Los otros segu´ıan siendo tan inalcanzables como lo hab´ıan sido siempre. La desesperanza amenazaba con hundirlo. Ahora titubeaba pensando en su presunción al aceptar la oferta de sus amigos de acompa˜narlo en este viaje errante y sin sentido. No sab´ıa nada, no ten´ıa ideas, y estaba constante y dolorosamente alerta a cualquier signo de que Hermione también fuera a decirle que ya hab´ıa tenido suficiente, que se iba.
Pasaban muchas noches en casi total silencio, y Hermione empezó a sacar el retrato de Phineas Nigellus y a colocarlo en una silla, como si fuera a llenar parte del vac´ıo que Ron dejó con su partida. A pesar de su previa advertencia de que no los visitar´ıa más, Phineas Nigellus no parec´ıa capaz de resistir la oportunidad de saber más acerca de lo que Harry planeaba, y consent´ıa en reaparecer, con los ojos vendados, cada pocos d´ıas. Harry incluso se alegraba de verlo, porque era compa˜n´ıa, aunque fuera de un tipo despreciativo y se burlara de ellos. Saciaron su ansia de noticias acerca de lo que estaba pasando en Hogwarts, aunque Phineas Nigellus no era un informante ideal. Veneraba a Snape, el primer director de Slytherin desde que él hab´ıa dirigido la escuela, y ten´ıan que tener cuidado de no criticar o hacer preguntas impertinentes sobre Snape, o Phineas Nigellus abandonaba el retrato instantáneamente.
Sin embargo, dejó caer ciertos fragmentos. Snape parec´ıa estar enfrentando un constante aunque débil mot´ın de un amplio grupo de estudiantes. A Ginny se le hab´ıa prohibido ir a Hogsmeade. Snape hab´ıa retomado el viejo decreto de Umbridge prohibiendo reuniones de tres o más estudiantes o la creación de cualquier sociedad estudiantil no oficial.
De todas estas cosas, Harry dedujo que Ginny, y probablemente Neville y Luna con ella, estaban haciendo todo lo que pod´ıan para continuar con el Ejército de Dumbledore.
Estas escasas noticias hicieron que Harry deseara ver a Ginny tan desesperadamente como cuando deseas que se te cure pronto un dolor de estómago; pero también le hizo pensar en Ron otra vez, y en Dumbledore, y en el mismo Hogwarts, que hab´ıa extra˜nado casi tanto como a su ex-novia. De hecho, mientras que Phineas Nigellus hablaba acerca de las medidas de Snape, Harry experimentó un peque˜no segundo de locura al imaginarse simplemente regresando a la escuela para unirse a la desestabilización del régimen de Snape: estando bien alimentado, y con una cómoda cama, y otras personas haciéndose cargo de CAPÍTULO 16. EL VALLE DE GODRIC
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todo; parec´ıa la más maravillosa propuesta del mundo en ese momento. Pero luego recordó que era el Indeseable Número Uno, que hab´ıa un precio de diez mil galeones sobre su cabeza, y que estar en Hogwarts en esos d´ıas era tan peligroso como estar en el Ministerio de Magia. Sin darse cuenta, Phineas Nigellus enfatizaba este hecho al dejar caer preguntas casuales acerca de dónde estaban Harry y Hermione. Cada vez que lo hac´ıa, Hermione lo envolv´ıa nuevamente en la bolsa de cuentas, y Phineas Nigellus invariablemente rehusaba reaparecer hasta varios d´ıas después de esas despedidas tan poco ceremoniosas.
El clima se volvió más y más fr´ıo. No se atrev´ıan a permanecer en un lugar demasiado tiempo, aunque permanec´ıan en el sur de Inglaterra, que era una dura región. El fr´ıo era la peor de sus preocupaciones, as´ı que continuaron errando arriba y debajo de la región, desafiando la falda de una monta˜na, donde el aguanieve aporreó la tienda; una amplia y plana ciénaga, donde la tienda se inundó con agua fr´ıa; y una peque˜na isla en medio de un lago, donde la nieve cubrió la tienda hasta la mitad durante la noche.
Hab´ıan comenzado a colocar árboles de Navidad con luces parpadeantes en algunas ventanas del salón antes de que llegara la noche, cuando Harry decidió sugerir, de nuevo, lo que le parec´ıa la única ruta sin explorar que les quedaba. Acababan de terminar una inusual merienda: Hermione hab´ıa ido al supermercado bajo la Capa de Invisibilidad (dejando escrupulosamente el dinero dentro de una caja registradora abierta antes irse), y Harry pensó que podr´ıa estar más persuadible de lo normal con el estómago lleno, gracias a los espagueti bolo˜nesa y a las peras enlatadas. También hab´ıa tenido la previsión de sugerir que tomaran algunas horas de descanso de llevar el Horrocrux, que estaba colgando sobre la cama a su lado.
“¿Hermione?”
“¿Mmm?” Estaba acurrucada en un de los sillones combados con Las Aventuras de Beedle el Bardo. No pod´ıa imaginar cuanto tiempo más iba a estar pegada al libro, que no fue, después de todo, demasiado; pero evidentemente aún estaba descifrando algo en él, porque El silabario del Hechicero permanec´ıa abierto en un brazo del sillón.
Harry se aclaró la garganta. Se sent´ıa exactamente como en aquella ocasión, algunos a˜nos atrás, cuando tuvo que preguntarle a la Profesora McGonagall si pod´ıa ir a Hogsmeade de todas formas, a pesar del hecho de no haber persuadido a los Dursley de firmar su permiso.