Un día, tal vez por efecto de una luz que hará recordar ésta, límpida y fría tarde que va cayendo, se dirá, Recuerdas, primero el silencio en el coche, las palabras difíciles, la mirada tensa y expectante, las protestas y las insistencias, Déjeme en la Baixa, por favor, tomaré un tranvía, De ninguna manera, lo llevo a casa, no me cuesta nada, Pero se sale de su camino, Yo no, el coche, No es cómodo subir al lugar donde vivo, Al pie del castillo, Sabe dónde vivo, En la Rua do Milagre de Santo António, lo he visto en su ficha, después un cierto y todavía vacilante desahogo, cuerpo y espíritu medio distendidos, pero las palabras cautelosas, hasta el momento en que María Sara dijo, Pensar que estamos en lo que fue ciudad mora, y Raimundo Silva, fingiendo que no percibía la intención, Sí, estamos, e intentando cambiar de conversación, pero ella, A veces me pongo a pensar cómo sería aquello, la gente, las casas, la vida, y él callado, obstinadamente callado ahora, sintiendo que la detestaba, como se detesta a un invasor, llegó al punto de decir, Me bajo aquí, estoy cerca, pero ella no paró ni respondió, y el resto del camino lo hicieron en silencio. Cuando el coche se detuvo en la puerta, Raimundo Silva, aunque sin tener la seguridad de que eso fuera un acto de buena educación, creyó que debía invitarla a subir y se arrepintió de inmediato, es una falta de delicadeza, pensó, y no debo olvidar que soy su subordinado, fue entonces cuando ella dijo, Otro día, hoy es tarde. Sobre esta frase histórica se hará extenso debate, porque Raimundo Silva es capaz de jurar que las palabras entonces dichas fueron otras, y no menos históricas. Aún no ha llegado el momento.