Читаем Historia del cerco de Lisboa полностью

La doctora María Sara dijo, Muy bien. Sólo estas palabras, en un tono que no prometía otras, y Raimundo Silva, tan buen entendedor hasta de medias palabras, comprendió, dichas estas dos, que nada más tenía que hacer allí, había venido para entregar las pruebas, las había entregado, no le quedaba más que despedirse, Buenas tardes, o preguntar, Necesita algo más de mí, pregunta muy común que tanto sirve para expresar una humildad subalterna como una impaciencia refrenada, y que, en el caso presente, usando el tono adecuado, se podría convertir en alusión picante, lo malo es que muchas veces el destinatario oye las frases pero no se entera de la intención, basta que estuviese hojeando con atención profesional unas pruebas tipográficas, y más aún si de versos se trataba, que exigen cuidado especial, No, no necesito nada, respondió, y se levantó, fue en este instante cuando Raimundo Silva, sin pensar ni premeditar, tan ajeno al acto como a sus consecuencias, tocó levemente con dos dedos la rosa blanca, y la doctora María Sara lo miró de frente, estupefacta, no lo estaría más si él hubiera hecho aparecer esta flor en el solitario vacío, o cometido cualquiera otra proeza similar, lo que del todo no se esperaría es que mujer tan segura de sí se perturbase de repente hasta el punto de cubrírsele de rubor el rostro, fue obra de un segundo, pero flagrante, realmente parece increíble que se pueda ruborizar así alguien en los tiempos que corren, qué habría pensado ella, si es que pensó algo, fue como si el hombre, al tocar la rosa, hubiese aflorado en la mujer una escondida intimidad, de las del alma, no del cuerpo. Pero lo más extraordinario fue que Raimundo Silva se ruborizó también, y más tiempo que ella permaneció con sus rubores, seguramente porque se sentía en un ridículo mortal, Qué vergüenza, se dijo a sí mismo o vendrá a decírselo. En situaciones como ésta, faltando la osadía, y no nos preguntemos, Osadía para qué, la salvación está en la fuga, es buen consejero el instinto de conservación, lo peor viene luego, cuando repetimos las horribles palabras, qué vergüenza, todos hemos pasado por errores así, de rabia y de humillación la emprendemos a puñetazos con la almohada, Cómo pude ser tan estúpido, y no sabemos responder, probablemente porque habría que ser muy inteligente para conseguir explicar la estupidez, menos mal que estamos protegidos por la oscuridad del cuarto, nadie nos ve, aunque tenga la noche, y por eso la tememos tanto, ese don protervo de hacer irremediables y monstruosas hasta las pequeñas contrariedades, cuanto más una desgracia como ésta. Raimundo Silva volvió la espalda bruscamente, con la idea vaga de que todo se había perdido en su vida y que nunca más podría volver a esta casa, Es absurdo, absurdo, repetía en silencio y le parecía que lo decía mil veces mientras huía hacia la puerta, En dos segundos saldré, estaré fuera, lejos, cuando en el último y preciso instante lo detuvo la voz de María Sara, inesperadamente tranquila, en tal contradicción con lo que en este momento está pasando aquí, que fue como si el significado de las palabras se hubiera perdido en el aire, si no fuese por la certeza final del ridículo, Raimundo Silva habría fingido que entendió mal, por tanto no tendría otro remedio que creer que ella dijo realmente, Salgo dentro de cinco minutos, sólo el tiempo de arreglar un asunto en la dirección literaria, puedo montármelo de chófer si quiere. Con la mano aferrada al pomo de la puerta, él buscaba desesperadamente aparentar naturalidad, y cuánto le estaba costando, una parte de sí le ordenaba, vete, la otra lo miraba como un juez y sentenciaba, no tendrás otra oportunidad, todos los rubores y sorpresas habían perdido importancia en comparación con el gran paso dado por María Sara, pero en qué dirección, Dios mío, en qué dirección, y hay que ver cómo nosotros, humanos, estamos hechos, que a pesar de la confusión en que se debatía, de sentimientos, ya se ve, aún le sobraba frialdad de espíritu para identificar la irritación que le causó lo de me lo monto de chófer, absolutamente inadecuado a la ocasión por su patente vulgaridad, lo llevo a donde quiera, podía haber dicho María Sara, pero probablemente no se le ocurrió, o creyó que debía evitar la ambigüedad de una frase semejante, Lo llevo a donde quiera, lo llevo a donde yo quiera, bien es verdad que el estilo elevado suele fallar cuando más lo precisamos. Raimundo Silva consiguió soltarse de la puerta y permanecer firme, observación que parecería de dudoso gusto si no fuese expresión de una ironía amigable mientras esperamos que responda, Gracias, pero no quiero desviarla de su camino, ahora bien, aquí sí que viene muy a propósito decir que el soneto está sufriendo con la enmienda y que al desastrado corrector sólo le quedaría morderse la lengua si el tardío sacrificio le valiera de algo, por suerte no lo percibió María Sara, o fingió no percibirlo, por la duplicidad maliciosa de la frase, al menos no le temblaba la voz cuando dijo, Vengo en seguida, siéntese, y él hace lo que puede para que no le tiemble la suya al responder, No vale la pena, me gusta estar de pie, por las palabras que antes dijo parecía que recusaba el ofrecimiento, vemos ahora que aceptó. Ella sale, volverá antes de que pasen los cinco minutos, entretanto se espera que recobren ambos el ritmo de la respiración, el sentido de la valoración de las distancias, la regularidad del pulso, lo que no será pequeña proeza después de tan peligrosa esgrima. Raimundo Silva mira la rosa, no son sólo las personas quienes no saben para qué nacen.

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