Читаем La chica del tambor полностью

Después de decir estas palabras, Charlie repitió:

- ¿Me comprendes?

Charlie arrancó la hoja del bloc, la metió en el bolsillo alto de la chaqueta de Humphrey, y le dio un distraído beso, mientras Mesterbein contemplaba la escena con el disimulado resentimiento del amante que espera a la mujer con la que desea pasar la noche. En el porche, Mesterbein se sacó del bolsillo una linda linterna suiza. A la luz de la linterna, Charlie vio la amarilla pegatina de Hertz en el parabrisas del automóvil de Mesterbein. Este abrió la puerta del automóvil correspondiente al asiento contiguo al del conductor y dijo:

- Por favor.

Pero Charlie siguió adelante hasta llegar a su Fiat, entró en él, puso el motor en marcha y esperó. En el momento en que Mesterbein la adelantaba, Charlie observó que, para conducir, se había puesto una boina negra, con el borde perfectamente horizontal, como un gorro de baño, que tenía la virtud de poner de relieve sus orejas.

Condujeron despacio debido a las zonas de niebla. O quizá ésta fuera la habitual manera de conducir de Mesterbein, ya que tenía la agresivamente impasible espalda propia del conductor cauteloso. Ascendieron un poco y siguieron hacia el norte por una zona desértica. La niebla desapareció y aparecieron los postes de teléfono como agujas clavadas en el cielo nocturno. Una desgarrada luna griega apareció brevemente por entre las nubes, y éstas volvieron a absorberla. En una encrucijada Mesterbein detuvo su coche para consultar un mapa. Por fin, Mesterbein señaló hacia la izquierda, primero con la linterna y luego con una mano blanca a la que imprimió un movimiento giratorio. Si, Anton, comprendo. Charlie le siguió por una pendiente y, luego, a través de un pueblo. Charlie bajó el vidrio de la ventanilla y el olor salado del mar llenó el interior de su automóvil. La brusca entrada del aire obligó a Charlie a abrir la boca, igual que si se dispusiera a chillar. Siguiendo a Mesterbein, Charlie pasó debajo de un sucio cartel que decía «East West Timesharer Chalets Ltd». Luego avanzaron por una estrecha carretera nueva, por entre dunas, hacia una ruinosa mina de estaño que se alzaba en una colina, recortada contra el cielo. Un cartel decía: «Venga a Cornualles.» A la derecha y a la izquierda de Charlie se alzaban casitas de madera, todas oscuras. Mesterbein aparcó, y Charlie aparcó detrás de él, dejando el automóvil con una marcha puesta, debido a que el suelo era pendiente. El cambio de marchas vuelve a gemir, pensó Charlie. Tendré que devolver el automóvil a Eustace. Mesterbein bajó. Charlie también lo hizo, y cerró con llave el automóvil. El viento había dejado de soplar. Se encontraban en la zona de sotavento de la península. Las gaviotas trazaban círculos en el aire y chillaban, como si hubieran perdido algo valioso en el suelo. Mesterbein, con la linterna en la mano, cogió con la otra el codo de Charlie para guiarla hacia delante. Charlie dijo:

- Suélteme.

Mesterbein empujó una puerta en una verja, produciendo un gemido. Ante ellos se encendió una luz. Avanzaban por un corto sendero de cemento hacia una puerta azul en la que se leía Sea-Wrack. Mesterbein tenía ya la llave dispuesta. La puerta se abrió, Mesterbein entró primero y se detuvo para dejar pasar a Charlie, como un agente de la propiedad inmobiliaria mostrando una casa a un posible cliente. No había porche, y parecía que faltase algo que anunciara la entrada en la casa. Charlie entró y Mesterbein cerró la puerta. Se encontraban en una sala de estar. Al olfato de Charlie llegó el olor a colada húmeda, y Charlie vio negras manchas de hongos en el techo. Una mujer alta y rubia, con vestido de pana azul estaba metiendo una moneda en una estufa eléctrica. Cuando entraron, volvió rápidamente la cabeza, con una sonrisa en el rostro. Luego se puso en pie de un salto y, echándose atrás un largo mechón de cabello rubio, avanzó hacia ellos.

- ¡Anton! ¡Es maravilloso! ¡Me has traído a Charlie! ¡Charlie, bienvenida! ¡Y serás doblemente bienvenida si me enseñas la manera de poner en marcha esta estúpida máquina!

Cogió a Charlie por los hombros y le besó las mejillas. Dijo:

- Has estado sencillamente fantástica en tu interpretación de Shakespeare, esta noche. ¿Verdad que sí, Anton? Has estado soberbia. Me llamo Helga.

La rubia lo dijo de tal manera que parecía indicar que los nombres carecían de toda importancia para ella. Insistió:

- Helga. De la misma forma que tú te llamas Charlie, yo me llamo Helga.

Sus ojos eran grises y luminosos, y, al igual que los de Mesterbein, peligrosamente inocentes. Con militante sencillez contemplaban un mundo difícil. Ser auténtico es lo mismo que ser indómito, pensó Charlie, citando una frase de una de las cartas de Michel. Siento, en consecuencia actúo.

Desde un rincón de la estancia, Anton dio una tardía respuesta a la pregunta que Helga le había formulado. En aquellos momentos, Mesterbein estaba metiendo un colgador por debajo de las hombreras de su trinchera:

- Ha estado impresionante, desde luego.

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