Читаем La chica del tambor полностью

- Al señor Levene le gusta escuchar, ¿verdad? Si, sabe escuchar y tiene buena memoria. Me gustan esas cualidades.

Con una amable sonrisa, Kurtz dijo:

- Mike es un íntimo colaborador. Va conmigo a todas partes.

- Ya, comprendo. Pero me causa la impresión de estar siempre enfurruñado, ese muchacho. Pero, en fin, mi jefe me ha dicho que usted y yo habláramos a solas, si no le importa.

Kurtz se volvió y dijo algo en hebreo a Litvak. Litvak se rezagó hasta quedar lo bastante distanciado para no poder oír a los otros dos. Y, entonces ocurrió una cosa extraña, que ni Kurtz ni Picton hubieran podido explicar, incluso en el caso que hubieran reconocido que verdaderamente había ocurrido, cosa consistente en que se formó entre los dos un indefinible ambiente de compañerismo, tan pronto quedaron mano a mano.

La tarde era gris y ventosa. Pincton había prestado a Kurtz un chaquetón de gruesa tela, que le daba cierto aspecto de perro de aguas. Y Picton llevaba un capote del ejército. El aire fresco había oscurecido instantáneamente el color de la cara de Picton. En tono arrogante, Picton dijo:

- Ha sido muy decente por su parte el venir hasta aquí, sólo para informarnos acerca de esa chica. Mi jefe dará las gracias al buen Misha.

Kurtz dijo:

- Misha quedará sumamente agradecido.

- De todas maneras, la cosa es rara, realmente. Si, es raro que ustedes tengan que darnos pistas sobre nuestros propios terroristas. En mis tiempos, solía ocurrir todo lo contrario.

Kurtz dijo algo tranquilizante acerca de los ciclos históricos. Pero Picton no tenía sentido poético. Picton dijo:

- La operación es íntegramente de ustedes. Las fuentes son de ustedes y los gritos serán los suyos. Mi jefe se muestra inconmovible en este punto.

Dirigiendo una mirada de soslayo a Kurtz, Picton añadió:

- Nuestra misión es estarnos quietos y no hacer nada, salvo lo que ustedes nos digan.

Kurtz dijo que, en los presentes tiempos, lo más importante era la colaboración. Durante un segundo Picton causó la impresión de que fuera a estallar. Se le dilataron los amarillentos ojos, la barbilla se le hundió en el cuello, y quedó allí hundida. Pero, en vez de estallar, y quizá para calmarse un poco, Picton encendió un cigarrillo, poniéndose de espaldas al viento y protegiendo la llama con sus manazas de jugador de cricket.

Mientras apagaba la llama, Picton dijo con marcadísimo sarcasmo:

- De momento, quizá usted quede pasmado si le dijo que podemos confirmar sus informes. Berger y Mesterbein efectuaron el viaje en avión desde Orly a Exeter, y al llegar al aeropuerto de Exeter cogieron un automóvil de la Hertz, sin chófer, con el que recorrieron cuatrocientas veinte millas. Mesterbein pagó mediante una tarjeta de crédito de la American Express, a su propio nombre. No sé dónde esos dos pasaron la noche, pero supongo que usted me lo dirá a su debido tiempo.

Kurtz mantuvo un virtuoso silencio. Picton prosiguió en el mismo tono de forzada indiferencia:

- En cuanto a la señora en cuestión, usted quedará igualmente pasmado al saber que, en la actualidad, está trabajando como actriz, en lo más profundo de Cornualles. Trabaja con un grupo de teatro clásico, que se llama «Los Herejes», lo cual me gusta, pero claro, esto a usted no le importa, ¿verdad? En el hotel en que se aloja nos han dicho que un hombre con las características de Mesterbein la fue a buscar después de la representación, y que la señora no regresó hasta la mañana siguiente. Por lo que dicen, esta señora en que usted está tan interesado, es realmente una fanática del catre.

Picton hizo una pausa monumental, por la que Kurtz fingió no quedar afectado. Picton prosiguió:

- Entretanto, me veo en la obligación de comunicarle que mi jefe es un caballero y un militar, y que le proporcionará a usted cuanta ayuda necesite. Está agradecido a ustedes. Si., mi jefe está agradecido y conmovido. Tiene un punto flaco por los judíos, y estima que ha sido muy noble por su parte el venir aquí y ponernos alerta y sobre la pista de esa señora.

Picton dirigió a Kurtz una malévola mirada, y dijo:

- Mi jefe es joven, ¿sabe usted? Es un gran admirador de la nueva y hermosa patria de usted, prescindiendo de cierta clase de accidentes, y no está dispuesto a prestar oídos a ciertas malévolas sospechas que yo albergo.

Picton se detuvo ante un gran barracón de color verde, y con el bastón golpeó la puerta de hierro. Un muchacho con zapatillas para practicar atletismo y un mono de deporte les abrió la puerta de lo que resultó ser un gimnasio vacío. Probablemente para explicar el ambiente de desolación, Picton dijo:

- Sábado.

Y se lanzó a efectuar una irritada inspección del lugar, ya echando una ojeada a los vestuarios, ya pasando su grueso dedo por las paralelas, a ver si había polvo en ellas.

En tono acusatorio, Picton dijo:

- Según parece, han vuelto ustedes a bombardear campamentos. Esto es idea de Misha, ¿no es cierto? Misha es incapaz de matar pulgas con el pulgar, si es que puede matarlas a cañonazos.

Перейти на страницу:

Похожие книги