No parecieron palabras propias de un pastor de almas, esta sequedad fría que se adivina bajo las blanduras y las melifluas, rompiendo al fin en intimación brutal, pero, antes de seguir adelante, dejemos constatar nueva mención, ahora subrayada, de aquel de algún modo inesperado reconocimiento de que la gente que aquí está, cristiana y mora, es toda ella hija de la misma naturaleza y de un mismo principio, lo que significará, suponemos, que Dios, de la naturaleza padre y único autor del principio del que los principios vinieron, es incuestionablemente padre y autor de estos desavenidos hijos, los cuales, al combatir unos con otros, ofenden gravemente a la paternidad común en su no repartido amor, pudiendo decirse incluso, sin exagerar, que es sobre el inerme cuerpo de Dios viejo donde vienen peleando hasta la muerte las criaturas sus hijos. Dio en aquellas palabras el arzobispo de Braga clara muestra de saber que Dios y Alá es todo lo mismo, y que remontándose en el tiempo en que nada y nadie tenía nombre, entonces no se encontrarían diferencias entre moros y cristianos sino las que se pueden encontrar entre hombre y hombre, color, corpulencia, fisonomía, pero lo que probablemente no habrá pensado el prelado, ni tanto le podemos exigir, teniendo en cuenta el atraso intelectual y el analfabetismo generalizado de aquellas épocas, es que los problemas siempre empiezan cuando entran en escena los intermediarios de Dios, se llamen ellos Jesús o Mahoma, por no hablar de profetas y de anunciadores menores. Ya es mucho de agradecerle que vaya tan hondo en la vía de la especulación teológica un arzobispo de Braga armado y equipado para la guerra, con su cota de malla, su montante suspenso del arzón de la mula, su yelmo de nasal, quizá no le permitan las mismas armas que lleva llegar a conclusiones de humanitaria lógica, pues ya entonces se podía ver hasta qué punto los artefactos de la guerra pueden conducir a un hombre a pensar de modo diferente, lo sabemos mucho mejor hoy, aunque aún no lo suficiente como para que retiremos las armas a quien, en general, de ellas se sirve como único cerebro. Pero lejos de nosotros la intención de ofender a esos hombres aún poco portugueses que andan combatiendo para crear una patria que les sirva, en campo abierto cuando fuere necesario, por traición cuando convenga, que las patrias así nacieron y fructificaron, sin excepción, por eso, habiendo caído en todas, puede la mancha pasar por adorno y señal de mutua absolución.