Читаем La chica del tambor полностью

La tercera fotografía de Kurtz -o cual Litvak la llamó irreverentemente, más tarde, el tercer naipe de Kurtz- había sido tan perfectamente falsificada que ni siquiera los más agudos expertos en reconocimientos aéreos de Jerusalén habían podido identificarle entre el montón de fotos que sometieron a su inspección. En ella se veía a Charlie y a Becker dirigiéndose hacia el Mercedes, ante el hotel de Delfos, en la mañana de su partida. Becker llevaba la bolsa de viaje de Charlie, y su propia cartera de hombre de negocios. Charlie iba con la bella túnica griega y llevaba su guitarra. Becker iba con su blazer rojo, su camisa de seda y sus zapatos Gucci. Tenía la mano enguantada adelantada hacia la manecilla de la puerta del Mercedes. Y su cabeza era la cabeza de Michel.

- Comandante, esta fotografía fue tomada por pura y simple suerte, exactamente dos semanas antes del estallido ocurrido en las afueras de Munich, en el que, como muy bien ha dicho usted, cierta pareja de terroristas tuvo la desdicha de perecer, quedando hecha trizas gracias a sus propios explosivos. La muchacha pelirroja que se ve en primer término en esta fotografía, es ciudadana británica. Su acompañante la llamaba «Joan», y ella le llamaba «Michel», nombre que no era el que figuraba en el pasaporte del caballero en cuestión.

El cambio que se produjo en el ambiente fue parecido a un brusco descenso de la temperatura. El inspector jefe dirigió una oblicua mirada a Malcolm, y éste le contestó con una sonrisa, pero la sonrisa de Malcolm, cual poco a poco pudo verse, nada tenía que ver con lo que comunmente se considera buen humor. Sin embargo lo que ocupaba el centro del escenario era la maciza inmovilidad de Picton, su negativa, al parecer, a aceptar informaciones de fuentes que no fueran la fotografía en sí misma. Si, ya que Kurtz, al hablar de un ciudadano británico, se había adentrado, como por descuido, en el sagrado territorio de Picton, y los hombres que tal hacían corrían serios riesgos.

Sin dejar de mirar la fotografía, Picton habló sin apenas separar sus rígidos labios:

- Pura y simple suerte. Si, claro, un buen amigo que por casualidad tenía su cámara fotográfica debidamente dispuesta. Si, una gran suerte la de este tipo…

Kurtz esbozó una tímida sonrisa, pero nada dijo. Picton prosiguió:

- Sacó un par de instantáneas, y las mandó por pura casualidad a Jerusalén. Si, había pillado a un terrorista en vacaciones, y pensó que quizá las fotos pudieran ser de utilidad.

La sonrisa de Kurtz se ensanchó. Y, con la consiguiente sorpresa, Kurtz vio que Picton también sonreía, aunque sin excesiva alegría. Picton dijo:

- Pues sí, recuerdo haber tenido amigos así. Pero, claro, ahora que caigo en ello, ustedes tienen amigos en todas partes. Amigos altamente situados, amigos en posiciones humildes, amigos ricos…

Durante unos peligrosos instantes, pareció que ciertas antiguas frustraciones sufridas por Picton, en los tiempos en que estuvo destinado en Jerusalén, se habían reavivado bruscamente, y que amenazaban con brotar a chorro de sus labios, en un arrebato temperamental. Pero Picton supo refrenarse. Compuso la expresión de su cara y bajó la voz. Moderó su sonrisa hasta el punto que bien hubiera podido pasar por ser una sonrisa amistosa. Pero la sonrisa de Kurtz era una sonrisa «todo terreno», y la cara de Litvak estaba tan retorcida por su propia mano que, a la vista de un observador imparcial, igual podía estar partiéndose de risa que padecer un grave dolor de muelas.

Después de aclararse la garganta, el gris inspector jefe, animado por la afabilidad galesa, osó llevar a efecto otra oportuna intervención:

- Bueno, pues incluso en el caso de que esa chica fuera británica, señor, lo cual me parece una hipótesis un tanto aventurada, todavía no hay ley alguna, en este país, que prohíba acostarse con palestinos. ¡No podemos montar una operación de caza de esta señora, con amplitud nacional, solamente por esto! ¡Santo Dios, si tuviéramos que…!

Picton volvió a mirar a Kurtz y dijo:

- Tiene más cosas que decir, el señor Raphael. Si, muchas más. Pero el tono de Picton llegaba más lejos, ya que venía a decir: siempre tiene más cosas que decir, esa gente.

Kurtz, sin alterar su cortés tono de buen humor, invitó a los presentes a examinar el Mercedes, situado a la derecha de la fotografía. Kurtz rogó que le perdonasen por no entender mucho en automóviles, pero lo cierto era que, según los expertos, el Mercedes era del modelo llamado «salón», de color rojo vino, con la antena de la radio situada delante, dos espejos laterales, cierre de las puertas mediante un mando central, y cinturones de seguridad únicamente en los asientos delanteros. En méritos de todos estos detalles, así como de otros detalles no tan visibles, el Mercedes de la fotografía era igual que el Mercedes que accidentalmente había volado por los aires en las afueras de Munich, y del cual quedó milagrosamente intacta la parte delantera.

A Malcolm se le ocurrió una repentina solución del problema:

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