Читаем La chica del tambor полностью

El que iba con tela de tweed era el capitán Malcolm, que era un hombre con la distinción social que Picton siempre había deseado poseer y al que, en consecuencia, de vez en cuando odiaba. Malcolm estaba dotado de una suave cortesía que era su mejor arma para agredir al prójimo.

Con gran sinceridad, Malcolm dijo a Kurtz:

- Realmente es un honor conocerle, señor.

Y le ofreció la mano, antes de que Kurtz lo necesitara.

Pero, cuando le llegó el turno a Litvak, el capitán Malcolm no pareció comprender bien el nombre del presentado, y dijo.

- Mi querido muchacho, por favor, vuélveme a decir cómo te llamas, por favor.

Litvak, con mucha menor untuosidad que el capitán Malcolm, repuso:

- Me llamo Levene, y tengo el honor de estar a las órdenes del señor Raphael, aquí presente.

Había una larga mesa destinada a los miembros de la reunión. Pero en el cuarto no se veían fotografías de la reina en kodachrome, ni siquiera la fotografía de una esposa. Las ventanas daban a un patio vacío. Y la única sorpresa que el lugar proporcionaba era un penetrante olor a petróleo caliente, como si un submarino acabara de pasar por allí.

Picton dijo:

- Bueno, pues ¿por qué no comienza usted a hablar así, directa-mente, señor…?

Hizo una pausa excesivamente larga y terminó la frase:

- ¿Señor Raphael, si no me equivoco?

Lo cierto es que esta frase fue curiosamente certera, en cierta medida. Mientras Kurtz abría su portafolios y comenzaba a repartir carpetas, la estancia fue estremecida por el largo estruendo de una explosión, provocada en circunstancias debidamente controladas.

Picton abrió la carpeta y le echó una primera ojeada, como quien mira distraídamente una carta de restaurante. Dijo:

- En cierta ocasión conocí a un tal Raphael. Y le hicimos comandante durante un tiempo. Era un chico joven. No recuerdo el lugar en que esto ocurrió. ¿No sería usted, por casualidad?

Con una triste sonrisa, Kurtz lamentó no haber sido el afortunado mortal. Picton dijo:

- ¿No está emparentado con él? Se llamaba Raphael, igual que ese tipo italiano que pintaba.

Picton volvió un par de páginas y añadió:

- Bueno, resulta que no lo sabe, ¿verdad?

La tolerancia de Kurtz era increíble. Ni siquiera Litvak, quien le había contemplado exhibiendo cien diferentes facetas de su personalidad, hubiera intuido que Kurtz pudiera tener un tan seráfico dominio de sus demonios. La ardiente energía de Kurtz había desaparecido totalmente, para ser remplazada por la servil sonrisa del subordinado. Incluso su voz, para empezar, tenía un tono deferente y de excusa.

El inspector jefe leyó en voz alta:

- Mesterbein. ¿Es ésta la correcta forma de pronunciar el apellido en cuestión?

El capitán Malcolm, ansioso de demostrar sus conocimientos en materia de idiomas, cogió la pregunta por los cuernos, y aclaró:

- Se pronuncia Mesterbain, querido Joseph.

En tono benévolo, Kurtz dijo:

- Las circunstancias personales se encuentran en la bolsa de la izquierda de la carpeta, caballeros.

Hizo una pausa para que todos hurgaran en las carpetas durante un ratito más. Luego

dijo:

- Comandante, necesitamos que nos dé su palabra en todo lo referente al uso y distribución de esta información.

Picton levantó despacio su rubia cabeza, y preguntó:

- ¿Por escrito?

Kurtz esbozó una cortés sonrisa de excusa, y dijo:

- Tengo la seguridad de que la palabra de un oficial inglés será suficiente para Misha Gavron.

Kurtz esperó un rato, hasta que Picton, con un inconfundible enrojecimiento de ira en la cara, repuso:

- De acuerdo.

A continuación, Kurtz pasó rápidamente a abordar el tema, menos espinoso, de Anton Mesterbein:

- Su padre es un caballero suizo, conservador, con una linda villa de recreo junto al lago, comandante, y no se sabe que tenga otros intereses que los de ganar dinero. La madre es una señora librepensadora, de la izquierda radical, que se pasa la mitad del año en París, en donde celebra recepciones periódicamente; es lo que se llama un salón, en París, que son muy concurridas por los árabes…

Picton le interrumpió:

- Malcolm, ¿sabe algo de esto?

- Un poco, muy poco, señor.

Kurtz prosiguió:

- El joven Anton, el hijo, es un abogado muy bien preparado. Además, estudió ciencias políticas en París y filosofía en Berlín. Estudió en Berkeley durante un año, derecho y ciencias políticas. Un semestre en Roma, y cuatro años en Zurich, graduándose magna cum laude.

Picton dijo:

- Un intelectual.

Lo dijo igual que hubiera podado decir «un leproso». Kurtz hizo un movimiento de asentimiento, y añadió:

- Podemos decir que, desde un punto de vista político, el señor Mesterbein se inclina hacia las tendencias de su señora madre, y que, desde un punto de vista económico, se inclina hacia las tendencias de su padre.

Picton soltó una gran carcajada, la gran carcajada del hombre carente del sentido del humor. Kurtz hizo la pausa suficientemente larga para compartir con Picton la carcajada. Siguió:

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