Charlie había endurecido la expresión de su cara, como si se dispusiera a aguantar castigo en ella. Dijo:
- ¿Qué Michel?
Y vio que nada se movía en el individuo, lo cual, a su vez, infundió gran quietud en la propia Charlie, que se quedó quieta tal como quietos nos quedarnos para que nos pinten o nos hagan estatuas, y tal como se quedan quietos los policías.
- Michel de Nottingham, señorita Charlie.
El hombre había hablado con acento suizo, acento ofendido y levemente acusador. El hombre añadió:
- Michel me ha pedido que le regale orquídeas doradas y que la lleve a cenar, en su nombre. Insistió mucho en que usted aceptara. Soy un buen amigo de Michel. Por favor, venga conmigo.
«¿Tú? -pensó Charlie-. ¿Amigo? Michel jamás tendría un amigo como tú, ni que en ello le fuera la vida.» Pero Charlie dejó que su furiosa mirada dijera estas palabras.
- También tengo la misión de representar a Michel jurídicamente, señorita Charlie. Michel tiene derecho a la plena protección legal. Por favor, venga. Ahora.
El ademán costó a Charlie un gran esfuerzo, pero Charlie deseaba que se notara. Las orquídeas pesaban terriblemente, y fue larguísimo el trayecto que tuvieron que recorrer en el aire, levantándose de las manos de Charlie a las del hombre. Pero Charlie lo consiguió. Pudo reunir el valor y la fuerza suficientes, y los brazos del hombre se levantaron para recibir las orquídeas. Y Charlie pudo hallar el metálico tono adecuado para decir las palabras que quería decir:
- Se equivoca, yo no conozco al Michel de Nottingham, y no conozco a ningún Michel, sea de donde sea. Y tampoco nos encontramos en Monte, en la última temporada. Lo ha hecho usted muy bien, pero estoy cansada. Cansada de todos ustedes.
Al volverse hacia el mostrador para coger la llave, Charlie se dio cuenta de que Humphrey, el conserje, le estaba diciendo algo de suma importancia. A Humphrey le temblaba la cara de grasienta piel, y sostenía un lápiz con la punta sobre un gran libro registro. En tono indignado, con su marcado acento norteño, y arrastrando las palabras, Humphrey dijo:
- Le he preguntado que a qué hora quiere usted el té del desayuno, señorita.
- A las nueve en punto, ni un segundo antes.
Y con cansados movimientos, Charlie se dirigió hacia la escalera. Humphrey dijo:
- ¿Quiere el periódico de la mañana también, señorita? Charlie se volvió, dirigió una
pesada mirada a Humphrey y murmuró:
- Dios mío…
De repente, Humphrey se excitó grandemente. Al parecer, Humphrey creía que únicamente un poco de animación podía despertar a Charlie. Dijo:
- ¡El periódico de la mañana! ¡Para leerlo! ¿Cuál es su favorito? Charlie repuso:
- El Times, querido.
Humphrey volvió a sumirse en un estado de satisfecha apatía. Mientras escribía, dijo:
- Será el Telegraph, el Times es sólo para los suscriptores.
Pero en estos momentos, Charlie ya había comenzado a subir penosamente la ancha escalera, camino de las históricas tinieblas del primer descansillo.
- ¡Señorita Charlie!
Si vuelves a llamarme de esta manera, pensó Charlie, igual bajo unos cuantos peldaños y te atizo con verdadera fuerza en tu suave pasamontañas suizo. Charlie subió dos peldaños más, antes de que el individuo volviera a hablar. Charlie no había previsto que aquel hombre pudiera hablar con tanta energía:
- A Michel le gustará mucho saber que Rosalind ha llevado su brazalete esta noche. Y que, si no me equivoco, sigue llevándolo en los presentes momentos. ¿O se trata del regalo de otro caballero?
Primero la cabeza y, después, el cuerpo entero de Charlie dio frente al hombre, quien había trasladado las orquídeas al brazo izquierdo. El brazo derecho pendía junto al costado, causando la impresión de que fuera sólo una manga sin brazo.
- Le he dicho que se vaya. ¡Lárguese! ¿Quiere hacerme este favor?
Pero Charlie hablaba en contra de su convicción, cual revelaba el vacilante acento con que habló.
- Michel me ha ordenado que la invite a langosta y a una botella de Boutaris. Dice que el vino debe ser blanco y frío. También tengo que transmitirle otros mensajes de Michel. Se irritará mucho cuando sepa que usted ha rechazado su hospitalidad. Sí, incluso se sentirá insultado.
Aquello era demasiado. Aquel hombre era el propio ángel negro de Charlie reclamando aquella alma que ella había comprometido tan a la ligera. Tanto si aquel hombre mentía, como si era de la policía, como si era un chantajista, Charlie le seguiría hasta el centro del inframundo, en el caso de que aquel hombre pudiera llevarla al lado de Michel. Con pasos pesados, Charlie bajó los peldaños que había subido, hasta llegar al mostrador del conserje.
Arrojó la llave sobre el mostrador, cogió el lápiz que Humphrey sostenía en la mano, sin que éste ofreciera resistencia, y escribió la palabra «CATHY» en un bloc que Humphrey tenía ante sí. Charlie dijo:
- Humphrey, es una señora americana. ¿Me comprendes? Amiga mía. Si llama, dile que he salido acompañada de seis amantes. Dile que quizá mañana vaya a buscarla a su casa, para almorzar.