Ahora bien, en este caso del que estamos ocupándonos, el cerco de Lisboa, cualquier aviso hubiera sido redundante, no sólo por, a buen decir, estar las paces rotas desde la toma de Santarem, como por ser evidentes y manifiestas las intenciones de quien juntó ejército tan numeroso en las colinas de más allá y si no puede añadirle unas cuantas divisiones más es por culpa de un error tipográfico agravado por sentimientos de despecho y de vanidad ofendida. No obstante, y aun así, hay que cumplir y respetar las formalidades, adaptándolas a cada caso, y por esto determinó el rey que fuesen a parlamentar con el gobernador de la ciudad Don João Peculiar y Don Pedro Pitães, acompañados de hidalguía bastante, con refuerzo de hombres de armas en proporción, tanto para el lucimiento como para la seguridad. Con vista a esquivar la sorpresa de una traición irreparable, no atravesaron el estero, pues no es necesario ser estratega como Napoleón o Clausewitz para darse cuenta de que, si a los moros les diese por echar mano a los emisarios y éstos quisieran huir, el estero allí estaría para cortar cualquier tentativa de retirada rápida, si es que las tropas de asalto moriscas, entretanto, en maniobra envolvente, no habían destruido ya las barcazas de desembarco. Dieron pues los nuestros la vuelta por donde fue dicho que la vuelta tenía que ser dada, siguiendo la Rua das Taipas abajo hasta el Salitre, después, con el susto natural de quien entra en campo enemigo, resbalando en el barro en dirección a la Rua das Pretas, luego subiendo y bajando, primero al Monte de Santa Ana, después por la Rua de S. Lázaro, pasando a vado el arroyo que viene de Almirante Reis, y otra vez fatigosamente trepando, qué idea ésta, venir a conquistar una ciudad toda ella en altos y bajos, por la Rua dos Carvaleiros y por la Calçada de Santo André, hasta las inmediaciones de la puerta hoy llamada de Martim Moniz, sin razón alguna. La caminata fue larga, peor con este calor, pese a la hora matinal en que salieron, las mulas tienen el pelo empapado en espuma, y los caballos, pocos, van en el mismo estado, si no peor, por cuanto les falta la resistencia de los híbridos, son bestias más delicadas. En cuanto a la infantería, aunque ya el sudor les chorrea, no se queja, pero si, mientras todos esperan que la puerta se abra, algún pensamiento entretiene a los de a pie, es que después de tal fatiga, a campo traviesa, no vaya a ser preciso pelear ni un poquito. Mogueime está aquí, le cayó en suerte ir en el destacamento, y delante, cerca del arzobispo, vemos también a Mem Ramires, es una coincidencia interesante que se hayan juntado en este histórico momento dos de los principales protagonistas del episodio de Santarem, ambos con igual influencia en el desenlace, por lo menos mientras no sea definitivamente averiguado a quién de ellos le tocó hacer de burro del otro. El personal que viene a este parlamento es todo de portugueses, no le pareció bien al rey servirse de extranjeros para refuerzo del ultimátum, aunque, dicho sea de paso, subsistan grandes dudas sobre si el arzobispo de Braga pertenecía, de hecho, a nuestra sangre lusitana, pero en fin, ya en esos antiguos tiempos había comenzado la fama que hemos mantenido hasta hoy de recibir bien a la gente de fuera distribuyéndoles cargos y prebendas, y este Don João Peculiar, por su parte, nos pagó multiplicado en servicios patrióticos. Y si, como también se dice, era realmente portugués, y de Coimbra, veámoslo como pionero de nuestra vocación migratoria, de la magnífica diáspora, pues toda su juventud la pasó en Francia, estudiando, debiendo notarse aquí una acentuada diferencia con relación a las tendencias recientes de nuestra emigración hacia aquel país, plutôt adscrita a trabajos sucios y pesados. Quien es indudablemente extranjero, pero contado aparte por venir en misión especial, ni parlamentario ni hombre de guerra, es aquel fraile de pelo apanochado y rostro pecoso, aquel a quien ahora mismo oímos que llaman Rogeiro, pero que realmente tiene por nombre Roger, lo que dejaría abierta la cuestión de si es inglés o normando, si no fuera ella despreciable para el asunto que nos ocupa. Avisado por el obispo de Oporto de que estuviera pronto a escribir, lo que significa que el tal Roger o Rogeiro vino como cronista, cosa que ahora se evidencia al sacar él de la alforja los materiales de escritura, sólo estiletes y tablillas, ya que con los meneos de la mula se derramaría la tinta y desparramaría la letra, todo esto, ya se sabe, son suposiciones de un narrador preocupado con la verosimilitud más que con la verdad, que tiene por inalcanzable. Este Rogeiro no conoce una palabra de arábigo ni de gallego, pero en este caso no será impedimento la ignorancia, pues todo el debate, vaya por donde vaya, se hará en latín, gracias a los intérpretes y a los traductores simultáneos. En latín hablará el arzobispo de Braga, para el arábigo traducirá uno de estos frailes que vinieron, si no se prefiere recurrir a Mem Ramires, representante del ejército ilustrado, que ya ha demostrado competencia más que suficiente, después responderá el moro en su lengua, que igualmente otro fraile transportará al latín, y así sucesivamente, lo que no sabemos es si habrá por aquí alguien encargado de pasar al gallego un resumen de cuanto se diga, para que se vayan enterando del debate los portugueses de una lengua sola. Lo cierto es que, con todas estas demoras, si los discursos les salen largos, vamos a pasar aquí el resto de la tarde.