Читаем La chica del tambor полностью

Es una trampa. Es la policía. Se han enterado de mi viaje a través de Yugoslavia. Me quieren utilizar como cebo para atrapar a mi amante.

«¡Michel! ¡Michel! ¡Mi amor, dime qué debo hacer!»

Oyó que la llamaban:

- Rosalind.

Otra vez la misma voz:

- ¡Charlie! ¿Dónde diablos se ha metido Charlie?

En el corredor, un grupo de nadadores con toallas alrededor del cuello miraron sin expresión en los ojos la imagen de una señora pelirroja, ataviada con un viejo vestido elizabetiano, saliendo del vestuario de las chicas.

Sin saber cómo, Charlie consiguió terminar su interpretación. E incluso cabe la posibilidad de que llevara a cabo una buena interpretación. Durante el entreacto, el director, hombre con alma de monje, a quien llamaban Hermano Mycroft, pidió a Charlie, con una extraña expresión en los ojos, que hiciera el favor de bajar un poquitín el tono de su interpretación, y Charlie le prometió obedientemente hacerlo así. Pero, en realidad, Charlie apenas le oyó, debido a que estaba totalmente absorta en escrutar las medio vacías hileras de sillas, con la esperanza de ver un blazer rojo.

Fue en vano.

Vio otras caras -la de Rachel y la de Dimitri, por ejemplo-, aunque no las reconoció. Desesperada, Charlie pensó: «No está aquí. Es una trampa. Es la policía.»

En el vestuario, Charlie se cambió rápidamente las ropas, se puso el pañuelo de cabeza blanco, y estuvo esperando allí hasta que el conserje la echó. En el vestíbulo, en pie, como un fantasma de blanca cabeza, esperó entre los deportistas que se iban, mientras mantenía las orquídeas junto a su pecho. Una vieja señora le preguntó si acaso ella misma había cultivado aquellas orquídeas. Un colegial le pidió un autógrafo. La pastora le tiró de la manga:

- Chas, la fiesta, por favor, Val te está buscando por todos lados.

Las puertas del pabellón de deportes se cerraron a sus espaldas, avanzó en el aire nocturno, y poco le faltó para caer de narices sobre el asfalto, impelida por la fuerza del viento marino. Tambaleándose llegó hasta su automóvil, abrió la portezuela, dejó las orquídeas en el asiento contiguo al del conductor, se sentó y cerró la portezuela. Al principio, el motor se negó a ponerse en marcha, y cuando se puso en marcha lo hizo con tal ímpetu que parecía un caballo llevado por la querencia a la cuadra. Mientras recorría la calleja para penetrar en la vía principal, vio en el retrovisor las luces de otro automóvil. Luego este automóvil la siguió, manteniéndose siempre a la misma distancia, hasta la casa de huéspedes.

Aparcó y volvió a oír el viento azotando las hortensias. Se envolvió en su abrigo de pieles, y llevando las orquídeas dentro del abrigo, corrió hacia la puerta. Había cuatro peldaños que Charlie contó dos veces, la primera de ellas cuando los subió a toda prisa, y la segunda mientras esperaba que le dieran la llave de su cuarto, todavía jadeante, al oír los pasos de otra persona que subía los mismos peldaños, con una linterna y firme caminar. No había huéspedes, ni en el vestíbulo ni en el salón. El único superviviente era Humphrey, chico gordo, con aspecto de personaje de Dickens, que jugaba a hacer de conserje de noche.

Mientras alargaba la mano para coger la llave, Charlie dijo alegremente:

- No es la seis, Humph, sino la dieciséis, arriba en la fila más alta. Y en el cajoncito también encontrarás una carta de amor, monada, que es para mí. Dámela, antes de que se te ocurra darla a otra.

Charlie cogió el papel doblado que le entregó el chico, con la esperanza de que fuera de Michel, y, a continuación las facciones de Charlie revelaron una expresión de reprimida desilusión, cuando descubrió que la carta era de su hermana, quien le decía: «Buena suerte en la representación de esta noche», lo cual era tan sólo la manera de Joseph de musitarle: «Estamos contigo», aunque en voz tan baja que Charlie apenas le oyó.

A espaldas de Charlie se abrió la puerta del vestíbulo y se cerró. Los pies de un hombre se acercaban cruzando la alfombra del vestíbulo. Charlie se permitió dirigirle una rápida mirada, por si acaso era Michel. Pero no lo era, cual reveló la expresión de desilusión de Charlie. Era una persona del resto del mundo, carente de toda utilidad para Charlie. Se trataba de un muchacho delgado, peligrosamente pacífico, con oscuros ojos que indicaban que amaba a su madre. Llevaba una larga trinchera de tela de gabardina, de color castaño, con militares hombreras para dar anchura a sus civiles hombros. Y una corbata castaña que armonizaba con el color de sus ojos que armonizaba con la trinchera. Calzaba zapatos castaños, de triste aspecto, con anchas punteras cosidas con dos filas de puntadas. Charlie concluyó que no era un hombre de la justicia, sino un hombre de justicia denegada. Un muchacho de cuarenta años, con gabardina, privado de su justicia en su primera juventud.

- ¿Señorita Charlie?

Y una boca excesivamente alimentada, sobre el campo de una barbilla pálida.

- Vengo a saludarla de parte de nuestro común amigo Michel, señorita Charlie.

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