- Está muerto, pero no somos individualistas entregados a nuestras experiencias íntimas, sino que somos luchadores y trabajadores. ¡Deja ya de llorar!
Cogiendo el codo de Charlie, Helga la puso enérgicamente en pie, y la obligó a atravesar lentamente la estancia. Le dijo:
- Escúchame. Ahora. En cierta ocasión tuve un novio muy rico. Se llamaba Kurtz. Era muy fascista y totalmente primitivo. Yo le utilizaba por motivos puramente sexuales, tal coma también utilizo a Anton, pero, al mismo tiempo, también intentaba educarle. Un día el embajador de Alemania en Bolivia, el conde no sé cuántos, fue ejecutado por los luchadores en pro de la libertad. ¿No recuerdas esta acción? Kurtz, que ni siquiera conocía al embajador en cuestión, se enfureció: «¡Cerdos! ¡Terroristas! ¡Es una vergüenza!» Y yo le dije: «Kurtz -sí, porque se Llamaba Kurtz-, ¿por qué te indignas? Todos los días hay gente que se muere de hambre en Bolivia. ¿Por qué has de llorar la muerte de un conde?» ¿Estás de acuerdo con esta argumentación, Charlie? ¿Si?
Charlie encogió laciamente los hombros. Y Helga, después de haber sentado la anterior base, pasó a una argumentación más concluyente:
- Y, ahora, voy a hacer un razonamiento más duro. Michel es un mártir, pero los muertos no pueden luchar y, además, hay muchos mártires. Ha muerto un soldado, pero la revolución continúa. ¿Si?
Charlie musitó:
- Sí.
Habían llegado de nuevo al sofá. Cogiendo su práctico bolso, Helga extrajo de él una plana media botella de whisky, en la que Charlie vio la etiqueta de «libre de impuestos». Helga desenroscó el tapón y entregó la botella a Charlie. Helga dijo:
- Por Michel. Brindemos por Michel. Por Michel. Anda, dilo. Charlie tomó un breve sorbo, puso mal gesto, y Helga recuperó la botella, diciendo:
- Siéntate, Charlie. Si, quiero que te sientes inmediatamente. Con atonía, Charlie se sentó en el sofá. Una vez más, Helga quedó cernida sobre Charlie. Dijo:
- Escucha lo que te voy a decir y contéstame. ¿De acuerdo? Yo no he venido aquí para divertirme. ¿Comprendes? Y tampoco he venido para conversar. Me gusta conversar, pero no ahora. Di «sí».
Con fatigados acentos, Charlie dijo:
- Sí.
- Tú atraías a Michel. Esto es un hecho científico. En realidad, Michel incluso estaba enamorado de ti. En la mesa de su apartamento había una carta inacabada dirigida a ti, rebosante de fantásticas frases sobre la sexualidad y el amor. Todas destinadas a ti. Y también hablaba de política.
Despacio, como si el sentido de estas palabras sólo muy despacio hubiera llegado a su comprensión, la hinchada cara y deformada cara de Charlie adquirió expresión de ansiedad. Charlie dijo:
- ¿Dónde está esta carta? ¡Dámela!
- Está siendo estudiada. En esta clase de operaciones es preciso estudiarlo y valorarlo todo. Sí, todo debe ser objetivamente estudiado.
Charlie fijó la vista en sus propios pies y dijo:
- ¡Es mía! ¡Dámela!
- Es propiedad de la revolución, probablemente te la entregaran más adelante. Ya veremos.
Sin demasiados miramientos, Helga empujó a Charlie para que volviera a quedar en el sofá. Dijo:
- Este automóvil, el Mercedes, que ahora se ha convertido en un montón de chatarra. ¿Lo llevaste tu a Alemania? ¿Por cuenta de Michel? ¿Fue una misión? Contéstame.
Charlie musitó:
- A Austria.
- ¿Desde dónde?
- Cruzando Yugoslavia.
- Charlie, creo sinceramente que eres muy imprecisa en tus ex-presiones. Te he preguntado: ¿Desde dónde?
- Tesalónica.
- Y, naturalmente, Michel te acompañó en este viaje. Creo que éste era un comportamiento normal en él.
- ¿Cómo que no? ¿Condujiste sola? ¿En un trayecto tan largo? ¡Es ridículo! Michel jamás te hubiera dado una carga tan pesada. No creo ni media palabra de lo que dices. No haces más que mentir.
Volviendo a la apatía, Charlie repuso:
- Bueno, ¿y qué?
Pues para Helga no era «¿y qué?» Se puso furiosa. Dijo:
- ¡Claro, a ti nada te importa! Si eres una espía, ¿qué va a importarte? Veo con claridad lo que ocurrió: No hace falta que te haga más preguntas, ya que serían puros y simples formalismos. Michel le reclutó, te convirtió en su amor secreto, y tú, tan pronto pudiste, te fuiste con el cuento a la policía, con el fin de protegerte a ti misma, y de ganar una fortunita. Eres una espía de la policía. Comunicaré esto a ciertas personas muy eficaces con las que tenemos tratos, y estas personas darán buena cuenta de ti, incluso si tienen que esperar veinte años. ¡Ejecutada!
Charlie dijo:
- Formidable. Me parece estupendo.
Charlie apagó su cigarrillo y dijo:
- Hazlo, Helga Es exactamente lo que me hace falta. Mándamelos, por favor. Habitación dieciséis, en esa casa de huéspedes en que me alojo.
Helga se había acercado a la ventana y había apartado la cortina con la intención, al parecer, de indicar a Mesterbein que regresara. Mirando mas allá del cuerpo de Helga, Charlie vio el pequeño coche de alquiler de Mesterbein, con la luz interior encendida, y la silueta, con la cabeza cubierta, de Mesterbein, sentado impasible en el asiento del conductor, Helga golpeó la ventana, y dijo: