Читаем La chica del tambor полностью

- Anton, Anton, ven aquí inmediatamente. ¡Tenemos cogida a una espía!

Pero la voz de Helga fue lo bastante baja para que Mesterbein no la oyera, que era, precisamente, lo que Helga quería. Después de volver a dejar la cortina cerrada, Helga se volvió hacia Charlie y, enfrentándose con ella, le preguntó:

- ¿Y por qué Michel no nos habló de ti? ¿Por qué no compartió tus servicios con nosotros? Y resulta que tú fuiste su secreto durante meses… ¡Es ridículo!

- Me amaba.

- ¡Uf…! Se servía de ti. Conservas sus cartas todavía, ¿verdad?

- Me ordenó que las destruyera.

- Pero no lo hiciste. Claro que no lo hiciste. ¿Cómo ibas a ser capaz de destruirlas? Eres una sentimental idiota, lo cual se puede ver a la primera ojeada, en las cartas que tú le escribiste. Le explotaste, le obligaste a gastar dinero en ti, le obligaste a comprarte ropas, joyas, a pagarte hoteles caros, y tú le vendiste a la policía. ¡Estaba clarísimo!

Como sea que el bolso de Charlie estaba al alcance de la mano de Helga, ésta lo cogió, y, en ademán impulsivo, vació su contenido sobre la mesa. Pero las pistas que habían sido puestas adrede en el bolso -el diario, el bolígrafo de Nottingham, las cerillas de Diógenes en Atenas- eran para Helga, en aquellos instantes, demasiado sutiles, ya que buscaba pruebas de la traición de Charlie, y no indicios de sus afectos.

- ¡La radio!

Se trataba de la pequeña radio japonesa, con su pito de alarma, el «chivato» que Charlie utilizaba para sus ensayos. Helga dijo:

- ¿Qué es? Un instrumento de espionaje. ¿De dónde procede? ¿Por qué razón una mujer como tú lleva una radio así en el bolso?

Dejando que Helga se ocupase de responder a sus propias preguntas, Charlie apartó la vista, fijándola en la estufa, sin verla. Helga toqueteó los mandos de la radio y encontró una sintonía con música. Irritada, echó la radio a un lado.

- En la última carta de Michel dirigida a ti, la carta que no echó al correo, dice que tú besaste su pistola. ¿Qué quiere decir con esto?

- Quiere decir que besé su pistola.

Charlie corrigió su contestación, diciendo:

- Quiere decir que besé la pistola de su hermano.

La voz de Helga se elevó de tono bruscamente:

- ¿Su hermano? ¿Qué hermano?

- Michel tenía un hermano mayor. Era su héroe. Un gran luchador. Y este hermano le dio la pistola, y Michel me hizo besar esta pistola a modo de juramento.

Helga la miraba con expresión de incredulidad. Preguntó:

- ¿Michel te dijo esto?

- Pues no, resulta que lo leí en los periódicos, claro.

- ¿Y cuándo te lo dijo?

- En la cumbre de una montaña, en Grecia.

Casi chillando, Helga preguntó:

- ¿Y qué más te dijo su hermano? ¡Contesta, rápido!

- Michel adoraba a su hermano. Ya te lo he dicho.

- Hechos, quiero hechos. Hechos y sólo hechos. ¿Qué más te dijo acerca de su hermano?

La voz secreta de Charlie le decía que ya había hablado demasiado. Contestó:

- El hermano de Michel es un secreto militar.

Y, acto seguido, Charlie cogió otro cigarrillo.

Helga dijo:

- ¿Te dijo donde se encuentra? ¿Te dijo qué es lo que está haciendo? ¡Charlie, te ordeno que me lo digas!

Helga se acercó más a Charlie, y dijo:

- La policía, los servicios de información, el mundo entero, incluso quizá los sionistas te están buscando. Nosotros tenemos excelentes relaciones con ciertos elementos de la policía alemana. La policía alemana ya sabe que no fue la chica holandesa quien condujo el automóvil a través de Yugoslavia. Cuenta con descripciones. Tiene mucha información para poder acusarte. Y si nosotros queremos, podemos ayudarte. Pero no podremos hacerlo hasta que nos hayas dicho todo lo que Michel te contó acerca de su hermano.

Helga se inclinó hasta que sus grandes y pálidos ojos quedaron a una distancia inferior a la anchura de la mano, con respecto a la cara de Charlie. Helga dijo:

- Michel no tenía derecho alguno a hablar contigo. Y tú no tienes derecho a esta información. Debes dármela.

Charlie meditó la petición de Helga, y, luego de reflexionar debidamente, se la denegó. Charlie dijo:

- No.

Charlie estuvo a punto de proseguir, diciendo: Le prometí nada decir, y basta, además no confío en ti, y quiero que te apartes, que me dejes en paz, pero tan pronto Charlie oyó su propio «no» decidió que lo mejor era no decir más.

Joseph le había dicho: «Tu tarea consiste en convertirte en necesaria para ellos; piensa que se trata de algo parecido a que un hombre te corteje; darán mayor importancia a aquello que quieren si piensan que no lo pueden conseguir.»

Helga había adoptado, ahora, una actitud helada. La comedia había terminado. Helga habíase situado en un punto de total lejanía y falta de conexión, lo cual Charlie comprendía muy bien, de manera instintiva, porque era algo que ella también sabía hacer. -Muy bien. Resulta que te llevaste el automóvil a Austria. ¿Y luego qué? -Lo dejé donde me dijo. Nos reunimos y fuimos a Salzburgo. -¿De qué manera? -Avión y automóvil. -¿Y en Salzburgo, qué?

- Fuimos a un hotel.

- ¿El nombre del hotel, por favor?

- No lo recuerdo. Ni me fijé.

- En este caso, describe el hotel.

Перейти на страницу:

Похожие книги