Читаем La chica del tambor полностью

Poco después de regresar a Londres, y siguiendo instrucciones, Charlie fue a las oficinas de Correos de Maida Vale, presentó sus credenciales, v recogió una sola carta, con matasellos de Istambul, que había llegado a Londres, evidentemente, después de que ella partiera hacia Mikonos. «Querida, poco falta para Atenas. Te quiero. Firmado: M.» Una notita para mantener el fuego sagrado. Pero la visión de esta comunicación viva conmovió profundamente a Charlie. Una multitud de imágenes enterradas salió a la superficie para torturarla. Los pies de Michel, calzados con sus zapatos Gucci, bajando torpemente la escalera. Su lacio y adorable cuerpo sostenido por sus carceleros. Su rostro viril, tan joven que aún no podía ser llamado a filas. Su voz, rica, inocente, excesivamente rica e inocente. El medallón de oro golpeando suavemente su desnudo pecho de oliváceo color. Joseph, te quiero.

Después de esto, Charlie fue todos los días a la oficina de Correos, e incluso llegó a ir dos veces al día, convirtiéndose en una persona conocida en el lugar, aunque sólo fuera por el curioso hecho de irse siempre con las manos vacías, y con aspecto cada día más desdichado. Era una interpretación teatral delicada y bien dirigida, que Charlie llevaba a cabo con gran cuidado, y que Joseph, en su calidad de director secreto, observó personalmente más de una vez, mientras compraba sellos en el mostrador contiguo.

Durante este mismo período, y con la intención de darle un poco de vida, Charlie mandó tres cartas a Michel, en París, en las que le rogaba que le escribiera, le decía que le amaba, y le perdonaba de antemano su silencio. Estas fueron las primeras cartas que Charlie escribió por sí misma. Tuvo la extraña reacción de experimentar alivio al mandarlas. A fin de cuentas, estas cartas conferían autenticidad a las anteriores, así como a los sentimientos por Charlie expresados. Siempre que escribía una de estas cartas la echaba a un buzón que le habían designado especialmente, y Charlie suponía que había gente vigilando el buzón, pero Charlie había ya aprendido a no mirar alrededor, y a no pensar en estos asuntos. En una ocasión vio a Rachel detrás del vidrio de un bar, con un aspecto muy gris e inglés. En otra ocasión, junto a ella pasaron Raoul y Dimitri en motocicleta. La última carta que mandó a Michel la envió por correo certificado, en la misma oficina de correos en donde iba a buscar cartas en vano, y Charlie escribió, «Querido, por favor, por favor, por favor, escribe», en el dorso del sobre, después de haberlo franqueado, mientras Joseph esperaba pacientemente detrás de ella.

Poco a poco, Charlie comenzó a considerar que su vida, durante aquellas semanas, estaba escrita en letra grande y en letra menuda. La letra grande correspondía al mundo en que vivía. La letra menuda correspondía al mundo en el que entraba y del que salía subrepticiamente, cuando el mundo mayor no la observaba. Ninguna aventura amorosa, ni siquiera con hombres muy casados, había sido tan secreta para ella.

El viaje que hicieron a Nottingham tuvo lugar en el quinto día de Charlie. Joseph tomó excepcionales precauciones. La recogió en un Rover, junto a una muy lejana estación del metro, un sábado por la tarde, y la devolvió a Londres el domingo por la tarde. Joseph acudió a la cita con una peluca rubia para Charlie, muy buena, y con ropas de repuesto, incluido un vestido y un abrigo de pieles, en una maleta. Había encargado una cena tardía, y dicha cena fue tan mala como la primera. A mitad de la cena, Charlie dio muestras de sentir un miedo terrible de que el personal del establecimiento la reconociera, a pesar de la peluca y del abrigo de pieles, y le preguntara qué había sido de su único y verdadero amor. Luego fueron a su dormitorio, con dos castas camas separadas, que arreglaron por el medio de juntarlas y poner los colchones al través. Por unos instantes, Charlie pensó que realmente iba a ocurrir. Charlie salió del baño y encontró a Joseph tendido cuan largo era en la cama, mirándola. Charlie se tendió junto a él y apoyó la cabeza en su pecho, luego levantó la cabeza y comenzó a besarle, con besos ligeros y en puntos favoritos, alrededor de las sienes, en las mejillas, y, por fin, en los labios. La mano de Joseph apartó un poco la cabeza de Charlie, la levantó, y Joseph besó a Charlie, manteniendo la mano en la mejilla de la muchacha, y los ojos abiertos.

Luego, Joseph, la apartó muy suavemente y se sentó. Le dio otro beso: adiós.

Mientras cogía la chaqueta, Joseph dijo:

- Escucha.

Joseph sonreía. Era una sonrisa hermosa, su sonrisa dulce, su mejor sonrisa. Charlie escuchó y oyó el sonido de la lluvia de Nottinghamshire contra los cristales. Era la misma lluvia que les había mantenido en cama durante dos noches y un día.

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