Los tres volvieron la vista hacia Shell Cottage, que lucia oscura y silenciosa bajo las tenues estrellas, después se dieron la vuelta y caminaron hacia el punto, apenas más allá de la pared divisoria, donde el encantamiento Fidelius dejaba de funcionar y podr´ıan desaparecerse.
Una vez que pasaron la puerta, Griphook hablo. “¿Creo que deber´ıa trepar ahora, Harry Potter?”
Harry se inclino y el gnomo se trepo en su espalda, con las manos unidas al frente de la garganta de Harry. No era pesado, pero a Harry le desagradaba la sensación del gnomo y la sorprendente fuerza con la que se aferró. Hermione sacó la capa de invisibilidad del bolso de cuentas y la lanzó sobre ambos.
“Perfecto,” dijo agachándose para revisar los pies de Harry. “No puedo ver nada.
Vamos.”
Harry se dio la vuelta sobre el terreno, con Griphook sobre sus hombros, concentrándose con todo su ser en el Caldero Chorreante, la posada que era la entrada al Callejón Diagon. El gnomo se aferró incluso mas fuerte mientras se mov´ıan en la oscuridad opresora, y segundos después los pies de Harry encontraron el pavimento y abrió los ojos en Charing Cross Road. Ajetreados muggles pasaban con la t´ıpica expresión abatida de primera hora CAPÍTULO 26. GRINGOTTS
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de la ma˜nana, bastante inconscientes de la existencia de la peque˜na posada.
El bar del Caldero Chorreante estaba casi desierto. Tom, el encorvado y desdentado encargado, estaba puliendo vasos de cristal detrás de la barra; un par de brujos que conversaban en murmullos en una esquina lejana echaron un vistazo hacia Hermione y se volvieron de vuelta a las sombras.
“Madam Lestrange,” murmuro Tom, y cuando Hermione se detuvo brevemente inclino la cabeza servilmente.
“Buenos D´ıas,” dijo Hermione, y mientras Harry se mov´ıa lentamente a un lado, aun cargando a cuestas a Griphook bajo la capa, vio a Tom parecer sorprendido.
“Demasiado amable,” susurró Harry al o´ıdo de Hermione mientras sal´ıan de la posada hacia el minúsculo patio trasero. “¡Necesitas tratar a la gente como si fuera basura!”
“¡Vale, vale!”
Hermione sacó la varita de Bellatrix y golpeó un ladrillo de la indefinible pared que hab´ıa frente a ellos. Inmediatamente los ladrillos empezaron a dar vueltas y a girar, un agujero apareció en el centro, que creció más y más amplio, formando finalmente una entrada arqueada hacia la calle estrecha adoquinada que era el callejón Diagon.
Estaba en calma, apenas iba a ser hora de que las tiendas abrieran, y hab´ıa muy pocos compradores. La tortuosa calle adoquinada se ve´ıa muy diferente ahora del ajetreado lugar que Harry hab´ıa visitado antes de su primer a˜no en Hogwarts, tantos a˜nos atrás.
Aunque, desde su última visita, muchas tiendas hab´ıan sido clausuradas con tablones, también hab´ıan sido creados muchos establecimientos dedicados a las artes oscuras. La propia cara de Harry lo saludo desde los muchos carteles pegados sobre las ventanas, siempre titulados con las palabras INDESEABLE NUMERO UNO.
Un grupo de gente andrajosa estaba sentada amontonada en los umbrales. Los escucho gimiendo a los pocos transeúntes, suplicando por oro, insistiendo en que ellos eran verdaderos magos. Un hombre ten´ıa un vendaje ensangrentado sobre un ojo.
Mientras caminaban por la calle, los mendigos vislumbraron a Hermione. Parecieron esfumarse ante ella, cubriendo sus rostros con capuchas y alejándose tan rápido como pod´ıan. Hermione los miro con curiosidad, hasta que el hombre con el vendaje sangriento avanzo, cruzándose en su camino.
“Mis hijos,” grito, apuntándola. Su voz era mordaz, estridente, sonaba fuera de si.
“¿Dónde están mis hijos? ¿Qué ha hecho él con ellos? ¡Tú lo sabes, tú lo sabes!”
“Y... yo realmente...” balbuceo Hermione.
El hombre se lanzo hacia ella, buscando su garganta. Entonces, con un estallido y una explosión de luz roja fue lanzado de vuela al suelo, inconsciente. Ron estaba parado all´ı, su varita aun a la vista y detrás de la barba se apreciaba su rostro conmocionado.
Rostros aparecieron en las ventanas en cada lado de la calle, mientras un peque˜no grupo de transeúntes de apariencia próspera recogieron sus túnicas y se separaron en apacibles trotes, apurados por abandonar la escena.
Su entrada en el Callejón Diagon dif´ıcilmente podr´ıa haber sido más notoria; por un momento Harry se preguntó si tal vez no seria mejor irse ahora y tratar de idear un mejor plan. Sin embargo, antes de que se pudieran mover o consultar uno al otro, escucharon un grito detrás de ellos.
“¡Pero si es Madam Lestrange!”
CAPÍTULO 26. GRINGOTTS
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Harry giro y Griphook apretó su agarre alrededor del cuello de Harry. Un mago alto y delgado con una espesa corona de cabello gris y una nariz larga y afilada avanzaba a zancadas hacia ellos.
“Es Travers,” silbo el gnomo al o´ıdo de Harry, pero en ese momento Harry no pod´ıa pensar en quien era Travers. Hermione se hab´ıa enderezado hasta su altura completa y dijo con tanto desprecio como pudo reunir:
“¿Y que es lo que quieres?”
Travers detuvo sus andares, claramente ofendido.