Con la condición de que le retribuyan la amistad, como ahora está pensando Raimundo Silva delante del escuálido animal, es por demás evidente que a los vecinos de San Crispim no les gusta la especie canina, acaso sean ellos aún, los vecinos, descendientes directos de los moros que por deber de religión detestaban aquí a los perros de aquel tiempo, pese a ser unos y otros hermanos en Alá. El perro, con más de ocho siglos de maltrato en la sangre y en la herencia genética, alzó de lejos la cabeza para iniciar un lamento prolongado, una voz exasperada y sin pudor, pero también sin esperanza, pedir de comer, gimiendo o tendiendo la mano, más que degradación sufrida por fuera es renuncia llegada de dentro. Raimundo Silva no tiene hora marcada, Hasta mañana, dijo la doctora María Sara, pero ya se va haciendo tarde, lo peor es este perro que no lo deja seguir su camino, del gemido pasó al llanto, al contrario de las personas que primero lloran y después aúllan, y lo que él pide, ruega, suplica e importuna, como si este simple hombre fuese la propia persona de Dios, es un mendrugo de pan, un hueso, ahora usan unos contenedores de basura trabajosos de abrir o derribar, de ahí que la necesidad sea tanta, mi Señor. Ante seguir adelante y el remordimiento de haberlo hecho, Raimundo Silva decide volver a casa para buscar algo que un perro hambriento no se atreva a rechazar, mientras sube la escalera mira el reloj, Se está haciendo tarde, repitió, entró de improviso, atemorizando a la asistenta, a quien sorprende viendo la televisión, pero, sin darle importancia, fue a la cocina, revolvió en los cajones, entre los cazos, abrió el frigorífico, la señora María no se atrevió a preguntar, Necesita algo, y menos aún a asombrarse como es su relativo derecho, porque, ya se sabe, fue sorprendida en flagrante delito de pereza para el trabajo, y ahora intenta recomponerse, ha apagado el televisor y empieza a cambiar muebles de sitio, hace ruidos demostrativos de una actividad frenética, en vano se afana, que Raimundo Silva, si efectivamente ha advertido la culpa cometida, ni pensó en eso, de tan preocupado como venía con la hora tardía y la idea de quedar bien cuando pusiera delante del perro el producto de la rebusca, que va envuelta en un diario, un trozo de chorizo cocido, un tajo de tocino, tres mendrugos, qué pena no haber tenido un hueso robusto para la sosiega, no hay nada mejor, mientras la digestión se va haciendo, que un hueso para excitar las glándulas salivares y fortalecer la dentadura de un perro. Se oye un portazo, Raimundo Silva baja ya la escalera, seguro que la señora María se asomó a la ventana a espiar, luego entró en la sala, volvió a encender el televisor, no había perdido ni cinco minutos de la telenovela, qué es eso.