Dijo el arzobispo, y Rogeiro luego en modo abreviado y taquigráfico dejó registro, quedando para más tarde los embellecimientos oratorios con que brindará aquel su destinatario distante, Osberno llamado, dondequiera que esté y quienquiera que sea, aunque ya introduciendo redondeos de labra propia, fruto de la inspiración estimulada, Vinimos aquí para reconciliarnos, empezó el arzobispo, y continuó, pues hemos pensado que siendo todos, nosotros y vosotros, hijos de la misma naturaleza y de un mismo principio, mal parecería que prosiguiéramos en esta más que desagradable contienda, y así gustaríamos que creyeseis que no hemos venido acá para tomar la ciudad o despojaros de ella, por donde ya podéis ir empezando a apreciar la benignidad de los cristianos en general, que aun cuando exigen lo que es suyo, no roban lo ajeno, y si nos argumentáis que a eso mismo hemos venido, responderemos que sólo reivindicamos como de nuestro derecho la posesión de esta ciudad, y que si en vos existen ni que sean sólo vestigios de los principios de justicia natural, sin más ruegos, con vuestros bagajes, dinero y peculios, con vuestras mujeres e hijos, sin duda demandaréis la patria de los moros que sois y de donde malamente vinisteis, dejándonos lo que nuestro es, no, dejadme que acabe, bien veo que movéis la cabeza a un lado y otro, mostrando ya con el gesto el no que la boca aún no ha dicho, atended que vosotros, los de la raza de los moros y moabitas, fraudulentamente robasteis al vuestro y nuestro reino el reino de Lusitania, destruyendo, hasta hoy, villas y aldeas e iglesias, son pasados ya trescientos cincuenta y ocho años desde que injustamente tenéis nuestras ciudades y la posesión de las tierras, pero en fin, visto que ocupáis Lisboa desde tan larga data y en ella nacisteis, queremos usar con vosotros de la acostumbrada bondad y os pedimos que nos entreguéis sólo la fortaleza de vuestro castillo, quedando cada uno de vosotros con su antigua libertad, porque no queremos expulsaros de vuestras casas, donde os protesto que podréis vivir dentro de las costumbres, a no ser que, por la conversión, quisierais libremente aumentar la Iglesia de Dios, única y verdadera, quien os avisa amigo es, una ciudad como ésta de Lisboa está expuesta a la ambición de muchos, de tan rica que sabemos que es y de tan feliz como parece, ved ahí los campamentos, las naves, la multitud de hombres conjurados contra vosotros, por eso os imploro, evitad la desolación de los campos y de los frutos, compadeceos de vuestras riquezas, compadeceos de vuestra sangre, aceptad la paz ofrecida mientras aún os es favorable nuestra disposición, pues bien debéis saber que mejor es la paz que se obtiene sin lucha que la alcanzada con mucha sangre, como más agradable es la salud que nunca se perdió que la salud que a la fuerza y como que compelida se salva de dolencias graves y casi mortales, no por acaso os lo digo, reparad cuán grave y peligrosa es la dolencia que os ataca, que a no ser que toméis una resolución salutífera, una de dos acontecerá, o lográis debelar el mal, o seréis víctimas de él, y ya os digo que no os fatiguéis en buscar terceras alternativas, antes deberéis acautelaros, pues habéis llegado al fin, cuidad pues vuestra salud cuando aún es tiempo, recordad el dictado romano, En la arena se aconseja el gladiador, y no me respondáis que moros sois y no gladiadores, que yo os diría que el dictado os sirve como a ellos, si vais a morir, y dicho esto, no tengo más que argumentar con vosotros, si alguna cosa tenéis que decir, decidla ya, y breve.