de la Historia del Cerco de Lisboa, argumentó que los correctores han visto mucho de literatura y de vida, entendiéndose que lo que de la vida no supieron o no quisieron aprender en la literatura, ella se encargó de enseñarlo, especialmente en el capítulo de tics y de manías, que es de general conocimiento que no existen personajes normales, pues entonces no serían personajes, supongo, lo que, en conjunto, tal vez signifique que Raimundo Silva haya ido a buscar a los libros que corrigió algunos rasgos imprecisos que, pasado el tiempo, habrían acabado por formar en él, con lo que en él era de naturaleza, ese todo coherente y contradictorio a lo que solemos llamar carácter. Ahora que está en las Escadinhas de S. Crispim, mirando al perro, que lo mira a él, podría preguntarse uno a qué personaje de ficción se parece ahora, es una pena que no sea lobo el animal, pues entonces vendría inmediatamente a pelo la referencia a San Francisco, o puerco, y sería San Antón, o león, y sería San Marcos, o buey, y sería San Lucas, o pez, y podría ser San Antonio, o cordero, y sería el Bautista, o águila, y sería el Evangelista, no basta el haber dicho que el perro es el mejor amigo del hombre, tal como va el mundo, bien puede acabar siendo el último.